El gran chasco del 22 de octubre de 1844 marcó el final de los 2.300 días/años de la profecía de Daniel 8:14 y el inicio del juicio investigador previo al advenimiento, en el Santuario celestial (Dan. 7:9, 10). Sin embargo, para nuestros pioneros se transformó en un faro de esperanza. Como sabemos, poco más de 170 años atrás, los adventistas milleritas estaban aguardando la segunda venida de Jesús. Y, cuando no vino, de acuerdo con lo que ellos estaban esperando, fue establecido el palco para uno de los eventos más notables de la historia adventista.
En una pequeña casa, en Portland, Maine, Estados Unidos, vivía la familia Harmon. El padre, Robert, era sombrerero; la madre, Eunice, ama de casa. Tanto los padres como los hijos aceptaron el mensaje predicado por Guillermo Miller. Debido a esta creencia en el pronto regreso de Cristo, la familia Harmon fue apartada de la Iglesia Metodista, de la que ellos eran miembros.
Hoy es imposible comprender en su plenitud el sentimiento de aquellos pioneros que creían con todo su corazón que Jesús estaba regresando aquel martes 22 de octubre.
¿Alguna vez te preguntaste: “Si yo realmente creyera que Jesús vuelve el próximo martes, ¿cómo sería mi vida?”? Esa fue la experiencia vivida por los milleritas y por nuestros pioneros.
Sin embargo, Cristo no regresó. Al recordar aquella fatídica jornada, Hiram Edson escribió: “Nuestras más caras esperanzas y expectativas fueron aplastadas, y un espíritu tal de llanto nos sobrevino como nunca habíamos experimentado antes. Era como si aun la pérdida de todos los amigos no pudiese tener comparación. Lloramos y lloramos hasta el amanecer” (F. D. Nichol, The Midnight Cry, pp. 247, 248).
La familia Harmon y otros resistieron la angustia de aquel día, que inició lleno de una radiante esperanza y promesa, pero que terminó en un amargo chasco. ¿Qué había estado equivocado? ¿Por qué Jesús no había venido, como esperaban?
Mientras atravesaba un campo, la mañana siguiente al Gran Chasco, Hiram Edson recibió su primera revelación sobre la razón por la que Cristo no había regresado. Pero se necesitaron meses antes de que los milleritas que no se habían desanimado y que no había abandonado totalmente su fe se encontraran estudiando la Biblia y orando, mientras intentaban descubrir lo que había estado errado.
Por un breve período después del 22 de octubre, continuaron aguardando la venida de Cristo cada día. Había un sentimiento de que tal vez hubiera ocurrido alguna mínima equivocación en el cálculo realizado, y que en cualquier momento las nubes se abrirían y el Señor aparecería. Fue también en ese período que la condición de salud de Elena de White empeoró. El chasco por causa del incumplimiento de la segunda venida de Cristo hizo que su salud se deteriorara aún más.
Físicamente enferma y abatida de espíritu, ella debió de haberse cuestionado con relación a su futuro. En diciembre de 1844, Elena fue llevada en una silla de ruedas a la casa de Elizabeth Haines, a fin de que descansara por algunos días. Ella describe lo que sucedió: “Por la mañana nos arrodillamos para el culto de familia. No había excitación, y solo nosotras, cinco mujeres, estábamos allí. Mientras yo oraba, el poder de Dios descendió sobre mí como nunca lo había sentido. Quedé arrobada en una visión de la gloria de Dios. Me parecía estar elevándome cada vez más lejos de la Tierra” (Primeros escritos, p. 13).
En la mente de ella predominaba la pregunta: “¿Nos conduce Dios en nuestra experiencia del advenimiento o fuimos engañadas? La profecía ¿se cumplió o no el 22 de octubre?” En su corazón, clamaban: “¿Por qué? ¿Por qué fuimos chasqueadas?”
