El poder de Dios se manifiesta en los lugares más lejanos de la Tierra

En marzo de 2015, llegamos a las Islas Malvinas para la mayor misión de nuestra vida: evangelizar a un país secularizado y con muchos ateos, típico de la sociedad posmoderna.

 Clima frío, días nublados y vientos fortísimos durante la mayor parte del año parecen influenciar sobre el comportamiento de los isleños. Eso nos impactó cuando nos mudamos aquí. Los desafíos también parecían imposibles de superar, porque el nacionalismo y el preconcepto en contra de los inmigrantes son muy intensos.

 La guerra de las Malvinas, en 1982, comenzó cuando la República Argentina invadió y ocupó las islas, con la intención de restablecer su soberanía sobre ese territorio, que estaba dominado por el Reino Unido. El conflicto terminó con la rendición del ejército argentino. Centenas de soldados de ambos lados y tres habitantes de las islas murieron durante el combate. El hecho dejó heridas que parecen no querer sanar.

 Cuando llegamos, nuestro mayor objetivo era comprar una casa o un local en el que pudiéramos iniciar el trabajo. Orábamos y pedíamos sabiduría a Dios, pues en el país hay una ley que no permite que los extranjeros adquieran propiedades. Nuestras propuestas de compra fueron rechazadas en tres oportunidades por el Gobierno local. El sueño parecía imposible.

 Un día, mientras hacía compras en un supermercado, el gerente se me acercó y me preguntó: “¿Qué están haciendo aquí, en las islas Falklands (Malvinas)?”

 Le respondí que planificábamos adquirir una casa o un terreno para desarrollar actividades de ayuda social, con la intención de asistir a personas necesitadas.

 Con el rostro enrojecido, aparentemente nervioso e irritado, me dijo: “Ustedes jamás van a lograr comprar alguna propiedad aquí: ¡todo pertenece solamente a los isleños!” Salí de aquel establecimiento escandalizado por tanta arrogancia, pero confiando en que Dios es soberano y que sus designios serían establecidos.

 El abogado de la Reina (un profesional que trabaja para el Gobierno), en un almuerzo con un abogado adventista que frecuentaba nuestras reuniones, dijo: “Los adventistas pueden hacer de todo, pero jamás van a poder adquirir alguna propiedad en este lugar”.

 Intensificamos nuestros pedidos de oración y colocamos el problema en manos de Dios. Tres meses después, milagrosamente, fue aprobada la compra de una casa con un terreno enorme.

 ¡El Señor es increíble! Actualmente, conducimos un Grupo pequeño de amigos a los que les gusta escuchar sobre Jesús. Ellos dicen que se sienten bendecidos en nuestras reuniones y agradecen a Dios por tener un lugar donde alabar juntos al Padre. Muchas veces, ellos no logran contener la emoción y las lágrimas por la oportunidad de estar juntos, de confraternizar, de disfrutar momentos de paz y de alegría, en una región en la que el aislamiento y la soledad son muy grandes.

 Todo el país recibe la señal del canal Hope, nuestro canal de televisión internacional.

La directora de la empresa responsable por la instalación del receptor quedó impresionada, pues la señal del satélite no tiene fuerza para llegar a las islas. Ella intentó conectarse con otros canales comerciales, con la misma distancia, y ninguno funcionó; solamente el nuestro. ¡Cuán grande es nuestro Dios! ¡Aleluya!

 Durante el evangelismo de Semana Santa, tuve el privilegio de bautizar a una familia de seis integrantes, en Santiago, República de Chile. Los padres aceptaron el mensaje de la salvación en las islas Malvinas, y se lo transmitieron a sus hijos, quienes también recibieron al Señor Jesús como Salvador personal.

 No hay nada imposible para Dios. Su poder y su gloria se extienden hasta el fin del mundo; hasta este lugar donde estamos viviendo, tan cerquita de la Antártida.

 “Escuchadme, islas, y esfuércense los pueblos; acérquense, y entonces hablen […]. Las islas vieron, y tuvieron temor; los términos de la tierra se espantaron; se congregaron, y vinieron” (Isa. 41:1, 5, JBS). Su gracia y su amor lo alcanzan, querido pastor. Su mano lo ampara donde sea que usted esté. ¡Maranata!

Sobre el autor: misionero en las Islas Malvinas.