La postura del líder espiritual influye en el rumbo de su congregación.
Últimamente, he estado reflexionando en dos realidades importantes del ministerio pastoral. La primera es que ser un ministro de Dios es un alto privilegio, un gran honor. La segunda es que, a medida que el tiempo pasa, percibo más claramente los intentos del enemigo para destruir nuestro ministerio. Es como si sintiera, en el calor de la batalla espiritual, los golpes del adversario. A pesar de eso, podemos tener la certeza de que Dios suplirá todas nuestras necesidades y nos hará vencedores.
En el Antiguo Testamento, la mayoría de los líderes espirituales de Israel también fueron blanco de constantes ataques contra su liderazgo. Con todo, ellos nos dejaron un legado: su actitud.
Después de haber libertado a su pueblo del cautiverio egipcio, Dios lo condujo a Canaán, tierra que manaba leche y miel. Estaban cerca de recibir el cumplimiento de la promesa cuando, en el desierto de Parán, el Señor pidió representantes de entre el pueblo para espiar la tierra.
Dios ordenó que Moisés seleccionara representantes de entre las tribus: “De cada tribu enviarás a un líder que la represente” (Núm. 13:2, NVI). Aproximadamente dos millones de israelitas, entre hombres, mujeres y niños, habían salido de Egipto. Ese inmenso grupo estaba dividido en doce tribus. Cada una de ellas tenía su representante. Así, cada espía representaba cerca de 165 mil personas. Esos hombres debían ver las maravillas de la Tierra Prometida y animar al pueblo cuando volvieran.
¡Qué privilegio poder representar a 165 mil personas! Como pastores, también recibimos ese honor. Tal vez seamos el único pastor representante de nuestra ciudad natal. Tenemos muchos municipios en Sudamérica con menos de 165 mil habitantes. Por eso, considera el peso de la responsabilidad de tu llamado.
Algunos de nosotros estamos viviendo lejos de nuestra familia, nuestros parientes y amigos de la infancia. Hemos estado tanto tiempo sirviendo a Dios en lugares distantes que terminamos perdiendo un poco del vínculo con nuestras raíces. Sin embargo, Dios nos ha usado para ser una bendición como sus representantes ante su pueblo. La ciudad en la cual ahora estamos ejerciendo nuestro ministerio es nuestra nueva “tribu”, es la ciudad que representamos. Algunos de nosotros cuidamos de un distrito pastoral compuesto por varias ciudades, y eso aumenta nuestra responsabilidad ante Dios.
Así como aquellos doce espías, nuestro deber como representantes de los miembros de la iglesia es “espiar” la Tierra Prometida diariamente, por medio del estudio personal de la Biblia, de los momentos de oración y de nuestra relación con Cristo. Debemos mantener nuestro foco en la promesa de la Segunda Venida, a fin de animar y exhortar a nuestra “tribu” a tener fe suficiente para entrar en la Canaán celestial. No podemos dejar que la acumulación de trabajo o la búsqueda frenética de las cosas materiales ofusque la razón primordial de nuestro ministerio: preparar a un pueblo para el regreso de Jesús.
El regreso
Canaán era una tierra maravillosa. Fueron necesarios dos hombres para cargar un racimo de uvas. Con todo, había algunos desafíos peculiares allí. Los gigantes moraban en esa región; la tierra estaba poblada por amalecitas, heteos, jebuseos, amorreos y cananeos; las ciudades eran muy grandes y tenían murallas gigantes.
Al mirar los desafíos, diez de esos espías trajeron un informe pesimista al pueblo, y ese informe desmotivó a los israelitas. ¡Esos hombres fueron capaces de influir negativamente en dos millones de personas!
¿Cuál ha sido tu actitud frente a los desafíos? ¿Eres optimista o pesimista? Los constantes problemas que necesitamos resolver, la impaciencia y la incomprensión de algunos hermanos, entre otros factores, pueden influir en nosotros para volvernos pesimistas y amargos. Sin embargo, no podemos contaminarnos con ese tipo de comportamiento.
Tú desempeñas un papel fundamental en tu distrito o en cualquier otra área de actuación. Tus ovejas serán un reflejo de tu actitud como pastor. En el caso de los diez espías, la influencia no fue de las mejores, pues el pueblo comenzó a reclamar contra Moisés (Núm. 13:30).
