Tener convicción del llamado divino es un excelente apoyo al ministerio, un motor que nos mueve para avanzar. Esta certeza hace que nuestras cargas sean más ligeras y convierte el servicio en una pasión. Sin embargo, es posible que algunos pastores no tengan la seguridad del llamado divino ni consideren el ministerio como la única vocación de su vida. Eso puede llevarlos a pensar que el ministerio es un trabajo común, algo que uno hace a cambio de un salario.
Hasta el siglo XVII, las iglesias protestantes consideraron el llamado al ministerio como un asunto estrictamente ligado a la soberanía divina. Por lo tanto, a muchos no les importaba el desarrollo intelectual ni el reconocimiento de la iglesia. Por otra parte, desde mediados del siglo XVII, las premisas religiosas comenzaron a ser reemplazadas por la razón. Se concluyó, entonces, que la formación para el ministerio era un asunto eminentemente académico y profesional, basado en la decisión racional de un individuo. Por supuesto, no todas las iglesias aceptaron esta noción y prefirieron luchar por mantener una visión bíblica y equilibrada respecto del ministerio.
Desde sus inicios, la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha buscado reflexionar, basándose en la Biblia y en los escritos de Elena de White, sobre la importancia de llamado al ministerio pastoral. Podemos reconocer algunos conceptos clave relacionados con este tema:
Origen y confirmación. El llamado al ministerio pastoral viene de Dios, y la iglesia realiza su confirmación, que testifica acerca de la idoneidad de los dones concedidos por el Señor a sus pastores. La Guía para Ministros dice: “Quienes reciben un llamado al ministerio del evangelio también reciben, al mismo tiempo, un llamado personal de Cristo. Además, aceptan una invitación de la comunidad eclesial, que reconoce la vocación y la reafirma empleando y acreditando al individuo para el ministerio pastoral. En ambos casos, el llamado viene de Cristo” (p. 10).
Responsabilidad. El apóstol Pablo escribió: “¡Ay de mí si no anunciara el evangelio!” (1 Cor. 9:16). No mostró ninguna duda ni inseguridad en su corazón. Su declaración expresa la convicción de alguien que no puede imaginar la vida sin cumplir la voluntad de Dios. Pablo conocía el peso de la responsabilidad de ser representante del Cielo, alguien que está dispuesto a llevar con alegría la misión de predicar el evangelio.
Capacitación. Es difícil concebir la idea de un entrenador de personas que no haya sido capacitado primero. Por lo tanto, es imperativo que el pastor se prepare para que, a su vez, pueda preparar a otros para el servicio. Dado que el ministerio y sus fines van más allá de cualquier capacidad humana, la persona elegida necesita el poder divino para realizar su obra. Ante este desafío, Dios no nos deja solos. Él nos da los dones y nos ayuda a desarrollarlos con excelencia.
Progreso. Dios quiere que los pastores experimenten un crecimiento continuo e integral, siendo testigos del poder de Dios en su vida. Este progreso constante inspirará a los miembros de la iglesia en la búsqueda del crecimiento en Cristo. Debemos reconocer que el progreso no es solo una necesidad, es también un sello distintivo del ministerio. El progreso continuo es prueba de un ministerio vivo.
Reconocimiento. El pastor no debe buscar o esperar reconocimiento por su trabajo. El reconocimiento de un ministerio eficaz será la respuesta natural de quien se sienta bendecido y dirigido por pastores consagrados al servicio de Dios. A su debido tiempo, el Señor manifestará el reconocimiento debido a sus ministros.
Hoy Dios quiere renovar su llamado en nuestra vida. Estoy convencido de que esta invitación no fue casualidad, ni fue un error, porque Dios jamás se equivoca. Creo en mi corazón que él cumplirá sus elevados propósitos en tu vida.
Sobre el autor: Secretario ministerial asociado para la Iglesia Adventista en Sudamérica.