Consejos para evitar todo lo que pueda ser usado por el enemigo con el objetivo de perjudicar la causa de Dios.
De acuerdo con los especialistas, la ética estudia el comportamiento o la conducta humana. En simples términos, podríamos decir que la ética responde a la pregunta: “¿Qué debo hacer o cómo debo actuar?” A partir de este punto de vista, la ética exige una mayor relevancia de parte de nosotras, como esposas de pastores, al servir continuamente a los demás. Y, de esta manera, tenemos que considerar cómo actuaremos en cada situación.
Como hijas de Dios, fuimos llamadas a un patrón elevado de conducta, sobre la base de la propia conducta de Dios, tal y como está revelada en la Escritura. Es decir, cuando él nos desafía a ser santas, es porque él mismo es santo (1 Ped. 1:14-16). Esa santidad que debe nacer de nuestra relación con él debe influir en nuestras motivaciones personales y debe impactar en nuestra forma de relacionarnos con nuestra familia, la iglesia, los colegas y con la sociedad en general (Tito 2:1-15).
Si no prestamos atención a nuestra conducta, será muy fácil arruinar el ministerio de nuestra familia debido a comportamientos inadecuados. Elena de White afirma que la esposa se puede convertir en “una gran auxiliadora y bendición para su esposo, o un estorbo para él en su trabajo” (El hogar adventista, p. 323). Dado que somos imperfectas, no es fácil vivir de manera impecable. Pero podemos crecer en esa dirección, convirtiéndonos en bendición para nuestra familia, para nuestros hermanos en la fe y hasta para los incrédulos, si cada día vivimos siendo dirigidas por el Espíritu Santo (Rom. 8:5-13). A continuación, consideraremos algunos aspectos que, como esposas de pastor, debemos observar para que podamos ser éticas en nuestro ministerio.
Ética hacia Dios
Dios como prioridad. Dios espera total consagración de nuestra parte. Elena de White afirma que Satanás busca debilitar el trabajo del pastor por medio de la “esposa no santificada”. Entonces, dice: “Una esposa no santificada es la mayor maldición que pueda tener un ministro” (El hogar adventista, p. 323). Así, ninguna de nosotras debe comenzar el día sin tener un encuentro personal con Cristo por medio del estudio de la Biblia y la oración. En nuestro afán por resolver los asuntos cotidianos, podemos descuidar lo único que es necesario; es decir, comenzar a los pies de Jesús (Luc. 10:39-42). Solo así podremos parecernos cada día más a él.
Distanciarse de todo lo que le desagrada. Dios espera no solo que nos apartemos del mal, sino también de todo lo que tenga apariencia de mal (1 Tes. 5:22). Continuamente nos debemos preguntar: “Lo que voy a hacer, ¿agrada o deshonra a Dios?” Si no tenemos la certeza, es posible que sea mejor evitarlo.
Ética hacia nosotras mismas
Autoestima adecuada. Jesús dijo que deberíamos amar al prójimo como a nosotros mismos (Mat. 22:39). No se puede amar a los demás a menos que tengas un buen concepto de ti misma y busques tu bien en todas las áreas. Somos importantes no por lo que poseemos o por lo que hacemos, sino porque fuimos compradas por la sangre de Jesús (1 Cor. 6:20). Así, preocúpate por alimentarte correctamente y hacer ejercicio, y también por mantener una actitud mental positiva, porque eres hija de Dios.
Sé tú misma. Al llegar a un nuevo distrito, no intentemos imitar a la esposa del pastor anterior. Dios nos concede dones que desean que sean utilizados. Puede ser que la esposa del pastor anterior haya sido muy buena en muchas áreas, pero nadie puede sustituir el ministerio para el que Dios te llamó a desempeñar. Dios nos hizo únicas.
Administra el tiempo. Pasar muchas horas del día mirando televisión o en las redes sociales, es una forma muy fácil de desperdiciar el tiempo. Piensa en cuántas cosas productivas podrías hacer si evitaras esas pérdidas de tiempo. Así, organiza el día y esfuérzate en cumplir lo planificado.
Ética hacia la familia
Con tu esposo. Mantener una comunicación adecuada para satisfacer las necesidades físicas y emocionales de tu esposo ayudará a mantener una relación sólida, aun bajo las presiones del ministerio. Busca también permanecer a su lado cuanto te sea posible, principalmente cuando estén en público. Esa es una buena forma de evitar habladurías de miembros imprudentes, y de proteger la relación de posibles tentaciones externas. Por otro lado, nunca permitamos que nuestro esposo salga de casa sin haber realizado su culto. Si bien esa es su responsabilidad, hay momentos tan estresantes en el ministerio que, con el afán de cumplir las tareas, él puede descuidar este aspecto vital. Por último, no quedes resentida cuando tu esposo tenga que lidiar con ciertos asuntos de manera confidencial. Eso forma parte de su trabajo ministerial.