Aunque la mayoría de esos hombres se dejó influenciar negativamente, la última parte del versículo destaca la actitud positiva de Caleb: “Caleb hizo callar al pueblo ante Moisés, y dijo: ‘Subamos a conquistar esa tierra. Estoy seguro de que podremos hacerlo’ ” (NVI). Caleb no miró las dificultades, sino las posibilidades de victoria ante aquella situación. ¿Qué produjo la diferencia en Caleb? Tal vez su intimidad con Dios, pues su actitud refleja un principio de la Palabra: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom. 8:31).
Otro detalle interesante es que, aunque diez hombres perjudicaron drásticamente a dos millones de personas, fue necesario solamente un hombre para traer nuevamente la esperanza para toda la nación. Un pastor optimista vale por diez líderes pesimistas.
Tal vez tú estés trabajando en una realidad pesimista; sin embargo, puedes marcar la diferencia, y Dios espera esa actitud.
El rechazo
Después de algún tiempo, los israelitas comenzaron a reclamar a Moisés por causa del informe de los diez espías. La rebeldía era tal que decidieron escoger otro líder que los llevase de vuelta a Egipto.
Aunque Moisés estaba haciendo lo mejor, el pueblo no entendió. A veces las personas hieren al líder, pero nuestro compromiso principal no es con ellos, sino con Dios. Eso nos motiva a continuar realizando su voluntad, a pesar de las incomprensiones.
Los israelitas estaban diciendo que la esclavitud en Egipto era mejor que la libertad en el desierto. La iglesia debe comprender que, sin importar lo que suceda, siempre será mejor estar en libertad con Dios, a pesar de los sufrimientos, que en esclavitud en el territorio del pecado.
La actitud del líder
Moisés podría haber recordado a los israelitas rebeldes a todo lo que había renunciado para conducirlos a la Tierra Prometida, pero él se postró frente al pueblo y oró a Dios.
Nosotros predicamos sobre la oración y hablamos constantemente acerca de ese asunto, pero ¿hemos usado esa herramienta en nuestras batallas espirituales? En momentos de crisis, ¿hemos hecho de la oración nuestra salvaguardia contra el mal? ¿Hemos pasado tiempo suficiente con Dios?
La oración fue la llave para solucionar ese problema. Inmediatamente después, Dios inspiró a otro hombre a colocarse en pie y animar al pueblo: Josué.
El foco adecuado
Josué se levantó y habló con convicción de que la región era buena. Destacó algo que marcó toda la diferencia: “Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará” (Núm. 14:8).
Josué sabía que había gigantes en Canaán, pues vio a varios de ellos al espiar la tierra. Él sabía que los israelitas no tenían ninguna preparación para la guerra. De hecho, la única herramienta que sabían manejar bien era la azada. Sin embargo, Josué también sabía que el éxito para conquistar ese territorio no dependía de las habilidades del pueblo, sino de la confianza en el poder divino.
¡Qué actitud! ¡Qué líder! Hoy en día, necesitamos líderes como Josué. Hombres consagrados al Señor que tengan conciencia de que el éxito en las cosas espirituales no depende de nuestras habilidades, sino del poder de lo Alto. Dios hará en nuestro favor lo que jamás podríamos hacer solos.
¿Cuál ha sido nuestra actitud como líderes espirituales? Es claro que eso no excluye la preparación personal; Dios espera eso de nosotros. Sin embargo, el Señor prefiere trabajar con un siervo humilde y sin muchas habilidades, pero que se coloca en sus manos, que trabajar con alguien repleto de habilidades, pero que sea orgulloso y arrogante.
Nuestra actitud ante Dios y los hombres determinará nuestro éxito o nuestro fracaso. El Señor espera que sus ministros sean como Josué y Caleb: líderes de actitud. Así como ellos influyeron en el pueblo y lo condujeron rumbo a la Canaán terrenal, Dios cuenta con nosotros para conducir a su pueblo a la Canaán celestial.
Sobre el autor: líder del Ministerio Joven, Música y Comunicación de la Asociación Norte Catarinense, Rep. del Brasil.