Como iglesia, “no tenemos nada que temer del futuro”.

Eddie Gibbs, en la introducción a su libro sobre el futuro de la iglesia, escribió: “Al mirar atrás hacia mis años de formación, percibo que fui entrenado para un mundo que cambió más allá de toda previsión, no solo en términos de progreso tecnológico, sino también en el clima cultural”.[1] Esta afirmación parece encajar perfectamente con los muchos y fuertes desafíos que la iglesia está enfrentando en la actualidad, y que tienden a intensificarse en los años futuros. La velocidad de las fuerzas modeladoras de nuestra cultura está dejando detrás de sí un rastro aterrador de fragmentación y colapso social tal que las palabras de Gibbs casi se convierten en las palabras de la iglesia.

Todo esto viene provocando el debilitamiento de las iglesias en muchos lugares, principalmente en Europa, Estados Unidos y en casi todo el mundo occidental. Las denominaciones históricas están disminuyendo, y los intereses espirituales de las personas están siendo canalizados hacia el islamismo, el budismo, el hinduismo y el paganismo. Gibbs cita el Yearbook of American Churches [Libro anual de las iglesias estadounidenses], que entre 1970 y 1997 presenta un cuadro preocupante de la declinación de las iglesias, como la Iglesia de Cristo, que de 1.592.609 en 1968 cayó a 929.725 miembros en 1997; la Iglesia Episcopal, en el mismo período, perdió más de 800 mil miembros, seguida por la Iglesia Metodista Unida, que vio desaparecer más de 2.400.000 personas de su lista de miembros regulares.[2] Si las tendencias continúan, afirman Norman Shawchuck y Gustave Rath, el 60% de todas las congregaciones cristianas en los Estados Unidos desaparecerán antes de 2050.[3]

La realidad brasilera que comienza a aparecer no debe ser despreciada. El crecimiento de los evangélicos, según el censo de IBGE en los años 1980 a 1991, fue del 5,8%, y entre 1991 y 2000 fue del 7,43%; mientras que de 2000 a 2010 fue de 4,9%; el menor de los últimos 30 años. En este período, iglesias como la Congregación Cristiana de Brasil disminuyó de 2.489.113 a 2.289.634; la Iglesia Luterana cayó de 1.062.145 a 999.494; la Iglesia Presbiteriana de 981.064 a 921.209; la Iglesia Congregacional de 148.836 a 109.591; y la Iglesia Universal del Reino de Dios de 2.101.887 a 1.873.243. Esto, en un período en que el número de personas que se declararon evangélicas creció cuatro veces más que la población.[4]

Particularmente, reconozco que es imposible para la iglesia entender y percibir lo que está sucediendo a su alrededor si está atrapada en sí misma y concentrada en sus problemas internos como un avestruz, sin percibir que está en medio de un cambio cultural que afecta a todas las áreas de la sociedad; cambios tan profundos, abarcantes, complejos, imprevisibles y globales en sus ramificaciones, que si no entendemos sus fuerzas podremos ser afectados, como lo hemos visto en los datos mencionados.

Los profetas eclesiológicos modernos claman por un despertar de la iglesia. Esperan que ella se despierte y reaccione, sacando provecho del momento y expandiéndose como reino de Dios por toda la tierra. Pero incluso ellos, y la propia iglesia, espantados con el enorme desafío, se preguntan cómo lograrlo. La mayoría de nosotros nacimos en una era industrial, en un mundo de cambios lentos y crecientes. ¿Cómo avanzar, entonces, en una era de cambios veloces e instantáneos? ¿Cómo ser iglesia en una sociedad pluralista? ¿Cómo evangelizar con éxito en este mundo consumista, poco comprometido con lo colectivo y que defiende una moral autónoma, disociada de Dios? Nos sentimos impotentes ante los desafíos de la posmodernidad. ¿Qué hacer y cómo hacer? ¿Cuál será el futuro de la iglesia? ¿Vamos a desaparecer, como algunos lo sugieren? Esto provoca malestar, incomodidad, espanto, angustias…

Si bien es un gran desafío ser y hacer iglesia en el contexto actual, no debemos enfrentar este momento y el futuro con desesperación. Se necesita humildad, sabiduría y ánimo redoblado para avanzar “como una asociación de peregrinos que caminan hacia el fin del mundo y hacia los confines de la tierra”.[5]

Las razones de esto son:

  1. “No tenemos nada que temer del futuro, excepto que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido”, escribió Elena de White.[6] Sus palabras no deben ser ignoradas por la iglesia. En una breve mirada hacia la historia del cristianismo, es posible ver la mano divina que guía el surgimiento, el crecimiento y la expansión de su iglesia. Y si bien se ha argumentado que el mundo estaba preparado para recibir al cristianismo en el primer siglo, la verdad es que los cristianos tuvieron que enfrentar grandes y terribles desafíos. Aun así, intimaron a los orgullosos paganos al enfrentar la tortura y la muerte, defendiendo un amor que derribaba las fronteras raciales, prohibiendo el amor libre y muchas otras prácticas defendidas por los paganos. A pesar de todo, incluso en este ambiente hostil, con propuestas muy diferentes de la cultura principal, la iglesia prosperó. Y, de un puñado de judíos amedrentados, se diseminó por el mundo, llegando hasta nuestros días.
  2. Otra razón muy ligada a la anterior para no desesperar es la promesa bíblica que pronunció Jesús, cuando envió a su iglesia a hacer discípulos a todas las naciones. Dijo: “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20). Esa promesa sería experimentada por todo aquel que por fe abandonara el paganismo y se uniera a él en la misión de salvar a las personas. Él declara su presencia en la iglesia como aquel que tiene “toda autoridad en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18), y tiene a la iglesia en sus manos (Apoc. 1:11-20). ¡Esto, de por sí, ya es suficiente para elevar el ánimo! Como alguien que conoce el fin desde el principio, dijo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). La victoria de la iglesia contra el mundo ya está garantizada en Cristo y, como relató Mateo: “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mat. 16:18).
  3. Ligada a la anterior, está la promesa de la presencia del Espíritu, que vivifica y dota a la iglesia militante. Las palabras del Maestro todavía resuenan: “[…] porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:17). “Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). En otro lugar de las Escrituras, se dice que, cuando la iglesia sea conducida a los tribunales y tenga que testificar, el Espíritu guiará las palabras de la iglesia para el testimonio y la defensa correctos (Mat. 10:19, 20). Finalmente, se dice que él daría dones a la iglesia para el desempeño de su servicio misionero y transcultural, como fue dado a su Maestro (Efe. 4:11, 12).