PRIMERA VISIÓN
“Miré hacia la Tierra para buscar al pueblo adventista, pero no lo hallé en parte alguna, y entonces una voz me dijo: ‘Vuelve a mirar un poco más arriba’. Alcé los ojos, y vi un sendero recto y angosto trazado muy por encima del mundo. El pueblo adventista andaba por ese sendero, en dirección a la ciudad que se veía en su último extremo” (ibíd., p. 13). En visión, Elena de White tuvo la sensación de ser elevada hacia arriba de la Tierra. Al hacerlo, vio al pueblo de Dios viajando hacia la Santa Ciudad, en un camino recto y estrecho. Tal vez se haya acordado de la amonestación de Cristo registrada en Mateo 7:13 y 14, donde él advirtió en relación con andar en un camino ancho, y pasar a través de la puerta espaciosa, lo que conduce a la perdición. E instó a sus seguidores a que anduviéramos por el camino angosto, y procuráramos entrar a través de la puerta estrecha, que conduce a la vida.
¡Qué alegría fue para ella ver al pueblo del advenimiento viajando por el camino estrecho! Elena de White conocía a algunos que habían abandonado su fe en el pronto regreso de Jesús; conocía también a otros que rechazaron el mensaje, y que nunca lo habían ni siquiera aceptado. Pero, lo peor eran aquellos que abiertamente ridiculizaban a los adventistas frustrados. Sí, ella conocía todo sobre lo que era formar parte de aquellos “pocos” que habían sido descritos por Cristo como andando en el camino estrecho.
Naturalmente, ella sabía que ese pueblo todavía estaba en la Tierra. ¡Dios no necesitó mostrarle eso! Antes, en el simbolismo de la visión, los mostró caminando en el camino “muy por encima del tenebroso mundo”. Literalmente, es claro, los seguidores de Cristo siempre estuvieron en el mundo, pero no en el sentido espiritual. Él los llamó para que salieran del mundo. En la primera visión de Elena de White, Dios le recordó que su pueblo, mientras viajaba a la Ciudad Santa, no debería ser parte del mundo. Si verdaderamente todos se mantuvieran en el camino estrecho, serían espiritualmente separados del mundo. Así como él se lo mostró a la señora de White, debemos viajar por el camino recto y estrecho, “trazado muy por encima del mundo”.
Continuando con su descripción del pueblo de Dios en el camino angosto, Elena de White dice: “En el comienzo del sendero, detrás de los que ya andaban, había una brillante luz que, según me dijo un ángel, era el ‘clamor de medianoche’. Esta luz brillaba a todo lo largo del sendero, y alumbraba los pies de los caminantes, para que no tropezaran” (ibíd.). En la visión le fue mostrada una luz que brillaba desde el inicio del camino y en toda su extensión, hasta la Santa Ciudad. El propósito de aquella luz era hacer que el pueblo no tropezara. La frase “clamor de medianoche” tenía un significado específico para ella y para los demás adventistas: era una expresión prestada de la parábola de Cristo sobre el Reino, registrada en Mateo 25:6: “A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ahí viene el novio! ¡Salgan a recibirlo!’ ”
Para aquellos expectantes adventistas, especialmente durante aquellos pocos meses entre agosto y octubre de 1844, el “clamor de medianoche” se refería al 22 de octubre de ese año. Pero ¿cómo podría ser esta una luz brillante? Cristo no había regresado en la fecha que ellos esperaban. Sin embargo, el ángel le dijo que la luz refulgente era su experiencia del “clamor de medianoche”, y el verdadero inicio de su camino hacia la Santa Ciudad. Además de esto, la luz del mensaje del 22 de octubre brillaría en toda la extensión del camino, para hacer que ellos no tropezaran. Aunque Elena de White no pudiera haberlo reconocido en aquel momento, esa fue su primera explicación para el chasco.
COMPRENDIENDO EL CHASCO
Teniendo en vista que el “clamor de medianoche” era la luz brillante que los ayudaba a no tropezar, obviamente, debía haber mucho más sobre el día 22 de octubre de lo que ella y sus amigos podían comprender hasta aquel momento. De hecho, la visión no les dio ninguna explicación para el chasco ni sobre lo que realmente había ocurrido aquel día. De cualquier manera, ¡eran buenas nuevas emocionantes! Ellos no tenían que rechazar la más preciosa experiencia espiritual que ya habían disfrutado. A fin de cuentas, Dios estuvo en el movimiento millerita; eso quedó claro por medio de las palabras del ángel. El mensaje del “clamor de medianoche”, cuando fuera debidamente comprendido, iluminaría su camino, durante toda su extensión hasta la Ciudad Santa.
