El amor y el respeto no significan aceptar las conductas rechazadas por la Biblia.

Las Escrituras nos muestran que los seres humanos tienen mentes y voluntades propias. Por lo tanto, en un sentido limitado, somos creadores de nuestra propia conducta, camino y destino; sean estas de acuerdo con la voluntad de Dios o no. Recordemos que libre albedrío, o libre elección, es la creencia que sostiene que los humanos tienen el poder de elegir y de tomar sus propias decisiones. La doctrina del libre albedrío es una de las doctrinas básicas del cristianismo. Si no fuéramos dueños de nuestras decisiones, ¿por qué habríamos de ser juzgados algún día? Y si no fuésemos juzgados, ¿para salvarnos de qué tenía que venir Jesucristo?

“Dios pudo haber creado al hombre incapaz de violar su ley; pudo haber detenido la mano de Adán para que no tocara el fruto prohibido, pero en ese caso el hombre hubiera sido no un ente moral libre, sino un mero autómata. Sin libre albedrío, su obediencia no habría sido voluntaria, sino forzada. No habría sido posible el desarrollo de su carácter. Semejante procedimiento habría sido contrario al plan que Dios seguía en su relación con los habitantes de los otros mundos. Hubiera sido indigno del hombre como ser inteligente, y hubiera dado base a las acusaciones de Satanás, de que el gobierno de Dios era arbitrario” (Patriarcas y profetas, p. 28).

Ejemplos bíblicos

Jesús dice que “el que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca” (Luc. 6:43, 44). Jesús enseña que del corazón vienen “los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias” (Mat. 15:19). La explicación final para la conducta humana se encuentra en la autodeterminación del ser humano.

Algunos ejemplos bíblicos de que el ser humano tiene la capacidad de elegir pueden ser encontrados en historias como la de Salomón, que hizo lo malo ante los ojos de Dios porque su corazón se había apartado de Dios (1 Rey. 11:6, 9); o Roboam, que actuó mal “porque no tuvo el firme propósito de buscar al Señor” (2 Crón. 12:14); o el rey Sedequías, que “hizo lo que ofende al Señor su Dios” porque “fue terco y, en su obstinación, no quiso volverse al Señor, Dios de Israel” (2 Crón. 36:11-13). Dios pregunta a Jerusalén: “¿Hasta cuándo hallarán lugar en ti los pensamientos perversos?”; y agrega: “limpia de maldad tu corazón para que seas salvada” (Jer. 4:14). En Isaías 30:1 Dios dice: “Ay de los hijos rebeldes que ejecutan planes que no son míos, que hacen alianzas contrarias a mi Espíritu, que amontonan pecado sobre pecado”.

Dios no quiere que nadie perezca, sino que todos sean salvos (1 Tim. 2:4; 2 Ped. 3:9). No tendrían sentido esas expresiones si no fuera por el libre albedrío que nos ha otorgado. Jesús se lamentó, diciendo: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!” (Mat. 23:37).

Hay un aspecto sumamente importante que nosotros debemos entender. Dios nos ha otorgado la posibilidad de decidir hacer el bien o hacer el mar; pero NO nos ha dado la capacidad de decidir QUÉ COSA ESTÁ BIEN Y QUÉ ESTÁ MAL. Esa atribución no pertenece al ser humano, solo Dios puede definir qué es correcto y qué no lo es.

“Siendo la ley del amor el fundamento del gobierno de Dios, la felicidad de todos los seres inteligentes depende de su perfecto acuerdo con los grandes principios de justicia de esa ley. Dios desea de todas sus criaturas el servicio que nace del amor, de la comprensión y del aprecio de su carácter. No halla placer en una obediencia forzada, y otorga a todos libre albedrío para que puedan servirle voluntariamente” (ibíd., p. 12).

En su expresión de amor, Dios creó las condiciones necesarias para que el ser humano fuera plenamente feliz. Él creó las leyes que nos protegen, e instituciones que nos brindan el ambiente adecuado para ser plenamente felices. Es verdad: como consecuencia de la desobediencia de nuestros primeros padres, hemos perdido el privilegio de continuar viviendo en el Edén. Sin embargo, la Biblia repite cientos de veces la promesa de que volveremos a vivir en el Edén restaurado, si es que decidimos ser fieles a Dios.

Felicidad divinamente proyectada

Aun cuando hoy no vivamos en el Edén, podemos disfrutar de dos instituciones que permanecen a nuestro alcance para que seamos felices. Esas dos instituciones son, primero, el sábado, séptimo día de la semana, día en el cual recordamos a Dios como nuestro creador, y disfrutamos de su compañía más plenamente; y, en segundo término, la familia, que nos ama, nos protege y otorga sentido de pertenencia. Ese sentido de pertenencia es indispensable para cualquier ser humano. El mayor sufrimiento que podría enfrentar cualquier hombre o mujer, no es la ausencia de dinero, de abrigo o comida, sino el sufrimiento de sentir que pertenece a nadie o que nadie le pertenezca; nadie que lo reciba cuando llega o que lo despida cuando sale; nadie que lo llame por su nombre o nadie que le diga “Te amo”, “Te extraño”, “Te necesito”. Si no crees que esto es así, pregunta a algún mendigo que duerme en las calles de tu ciudad.

