Hace pocos años, un joven pionero de Misión Global me enseñó algunas lecciones acerca de la misión. Budiman Soreng y su familia se mudaron, para vivir entre las personas que evangelizarían. Establecer iglesias es siempre un trabajo arduo, pero cuando Budiman llegó al lugar designado, había una sangrienta lucha tribal en las calles, con decapitaciones y canibalismo.

Tiempo después, visité ese lugar. En ese período, Budiman había establecido tres congregaciones. Le pregunté cómo lo había conseguido. Se sonrió, y me dijo que comenzó predicando a las personas. Primeramente, oró: “Señor, prioriza el trabajo en mi corazón, para poder trabajar luego con las personas. Ayúdame a decir lo que Jesús diría”. Entonces, estudió la situación. Quería entender la cultura. Comenzó a hacer amistad con animistas, islámicos, budistas y cristianos. Jugó al fútbol, caminó y trabajó con ellos en las plantaciones de arroz.

Budiman comenzó luego a visitar los hogares, abría la Biblia y compartía el mensaje en el dialecto local. De acuerdo con el último informe enviado, años atrás, más de doscientas personas habían sido bautizadas. Con el trabajo de otros cuatro obreros, se han abierto cinco nuevas áreas. La clave para alcanzar el éxito, según Budiman, es la humildad. Me dijo algo que jamás olvidaré: “Aquí, tenemos un dicho: ‘Es necesario pisar el terreno’. Significa vivir e identificarse con el pueblo local”. Esa era una de las mejores descripciones del método encarnacional que haya escuchado.

El gran desafío que la misión enfrenta en áreas urbanas de rápido crecimiento es abrumador. Somos como David, al enfrentar a multitudes de Goliats. ¿Cómo podemos utilizar mejor nuestros recursos limitados, para alcanzar a esas personas? ¿Qué metodologías debemos intentar? ¿Cómo incluir a los diferentes grupos de personas, culturas, creencias religiosas y no religiosas? Budiman nos hace recordar dos principios fundamentales para la misión. Como discípulos de Jesús, no podemos contentarnos solo con un control remoto, que opera a la distancia, al realizar una obra rápida. Debemos orar, ser humildes y analizar las necesidades. Por sobre todo, debemos pisar el terreno.

El método de Cristo

Lógicamente, Budiman estaba siguiendo exactamente el ejemplo de Jesús, que no se contentó con permanecer en el cielo y ministrar a la distancia. Él descendió y “pisó el terreno de este mundo”. Se hizo uno de nosotros, y con nosotros. Fijó su morada entre nosotros. Bebió de la misma agua y comió de nuestro mismo alimento. Quebró las barreras sociales, culturales y religiosas entre él y nosotros (Efe. 2).

Elena de White resumió de manera fantástica el método de Cristo, que describió como el único que “dará éxito”. De acuerdo con ella, el Salvador:

* Se mezclaba con los hombres como quien deseaba hacerles bien.

* Les mostraba simpatía.

* Atendía a sus necesidades.

* Se ganaba su confianza.

* Los invitaba a seguirlo.[1]

Ella visualizó centros de evangelismo, a los que llamó “centros de influencia”, que serían establecidos en cada ciudad alrededor del mundo.[2] Esos centros deben motivar a los miembros a dejar los bancos de la iglesia y comprometerse con sus comunidades. Deben estar totalmente fundamentados en el modelo del ministerio de Jesús.

Según Elena de White, los centros de influencia incluyen restaurantes vegetarianos, centros de tratamientos naturales, cursos sobre hábitos saludables, Grupos pequeños, literatura y evangelización pública, a fin de conectarse con la comunidad.[3] Ella elogió el trabajo de la iglesia incipiente en San Francisco, a la que describió como “colmena”. Los miembros visitaban a “los enfermos y los necesitados”; buscaban hogares para los huérfanos y trabajo para los desempleados; visitaban cada casa; ofrecían cursos sobre vida saludable y distribuían literatura. Comenzaron una escuela para niños en el corazón de Laguna Street, y sustentaban una misión médica.

Al lado de la municipalidad, mantenían salas de tratamiento natural: el comienzo de lo que hoy es el Hospital de Santa Elena. En el mismo lugar, había una tienda de productos naturales. En el centro de la ciudad, tenían un restaurante vegetariano, que atendía seis días a la semana. En la bahía de San Francisco, enseñaban la Biblia a los marineros, a orillas del mar. Y, como si no tuvieran suficiente que hacer con esto, también promovían seminarios en las municipalidades.[4] Se mezclaban, demostraban simpatía, se ganaban la confianza y, luego, invitaban a las personas a seguir a Jesús.

Nuestra misión “urbana” no puede centrarse solo en atraer a las personas, como un imán espiritual, desde las calles hacia nuestras iglesias. Evidentemente, nuestros templos deben ser atractivos y amigables, ofrecer buena música y predicaciones cautivantes; tener programas y actividades interesantes. Pero el principal objetivo de la iglesia debe ser inspirar, entrenar y motivar a los miembros a salir de los bancos para interactuar con la comunidad. Sin embargo, nuestro énfasis, frecuentemente, se ha volcado “hacia adentro”. Así, otros han pasado al frente. Michael Baer escribió: “Cierta vez, pregunté a una cristiana en Indonesia por qué su país se había vuelto predominantemente musulmán […]. Ella me respondió que cuando los cristianos vinieron de Occidente […] construyeron complejos misioneros, iglesias, y esperaban que el pueblo indonesio fuera hasta allí. Los musulmanes, por el contrario, llegaron como comerciantes, trabajadores, negociantes o, sencillamente, vivieron entre las personas. Hoy, Indonesia es el país más musulmán del mundo. Entonces, ¡me imaginé cuán diferente hubiera sido!”[5]

De todos modos, nosotros también somos una iglesia. Cada punto del método de Jesús es vital. Deje de invitar a las personas a seguirlo, y tendremos un cortocircuito en nuestro ministerio. Descuide mezclarse con las personas, simpatizar con ellas, ministrar a sus necesidades, ganar su confianza, y neutralizaremos nuestra eficiencia, perderemos la credibilidad y fracasaremos en ser verdaderos discípulos.