Para nosotros, esta todavía es una verdad importante. Gracias al estudio profundo de la Biblia realizado por los pioneros y muchas otras personas a lo largo de los años, podemos ahora comprender lo que realmente ocurrió al final de los 2.300 días/años, el 22 de octubre de 1844. A partir de aquel día, tuvo inicio el juicio descrito en Daniel 7, el ministerio final de Cristo en el Lugar Santísimo del Santuario celestial.
A lo largo de los años, cuando un crítico después de otro ataca esta noción acerca del año 1844 diciendo que no tiene ningún significado, no nos dejamos sacudir por sus argumentos. La luz sobre el mensaje especial del Santuario develó el misterio del chasco para aquellos pioneros. Años más tarde, Elena de White escribió: “El asunto del Santuario fue la llave que aclaró el misterio del desengaño de 1844. Puso a la vista todo un sistema de verdades, que forman un conjunto armonioso y que demuestran que la mano de Dios había dirigido el gran movimiento adventista” (El conflicto de los siglos, p. 475).
Fue mostrado a la señora de White que el “clamor de medianoche” del 22 de octubre es la luz brillante, que ilumina toda la extensión del camino hasta la Santa Ciudad. Si alguien defiende o postula una fecha futura o promueve una nueva interpretación del período profético –que depende de un tiempo en un futuro específico para su cumplimiento–, recuerde una vez más esta primera visión dada por Dios a Elena de White. En realidad, el día 23 de septiembre de 1850 le fue mostrado que “la cuestión de las fechas no ha sido una prueba desde 1844, y nunca más volverá a ser una prueba” (Primeros escritos, p. 75). Un tiempo después, el día 21 de junio de 1852, cuando ella estaba en Camden, Nueva York, el Señor le mostró “[…] que el mensaje debe avanzar, y que no debe depender del tiempo, porque el tiempo nunca más será una prueba” (Testimonios selectos, t. 1, pp. 220, 221).
MANTENIÉNDOSE EN LA LUZ
Hablando de los que se encontraban en el camino, ella vio que “delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los ojos de él, iban seguros. Pero no tardaron algunos en cansarse, diciendo que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que contaban con haber llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando su glorioso brazo derecho, del cual dimanaba una luz que ondeaba sobre la hueste adventista, y exclamaban: ‘¡Aleluya!’ ” (Primeros escritos, p. 14).
Pocas semanas después del 22 de octubre, Elena de White vio a muchos que abandonaban la fe en el regreso de Jesús. Entonces, la visión indicaba que el tiempo se prolongaría más. Algunos ya lo habían perdido de vista, en su chasco. Pero el mensaje a aquel pequeño grupo de creyentes perplejos era que no se desanimaran: si mantenían los ojos fijos en Jesús, él los conduciría hasta la Santa Ciudad. Para quienquiera que sea tentado a abandonar la fe, el primer mensaje de Dios a sus seguidores chasqueados en 1844 continúa sirviendo como un farol de esperanza.
En los días de los apóstoles, Pedro advirtió: “Ante todo, deben saber que en los últimos días vendrá gente burlona que, siguiendo sus malos deseos, se mofará: ¿Qué hubo de esa promesa de su venida? Nuestros padres murieron, y nada ha cambiado desde el principio de la creación” (2 Ped. 3:3, 4).
En las cuatro décadas posteriores a 1844, algunos fueron de tal manera atrapados por el legalismo que casi perdieron de vista totalmente a Jesús. De esa manera, en 1888 fue dado otro mensaje a la iglesia, en la asamblea de la Asociación General: el mensaje de la justificación por la fe.
Sin embargo, eso no fue todo lo que Dios le mostró a Elena de White. A continuación, ella escribió: “Otros negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos, diciendo que no era Dios quien los había guiado hasta allí. Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco y a Jesús, cayeron fuera del sendero, abajo, en el mundo sombrío y perverso (ibíd., pp. 14, 15).