Dios, que es amor y es sabio, al crear la institución de la familia creó también leyes que pudieran garantizar la felicidad en dicha institución. Nosotros tenemos el derecho de obedecer o no dichas leyes; pero, no tenemos el derecho de establecerlas: ya fueron establecidas por Dios.

“El matrimonio es una institución divina establecida por Dios mismo antes de la caída del hombre, cuando todas las cosas, incluso el matrimonio, eran buenas ‘en gran manera’ (Gén. 1:31). ‘Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne’ (Gén. 2:24). Dios celebró la primera boda. De manera que la institución del matrimonio tiene como su autor al Creador del universo. ‘Honroso es en todos el matrimonio’. Fue una de las primeras dádivas de Dios al hombre, y es una de las dos instituciones que, después de la caída, llevó Adán consigo al salir del paraíso” (El hogar adventista, pp. 21, 22).

“La intención de Dios era que el matrimonio de Adán y Eva fuera el modelo para todos los matrimonios futuros, y Cristo sancionó este concepto original cuando dijo: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y mujer los hizo? y dijo: Por esto, el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Así que, no son ya más dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mat. 19:5, 6). El matrimonio, instituido así por Dios, es una relación monógama heterosexual entre un hombre y una mujer” (Manual de iglesia, p. 148).

Algunos pasajes de la Biblia que pueden ayudarnos son los siguientes: Gén. 2:18-25; Mat. 19:3-9; Juan 2:1-11; 2 Cor. 6:14; Efe. 5:21-33; Mat. 5:31, 32; Mar. 10:11, 12; Luc. 16:18; 1 Cor. 7:10, 11; Éxo. 20:12; Efe. 6:1-4; Deut. 6:5-9; Prov. 22:6; Mal. 4:5, 6.

Parámetros del amor

“Dios nos creó como seres sexuales: hombre y mujer, macho y hembra. El Creador también instituyó el casamiento, y lo hizo con tres propósitos: unión, procreación y placer. Usar uno de esos atributos fuera del matrimonio es alejarse del plan de Dios, que incluye respeto, fidelidad, amor y consideración para con las necesidades del otro. La relación sexual es el regalo de casamiento de Dios a sus hijos. Por lo tanto, para que agradezcamos también por ese plan, tenemos que evitar el sexo fuera del matrimonio, y otras prácticas, para tener nuestra mente pura y para vivir más cerca de Dios. “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tes. 4:7)” (DSA – 2012 Documento de Estilo de Vida).

En el documento sobre homosexualidad (DSA 95-391), se expresa que “La Iglesia Adventista del Séptimo Día reconoce que cada ser humano es valioso a la vista de Dios, y por eso buscamos ministrar a todos los hombres y las mujeres en el espíritu de Jesús. Creemos también que, por la gracia de Dios y con el ánimo de la comunidad de fe, una persona puede vivir en armonía con los principios de la Palabra de Dios.

“Los adventistas del séptimo día creemos que la intimidad sexual es apropiada únicamente dentro de la relación marital de un hombre y una mujer. Ese fue el designio establecido por Dios en la Creación. Las Escrituras declaran: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gén. 2:24). Este patrón heterosexual es afirmado a través de todas las Escrituras.

“La Biblia no da cabida a la actividad o la relación homosexual. Los actos sexuales realizados fuera del círculo de un matrimonio heterosexual están prohibidos (Lev. 20:7-21; Rom. 1:24-27; 1 Cor. 6:9-11). Jesucristo reafirmó el propósito de la Creación divina, cuando dijo: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne” (Mat. 19:4-6). Por estas razones, los adventistas nos oponemos a las prácticas y las relaciones homosexuales”.

Cristo y la iglesia afirman la dignidad de todos los seres humanos, y extienden la mano compasivamente a las personas que sufren las consecuencias del pecado. Cristo y la iglesia diferencian su amor por los pecadores de sus claras enseñanzas sobre las prácticas pecadoras. Hoy, a la iglesia y a todos los que se consideran cristianos, le corresponde amar y respetar a todas las personas, independientemente de la conducta que ellas hayan escogido seguir. Ese amor y respeto no significa aceptar las conductas rechazadas por la Biblia; significa, simplemente, aceptar a la persona, tal y como es, y en la medida de lo posible, ayudarla a ser plenamente feliz.

En los días que nos toca vivir, nos corresponde recordar que Dios ha creado al ser humano con libre albedrío. También, debemos recordar que toda persona merece nuestro respeto, aun cuando no concordemos con el estilo de vida que eligió vivir. También es verdad que, así como la iglesia respeta a todo individuo, pretende ser respetada por aquellos que sustentan un concepto diferente en relación con la sexualidad.

Una vez más, recordamos que Dios ha creado al ser humano libre; libre para decidir hacer o no lo que Dios ha determinado, pero no libre para determinar qué sea correcto o qué sea equivocado. Cada miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha sido llamado por Dios para respetar y amar a todos los seres humanos, independientemente de la conducta que hayan elegido vivir. Pero, también ha sido llamado para mantener los principios establecidos por el Creador, y a ayudar a quienes quieran conocer y practicar el estilo de vida propuesto en la Biblia.

Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana.