Comenzó en mi niñez; a veces se manifestaba los viernes de tarde, y otras, los sábados. Los viernes, mi pregunta era: “¿A qué hora se pone el sol?” Las horas sabáticas interferían con mis planes de mirar televisión. En sábado, hacía la misma pregunta, pero por una razón diferente. Contaba las horas, y luego los minutos, que faltaban para que se pusiera el sol. Era como si estuviera esperando a que se abrieran las puertas de una prisión, para que terminara mi encarcelamiento. Al menos en invierno no era tan malo. Porque no tenía que esperar tanto después de que terminaran las actividades de la iglesia para prender el televisor y entretenerme.

    Mi razonamiento cambió cuando me matriculé en la universidad. El sábado de noche proveía horas de calidad para el estudio ininterrumpido. Tenía una misión, y necesitaba cada hora para invertir en cumplir el sueño que Dios me había dado y alcanzar los objetivos que me había propuesto. Ni bien se ponía el sol sobre el horizonte, hacía todo lo que necesitaba para alcanzar el éxito.

    Finalmente, llegó el día en que se vieron los resultados de tanto trabajo duro: había llegado a ser un pastor. Descubrí el gozo sabático que sabía que Dios deseaba para mí. Conducía experiencias de adoración, y todos nos gozábamos a la luz de habitar en su presencia. Regularmente, podía ser testigo de los frutos de mi trabajo, cuando los miembros de iglesia y otras personas alcanzaban una mayor comprensión de Dios y se sentían atraídos hacia él.

    Ya no predico tanto los sábados como solía hacerlo; los días de mi semana ahora están llenos de responsabilidades editoriales. Sin embargo, incluso durante el sábado, me enfrento con el fantasma de entregas que se avecinan, y siento la tentación de pensar en lo que tengo que hacer ni bien se ponga el sol. Dado que toda mi vida adulta ha estado orientada a la capacidad de alcanzar objetivos, ¿dónde están mis sábados? ¿De qué manera puedo reclamar el verdadero descanso que Dios diseñó para mí desde el primer sábado en el Edén?

¿ME HE ESTADO ESCUCHANDO A MÍ MISMO?

    A lo largo de los años, he predicado incontables sermones y presentado una buena cantidad de conferencias acerca de la base bíblica y la validez de la santidad del séptimo día de la semana. Quienes me han escuchado, han manifestado su aprecio por el Dios que nos ha dado este maravilloso regalo en el tiempo. Pero, mientras estoy tan ocupado presentando estas verdades, ¿dedico tiempo a escucharme mientras hablo? ¿Permito que la belleza de la santidad del sábado me beneficie?

    Me debo recordar que el sábado no gira alrededor de mí, sino que está centrado en Dios. Me es fácil caer en la trampa de creer que mi sermón constituye la principal actividad durante la experiencia de adoración. No obstante, continúa siendo verdad que mi mayor y más elevada ofrenda durante las santas horas del sábado se centra en la comunión con Dios.

    También, tengo que recordarme que el sábado no fue diseñado meramente para el descanso físico; es decir, una siesta o una simple relajación. El verbo hebreo traducido como “sábado” implica el cese del trabajo, una interrupción del flujo normal de actividades. El sábado, entonces, habla de mi necesidad de descansar en las obras de Dios, no en las mías. Al darle lo mejor de mi trabajo en los seis días previos, puedo gozarme en saber que Dios se ha deleitado en mis labores; porque él es el que estuvo trabajando a través de mí.

    Además, no debo olvidar que las horas del sábado proporcionan tiempo de calidad para que me reconecte con mis amados y mi prójimo. Durante la semana, me centro en mis responsabilidades en la oficina, en las juntas, en mis tareas en el hogar y en cientos de otras preocupaciones. Lo mismo se aplica a mi esposa y a mis hijos; lo que, a veces, nos vuelve en extraños viviendo bajo un mismo techo. El sábado nos permite desenchufarnos de lo cotidiano y reconectarnos con los demás.

MI VOTO DE AQUÍ EN MÁS

    Mi promesa es recordar que el sábado es un modelo de salvación basado en las obras de Dios, y no en las mías. Me centraré más en las cosas de Cristo, y menos en las cosas que tan a menudo giran a mi alrededor. No cederé ante la tiranía de los correos electrónicos ni de las fechas de vencimiento, que tratan de traspasar las fronteras de las sagradas horas del sábado. En su lugar, abrazaré la belleza del sábado, dedicando tiempo a celebrar, junto con mi familia, a nuestro Creador y Salvador.

Sobre el autor: Editor asociado de la revista Ministerio en inglés.