Con todas estas promesas relacionadas, y muchas otras no mencionadas aquí, las perspectivas, si bien son desafiantes, no son de desánimo. Con todo, se requiere de la iglesia la sencillez de las palomas y la prudencia de las serpientes (Mat. 10:16), recomendadas por Jesús. Se necesita mirar hacia arriba y también alrededor, al mundo donde vivimos, para percibir su contexto, dialogar con él e influirlo con los valores del Reino de Dios, al igual que lo hizo el Maestro y la iglesia cristiana en los primeros siglos, penetrando en la sociedad helénica y urbana.

Se necesita reconocer que una parte de la realidad del mundo occidental fue construida por la iglesia, que relegó la práctica del cristianismo bíblico a un plano inferior al que vivió y enseñó su Fundador, para seguir caminos que él no aprueba. En su inmenso amor por el mundo perdido, Dios tolera la dureza del corazón humano. Fue en este ambiente de cristiandad aparente que el secularismo, el pluralismo religioso y el individualismo nacieron sin ofrecer ninguna esperanza para el mañana; concentrados en el presente, en el aquí y el ahora, ignorando las verdades de la Palabra de Dios y aferrados a una maraña de experiencias efímeras, queriendo al mismo tiempo pertenecer, descubrir y encontrar una razón para vivir.

Personalmente, veo un tiempo de grandes oportunidades que se abren ante la iglesia. Las personas nunca estuvieron buscando tantas respuestas como en los días actuales. Si bien están deconstruyendo las verdades existentes y reconstruyendo las propias, insisten en una búsqueda constante de llenar el vacío de su corazón consigo mismo. Por eso, continúan “desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mat. 9:36). Y será siempre así, de experiencia en experiencia, hasta que mueran o llenen su vacío con Dios. Y es allí que aparece la oportunidad para la iglesia.

Entiendo que es de fundamental importancia que la iglesia actual tome conciencia de que está al servicio de Dios en el mundo y no puede salir de él, al menos por ahora. Por eso, necesita con urgencia lanzarse humildemente a los pies del Salvador y suplicar la unción celestial que los discípulos recibieron para cumplir la misión de ser testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y los confines de la tierra (Hech. 1:8). Ellos se examinaron a sí mismos en oración, confesaron sus pecados y suplicaron por el poder de lo Alto para cumplir con el mandato divino de hacer discípulos a todas las naciones. El capítulo 2 del libro de Hechos relata que la porción especial del Espíritu recibida fue tan grande, que el lugar donde estaban tembló e, impelidos por el poder del Cielo, revolucionaron el mundo.

La iglesia hoy necesita de una experiencia semejante a la apostólica a fin de poder amar a las personas en el mundo y del mundo, tal como Jesús las amó y se entregó por ellas. Solamente bajo la dotación sobrenatural del Espíritu es posible entrar en contacto con los perdidos y dialogar con ellos sin prejuicios ni miedos, utilizando las palabras adecuadas y correctas con las personas indicadas: modernas, posmodernas… Los tiempos cambiaron, pero el poder divino no. Continúa omnisciente, omnipresente y omnipotente, útil y totalmente disponible para la iglesia. Esta es la verdadera esperanza para el mundo, y para la iglesia que vive el “espanto” de los desafíos contemporáneos de la misión.

¡Mi anhelo es que el Dueño de la iglesia, en medio del “espanto”, renueve su esperanza y nos conceda el mismo éxito otorgado a los cristianos del primer siglo! ¡Que nuestra generación, y no otra, tenga la alegría de ser aquella que verá, sin pasar por el sueño de la muerte, el regreso de Jesús!

Sobre el autor: Secretario ministerial de la Asociación Sur Mato-Grosense.


Referencias

[1] Eddie Gibbs, Para Onde Vai a Igreja (Curitiba: Editora Esperança, 2012), p. 12.

[2] Ibíd., p. 21.

[3] Norman Shawchuck y Gustave Rath, Benchmarks of Quality in the Church (Nashville: Abingdon, 1994), p. 12. Citado por Gibbs, p. 21.

[4] Fuente: IBGE Censo 2010, análisis MAI, Eunice Zillner, julio de 2012; www.mai.org.br. (La Iglesia Adventista creció de 2000 a 2010 de 1.209.842 a 1.561.071, Tasa de Crecimiento Anual [TCA] 2,6%, quedando atrás de la Iglesia del Evangelio Cuadrangular: TCA 3,2%, y de las Asambleas de Dios: TCA 3,9%).

[5] Citado por Christopher J. H. Wright, A Missão do Povo de Deus: uma teologia bíblica da missão da igreja (São Paulo, SP: Vida Nova, 2012), p. 34.

[6] Elena de White, Consejos para la iglesia, p. 654.