Con tus hijos. Ama y educa a tus hijos con el ejemplo, y no descuides su formación espiritual, cualquiera que sea el motivo (Efe. 6:40). Mientras los hijos son pequeños, lo ideal será que tu único trabajo sea cuidar de ellos. Con suficiente planificación, conseguirás vivir con el salario de tu esposo. Que ellos jamás te escuchen quejarte del ministerio, porque terminarán odiando no solo el ministerio, sino también la iglesia. Antes, muéstrales los privilegios de servir en el ministerio.
Las finanzas del hogar. Se debe aprender a hacer mucho con poco. Así, se deben evitar los gastos compulsivos. La moda y sus extravagancias pueden ser un peligro, si no permanecemos atentas. El dinero debe servir para las necesidades básicas y para hacer el bien, y todo lo que impida eso es una mala inversión y debe ser abandonado. Por favor, huye de las deudas sofocantes. Si ya estás endeudada, cumple tus compromisos financieros de manera responsable, porque eso hablará bien, o mal, de ti.
Ética hacia los demás colegas
Administradores. Nunca hables mal de los dirigentes, ya sea en privado y mucho menos en público; tampoco ante tus hijos o la iglesia local. Los administradores son falibles y, por lo tanto, pueden equivocarse. En el caso de que ocurra una situación incómoda, lo ideal es conversar con esa persona, con espíritu cristiano.
Pastor entrante. Tampoco hables mal del pastor (ni de su esposa) que los sustituirá en el distrito; por el contrario, destaca ante la iglesia local los aspectos positivos de la nueva familia ministerial. Además de eso, evita seguir en contacto muy directo con las personas del distrito anterior. Será bueno que ellos aprendan a amar al nuevo pastor, mientras ustedes están concentrados en sus nuevas tareas ministeriales.
Pastores visitantes. Con respecto al pastor visitante, ayuda en la coordinación a fin de que todo esté listo para recibirlo. En ciertas ocasiones, el pastor visitante vendrá con su familia. En esos casos, sería bueno permanecer atenta a todo lo que puedan necesitar.
Ética hacia la iglesia local
Mantente en tu lugar. Tu esposo es el pastor de la iglesia y es él quien debe ministrar los asuntos de la iglesia. Tu lugar es estar a su lado, jamás sustituirlo. En su ausencia, tú no tienes autoridad para asumir cualquier decisión administrativa; haz que los líderes de la iglesia local se encarguen de eso. Aún más, permanece atenta para no eclipsar a tu esposo. Quizá seas más carismática que él, con mayor facilidad para relacionarte con las personas, pero tu deber es potenciar el ministerio de tu marido, fortaleciendo sus aspectos débiles, pero sin intentar brillar más que él.
Ejemplo de normas cristianas. Elena de White afirmó que los pastores y sus esposas “deben ser un ejemplo de sencillez en el vestir; deben vestir en forma prolija, cómoda, usando buen material, pero evitando todo lo que se asemeje a extravagancia y a adornos, aunque no sean costosos” (Conducción del niño, p. 397). Tengamos cuidado con la clase de ropa que usamos y evitemos que nuestro maquillaje sea tan visible que quiebre el principio de la sencillez. Nuestro marido no tendrá autoridad para enseñar esa verdad si nosotras mismas no la ponemos en práctica primero.
Gentileza cristiana. El trato con las demás personas no siempre es fácil, pero el evangelio nos invita a ser gentiles incluso hasta con las personas desagradables o con aquellas que nos tratan mal (Mat. 5:39-48). Evita las disputas a toda costa. A veces, es mejor recibir el daño y esperar que Dios nos reivindique que perjudicar a quienes servimos (1 Cor. 6:7; Sal. 37:4-9). Por otro lado, evitemos prestar demasiada atención a ciertas personas mientras que ignoramos a otros (Hech. 10:34, 35).
Personas del sexo opuesto. Evitemos todo lo que pueda ser usado por el enemigo para causar confusión y daño como, por ejemplo, conversar con un hombre a solas, viajar en automóvil a solas o hablar continuamente por Internet, dando así oportunidad a malas interpretaciones por causa de nuestra amabilidad. Hasta nuestra forma de saludar debe demostrar que somos amables, pero que sabemos mantenernos en nuestro lugar.
Sé confiable y evita los chismes. Como esposa de pastor, tenemos acceso a informaciones confidenciales de nuestros hermanos de la iglesia. No es ético divulgar esos asuntos a quien no corresponde, aun cuando sea con nuestra mejor amiga. Aun cuando parezca agradable, el chisme es un pecado poderosamente letal y destructivo (Sal. 15:1-3; Sant. 3:5). Si alguien tiene algo que decir de otra persona, anímalo a conversar con la persona en cuestión, así como Jesús lo enseñó (Mat. 18:15).
Conclusión
La conducta ética es lo mínimo que podemos hacer por aquel que dio todo para nuestra salvación. De esta forma nuestra conducta, en lugar de traer descrédito a nuestra labor, será un poderoso argumento contra los enemigos de la fe y un solemne llamado a los que están en el valle de la decisión. Pero, solo será posible en la medida en que vivamos cerca de aquel que dijo: “No temas, yo te ayudo” (Isa. 41:13).
Sobre la autora: Directora de AFAM en el ITSAE, Ecuador.