¿Iglesia o institución social?

A lo largo de las últimas décadas, la mayoría de los australianos, religiosos o no, han mirado con aprecio al Ejército de Salvación, una de las instituciones más conocidas de mi amado país. Cuando era niño, recuerdo haber ido algunas veces a pedir donativos de puerta en puerta para la campaña anual de esa institución. Era una tarea fácil, y no recuerdo haber tenido una respuesta negativa.

Esa confesión religiosa es reconocida mundialmente por el trabajo a favor de los pobres y los necesitados. “En Australia, ocupa una posición sin precedentes, en términos de aceptación pública y popularidad para una iglesia cristiana”, según el intendente Gregory Morgan.[6] Por otro lado, el desafío para esa iglesia es ser reconocida como “iglesia”, y no solo como institución social; una iglesia que deseaba ávidamente revertir la declinación en número de miembros. Morgan comenta: “Todos nos aman, pero cada vez son menos los que desean unirse a nosotros”.[7] Y agrega: “Algunos temen que se pierda la dimensión evangelizadora de la misión; que el Ejército de Salvación irá por el mismo camino de otras venerables organizaciones filantrópicas, inicialmente establecidas bajo una misión espiritual, pero que perdieron el objetivo evangelizador”.[8]

¿Por qué ha sido desafiante para ellos hacer la transición desde el trabajo social hacia el “banco de la iglesia”? A veces, el Ejército de Salvación trabaja más “para” la comunidad que “con” la comunidad. Es difícil conseguir que alguien venga y que tome asiento a su lado en el banco, si siente que solamente se lo aborda como una cuestión de caridad. Nuestra misión urbana necesita ser de convivencia, encarnacional y de conocimiento del “suelo” en el que trabajamos. Donde sea posible, debemos unirnos a las organizaciones sociales, los programas y las actividades. La Iglesia Adventista no fue llamada para ser solo una institución social más. El modelo y la motivación espiritual para el ministerio debe destacar cada cosa que hacemos: cada plato de sopa compartido, cada seminario dictado, cada comida servida. Obviamente, es errado insinuar que alguien acepte nuestro mensaje antes de que le dispensemos el cuidado físico que necesita. Nuestro trabajo comunitario no nos obliga a separar la acción social del testimonio cristiano.

No debemos contentarnos solo con mezclarnos con ellos, demostrarles simpatía, cuidar de sus necesidades y ganar su confianza. Necesitamos orar con el fin de que el Espíritu Santo nos dirija en la etapa final: llevar a las personas a Cristo. Eso no es alguna clase de construcción artificial que colocamos por sobre las demás cosas, sino que fluye naturalmente a partir de las demás dimensiones del método de Cristo.

Para muchos posmodernos y seguidores de otras religiones en el mundo, la idea de “traspasar las puertas de una iglesia cristiana” es un tremendo obstáculo. Entonces, vamos a encontrarlos en su contexto. Los Grupos pequeños pueden reunirse en los hogares, en lugares públicos y centros de influencia. Pero ¿y si alguien no acepta a Jesús? ¿Vamos a desistir y cambiar hacia “un campo más promisorio”? Ciertamente, no. Usamos el método de Jesús porque él lo instituyó. Nuestra misión no debe estar condicionada a que las personas acepten a Cristo. Cuando rechazan la invitación de Jesús, él no las descarta, sino que continúa amándolas.

El Dr. David Paulson, quien junto con el Dr. John Harvey Kellog ayudó a crear el concepto holístico de la misión urbana en el siglo XIX, escribió: “El hombre que se interesa solo por aquellos que él imagina que se harán miembros de iglesia como resultado de su trabajo, encontrará cada vez menos oportunidades para su obra misionera; porque gradualmente desarrollará en los otros un espíritu de desconfianza y sospecha, lo que cierra cada vez más las puertas contra él. Por otro lado, el obrero que siente las necesidades de la humanidad en el corazón intentará ayudar a los ‘nueve leprosos’, aun cuando suponga, personalmente, que no frecuentarán su iglesia”.[9]

El desafío de la misión urbana no desapareció, ni disminuyó. Hoy, pueden existir muchos métodos nuevos y creativos para la misión urbana. Pero, si queremos obtener el éxito, deben estar fundamentados únicamente en el método de Cristo.

Sobre el autor: Director de Misión Adventista, de la Asociación General de la Iglesia Adventista.


Referencias

[1] Elena de White, El ministerio de curación, p. 102.

[2] ______________, Testimonios para la iglesia, t. 7, p. 114.

[3] El departamento de Misión Adventista está trabajando para rescatar el concepto de Elena de White sobre los centros de influencia. Visite www.lifehopecenters.org o www.AdventistMission.org.

[4] Advent Review and Sabbath Herald, 5 de julio de 1906, p. 8.

[5] Michael Baer, Business as Mission (YWAM Publishing, 1 de septiembre de 2006), p. 81.

[6] Ver http://www.armybarmy.com/JAC/article3-41.html, accedido el 3 de noviembre de 2012.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] David Paulson, Advent Review and Sabbath Herald, 5 de noviembre de 1901, p. 5.