Esta es una de las declaraciones más increíbles de la visión. Aunque fuese una advertencia para aquellos creyentes chasqueados en 1844, poco podían ellos imaginar o comprender el significado de ese mensaje de Dios para los adventistas del futuro.
Tan sorprendente como pudo haber sido la visión y su comprensión a la luz de lo que ha ocurrido durante estos más de 170 años, se hace todavía más admirable para nosotros, que somos los beneficiarios del conocimiento de todo lo que ocurrió anteriormente.
¿Cómo podría pasar por el pensamiento de una muchacha de apenas 17 años que esta verdad se transformaría en un gran punto divisor entre los seguidores de Dios? Aunque algunos cuestionen el ministerio profético de Elena de White, esta visión proporciona una de las más persuasivas evidencias de su inspiración divina.
LA VENIDA DE JESÚS
En la ocasión, Elena de White vio varios acontecimientos del tiempo próximo a la venida de Cristo. Escuchó a Dios anunciar a sus santos el día y la hora del regreso de Jesús. Vio, también, que “los 144.000 estaban todos sellados y perfectamente unidos”. Y, por primera vez, le fue mostrada la segunda venida de Cristo.
“Pronto se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, donde había aparecido una nubecilla negra del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, que era, según todos comprendían, la señal del Hijo del Hombre. En solemne silencio, contemplábamos cómo iba acercándose la nubecilla, volviéndose cada vez más esplendorosa hasta que se convirtió en una gran nube blanca cuya parte inferior parecía fuego.
“Sobre la nube lucía el arco iris y en torno de ella aleteaban diez mil ángeles cantando un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el Hijo del Hombre. Sus cabellos, blancos y rizados, le caían sobre los hombros; y llevaba muchas coronas en la cabeza. Sus pies parecían de fuego; en la mano derecha tenía una hoz aguda y en la izquierda llevaba una trompeta de plata. Sus ojos eran como llama de fuego, y escudriñaban de par en par a sus hijos. […]
“Luego resonó la argentina trompeta de Jesús, a medida que él iba descendiendo en la nube, rodeado de llamas de fuego. Miró las tumbas de sus santos dormidos. Después alzó los ojos y las manos hacia el cielo, y exclamó: ‘¡Despertad! ¡Despertad! ¡Despertad los que dormís en el polvo, y levantaos!’ Hubo entonces un formidable terremoto. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los muertos, revestidos de inmortalidad. Los 144.000 exclamaron ‘¡Aleluya!’, al reconocer a los amigos que la muerte había arrebatado de su lado, y en el mismo instante nosotros fuimos transformados y nos reunimos con ellos para encontrar al Señor en el aire” (ibíd., pp. 15, 16).
Elena de White compartió la visión con las cuatro mujeres con quienes estaba orando. Ellas estaban ansiosas por saber lo que Dios le había mostrado. Sus oraciones fueron atendidas. El “clamor de medianoche” formaba parte de la providencia de Dios; fue identificado como la “luz” por detrás de ellos, que iluminaba toda la extensión del camino. Sin embargo, lo más importante fue que la visión les dio la plena certeza de que, si mantenían los ojos fijos en Jesús, podrían llegar con seguridad a la Ciudad Celestial. Además de esto, la visión les dio una pálida idea del galardón que recibirían cuando llegaran a la ciudad. En relación con la pregunta: “¿Por qué fuimos chasqueados?”, eso les fue aclarado solamente por medio del estudio posterior de la Biblia.
Durante este año especial, cuando recordamos el centenario de la muerte de la señora Elena de White, ¿cuál es su condición espiritual? ¿Está desanimado por el largo tiempo transcurrido? ¿Ha sentido que es cada vez más difícil permanecer separado del mundo? Hoy, como un faro de esperanza, la primera visión de esta mensajera del Señor nos insta a que mantengamos los ojos fijos en Jesús.
Exclamemos, como el apóstol Juan: “Amén. ¡Ven, Señor Jesús!” (Apoc.22:20).
Sobre el autor: Expresidente mundial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.