Lecciones de los oficios israelitas del Antiguo Testamento para líderes del siglo XXI.
En el Antiguo Testamento, es posible encontrar cuatro modelos de liderazgo que sirven de inspiración para el ministerio pastoral: sacerdotal, monárquico, profético y sapiencial. La percepción y la integración equilibrada de esas referencias proveen una base bíblica para la comprensión y el ejercicio del ministerio pastoral.
El modelo perfecto
Al lanzar una mirada panorámica sobre el Nuevo Testamento, notamos que en la persona y en el ministerio de Jesús todos esos modelos se encuentran y se cumplen. Cristo es el sumo sacerdote por excelencia, como afirma la carta a los Hebreos. Cristo es el Rey que procede del linaje de David, como es revelado en la genealogía presentada por Mateo. Cristo es el Profeta, cuya misión incluye el cumplimiento del oficio profético. No nos olvidemos del sermón escatológico (Mat. 24), en el que Jesús abre las cortinas del futuro frente a sus discípulos en una visión apocalíptica de la historia. Cristo es el Sabio. Muchas parábolas registradas en los evangelios son eco de la sabiduría presente en el Antiguo Testamento.
Jesucristo es el Modelo perfecto para inspirar y dirigir a nuestro rebaño. El apóstol Pablo comprendió el ministerio como una extensión de la muerte y la resurrección de Cristo. Por lo tanto, eso implica una muerte diaria a las cosas más codiciadas por nuestra cultura y un aumento diario de la presencia de Jesús entre nosotros.
Con una visión cruciforme de ministerio, tenía sentido para el apóstol Pablo exhortar a sus congregaciones a que no se desanimaran. Las dificultades de la labor pastoral no son consecuencia del clima cultural en el que es vivenciada. Tanto las tristezas como las alegrías son consecuencia del propio ministerio.
Ellas ocurren como inevitable subproducto de una conexión orgánica del pastor con la muerte y la resurrección de Cristo. Nadie que dice: “Fui crucificado con Cristo” puede atribuir sus luchas o sus victorias al contexto sociopolítico en el que ejerce su ministerio. A primera vista, la teología cruciforme del ministerio parece un fardo para el pastor. Sin embargo, en realidad, ella lo libera de las normas convencionales de éxito, de felicidad y de poder. El énfasis en la Cruz y en la resurrección no es la fuente de aflicción del ministerio. De hecho, es su medio de liberación, pues ofrece un centro de gravedad que mantiene el ministerio girando alrededor de Cristo. Un pastor es un generalista, no por ser miembro de una profesión útil, sino porque el Crucificado y Resucitado lo liberó para aplicar el evangelio a toda y cualquier circunstancia. La gloria del ministerio viene de la redención realizada en Cristo Jesús. Gracias a él, el llamado que oímos no es apenas: “¿Dónde estás?”, sino también: “¡Sígueme!”
Al seguir a Cristo como Sumo Sacerdote en el Santuario celestial, al someterse a él como Rey y Salvador, al seguir las instrucciones del mayor de todos los profetas, al recibir en la vida la sabiduría de Dios, el pastor queda apto para ejercer un ministerio cuyos resultados no son aprobados solamente por líderes humanos, sino por el Cordero de Dios, el supremo pastor (1 Ped. 5:4). Cuando entremos por los portales de la Nueva Jerusalén, los verdaderos ministros estarán acompañados de las multitudes que ellos tuvieron la oportunidad de conducir al Señor.
Modelo sacerdotal
En la dedicación del sacerdote al servicio del Santuario, encontramos algunos principios teológicos que deben dirigir aspectos importantes del ministerio pastoral. Dos de ellos se destacan. En primer lugar, era requerida pureza de los que oficiaban en el tabernáculo israelita. En el rito de consagración al sacerdocio, Dios ordenó que Aarón y sus hijos fuesen lavados con agua (Lev. 8:6), para posteriormente recibir la sangre del sacrificio sobre la punta de la oreja derecha, del pulgar de la mano derecha y el pulgar del pie derecho (Lev. 8:23). Eso significaba que el escuchar, el actuar y el andar del sacerdote debían ser dedicados completamente a Dios.
Este acto simbolizaba la pureza de carácter exigida de los que sirven a Dios y a su iglesia. Vivimos en este mundo impuro, y somos atacados con diversos llamados al pecado y a las más bajas pasiones carnales. La pornografía vehiculada en Internet ha destruido hogares y ministerios. En los Estados Unidos, por ejemplo, existe una organización con el propósito exclusivo de ayudar a pastores adictos a la pornografía virtual. Nunca debemos olvidarnos de que lo virtual es solo el primer paso para lo real, material y físico. El modelo sacerdotal apunta hacia el compromiso inalienable con la pureza ética y moral de aquellos que ministran en nombre del Señor.
El segundo aspecto es derivado del rito de derramar el aceite de la unción sobre el Tabernáculo, sobre sus muebles y, también, sobre la cabeza de Aarón y sus hijos (Lev. 8:12). Además de esto, las vestimentas sacerdotales eran elaboradas con los mismos tejidos usados para confeccionar las cortinas del Tabernáculo (Lev. 39:1-5). Eso demostraba la identificación entre los sacerdotes y el Santuario. De esa manera, todos los aspectos y las dimensiones de la vida del sacerdote estaban conectados a la realidad del Santuario y sus ministerios. La implicación de eso es clara: el verdadero pastor está identificado y comprometido con la misión de la iglesia que lo llamó para el servicio.
Modelo monárquico
El segundo modelo que encontramos en el Antiguo Testamento, que sirve como inspiración para el oficio pastoral, viene de la institución de la monarquía. Trajo contribuciones para las áreas de liderazgo y administración eclesiástica. Cabe resaltar, sin embargo, que el modelo monárquico, de acuerdo con el ideal bíblico, no se fundamenta en el uso arbitrario del poder y de la autoridad, sino en la sumisión incondicional del rey a la voluntad de Dios revelada en su Palabra. En Israel, a diferencia de lo que ocurría en otras naciones del antiguo Oriente Medio, el rey no era divino y no estaba por encima de la ley; al contrario, era sumiso a ella. En el contexto de la Biblia, el monarca ideal es aquel que pauta su administración por la justicia y por la obediencia a Dios.
El ministerio requiere un profundo sentido de administración y liderazgo. Es necesario dirigir comisiones, elaborar y ejecutar planes, coordinar la construcción de iglesias y escuelas, y además motivar a las personas para que cumplan metas y programas. Esas responsabilidades pueden dar la falsa impresión de que son seculares, o menos espirituales, que otras tareas pastorales.
En síntesis, el modelo monárquico nos enseña que las actividades administrativas deben ser ejecutadas dentro de los parámetros de la vocación ministerial, en actitud de obediencia y sumisión a los principios de la Palabra de Dios.
Modelo profético
La tercera referencia es el modelo profético. Es difícil definir y explicar en pocas palabras la gama de actividades proféticas registradas en el Antiguo Testamento. Para simplificar, podemos decir que los profetas eran portavoces de Dios, que llamaban al pueblo a la renovación de la Alianza. Algunos llegan a afirmar que los profetas, principalmente los escritores, eran los promotores de la Alianza en el sentido judicial de la palabra. En virtud de eso, a veces la misión profética era extremadamente inconfortable, pues exigía del mensajero entrega incondicional de la vida en las manos de Dios y obediencia absoluta a sus exigencias.
La alegría de algunos al recibir el llamado al ministerio parece demostrar que no conocen las responsabilidades y los desafíos de la labor pastoral. Algunos corren el riesgo de ver al ministerio como una escalera para el ascenso social. Otros ambicionan liderar un departamento o alcanzar una posición administrativa en la obra del Señor.
La dimensión profética del ministerio es una advertencia. No siempre el pastor estará en la iglesia o en la ciudad de sus sueños. Como consecuencia, eso demandará sacrificios que van a incluir a su familia. Fue así con Amós. Él era natural de Judá, pero Dios lo comisionó para que ejerciera su ministerio en el reino del Norte. En una de sus predicaciones, enfrentó a Amasías, un falso profeta profesional, pagado por el rey para decirle lo que quería escuchar. Amasías se molestó con Amós y le ordenó: “Vidente, vete, huye a tierra de Judá, y come allá tu pan, y profetiza allá; y no profetices más en Bet-el, porque es santuario del rey, y capital del reino”. A lo que Amós le respondió: “No soy profeta, ni soy hijo de profeta, sino que soy boyero, y recojo higos silvestres. Y Jehová me tomó de detrás del ganado, y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo Israel” (Amós 7:12-15). Como Amós, el pastor debe tener conciencia de su llamado y estar listo para servir a Dios donde él mande.
Modelo sapiencial
Los sabios del mundo antiguo generalmente estaban en el palacio de los reyes y servían como consejeros. En el libro de Proverbios, son mencionados como aquellos que enseñan por medio de enigmas y parábolas. La Biblia menciona, entre otros, a los sabios de Egipto, a la mujer sabia de Tecoa, a Daniel y, más que cualquier otro, a Salomón, el rey que recibió del Señor la sabiduría como una dádiva especial. En las Sagradas Escrituras, toda una sección está dedicada a la literatura sapiencial. En esta sección encontramos los libros de Job, Proverbios y Eclesiastés. Además de esto, varios Salmos son considerados sapienciales, comenzando con el Salmo 1. Este texto llama feliz, bienaventurado, a aquel que tiene “placer […] en la ley del Señor”, y en ella medita “de día y de noche” (Sal. 1:2).
En Proverbios, Salomón da este consejo que se aplica a pastores contemporáneos: “Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros; entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios, porque Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia” (Prov. 2:1-6).
El modelo sapiencial provee un correctivo para la visión pragmática que reduce el ministerio pastoral al servicio práctico y considera la actividad intelectual como algo de menor importancia. En la cosmovisión bíblica, servimos a Dios no solamente con las manos, sino también con el intelecto. Un pastor no debe contentarse con el estancamiento intelectual. Debe dedicarse a leer y a comprender los escritos inspirados, así como debe invertir tiempo y recursos en la adquisición y la lectura de buenos libros. De esa manera, la iglesia será correctamente alimentada por pastores sabios, y no por líderes obtusos que no hacen más que entretener a la congregación con los últimos chistes sacados de Internet.
Sobre el autor: director del Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.