Los pastores generalmente hablamos del llamado de Dios, y de cómo cuando Dios llama él capacita. De una forma u otra, él nos rescató del mundo y nos apartó para que seamos sus ministros. Con el transcurso de los años, corremos el riesgo de olvidar ese llamado. Por eso, quiero compartir contigo mi testimonio, y espero que sea de inspiración para tu ministerio.

Cuando mi familia se hizo adventista, yo tenía cinco años de edad. Vivíamos en la ciudad de Apóstoles, en la provincia de Misiones, República Argentina. Pero, tristemente, cuando llegué a la adolescencia abandoné la iglesia. Creía que mi vocación de servicio estaba en las fuerzas armadas. Estudié para ser oficial de policía, y me dediqué al perfeccionamiento profesional. Así, participé en capacitaciones del Grupo de Operaciones Especiales (GOE) del Ejército Argentino, y en cursos con tropas de SWAT de los EE.UU., entre otros.

Luego de diez años de servicio, me di cuenta de que mi vida estaba vacía. Tenía todo lo que quería: poder, jerarquía y dinero; pero no era totalmente feliz. Cierta noche, no podía dormir. Era de madrugada, y tuve la impresión de haber oído la voz del Espíritu Santo. En ese momento, pasó toda mi vida frente a mí como en una película. Observé a mi esposa, quien dormía plácidamente y a quien había hecho sufrir por mis actitudes erradas. Pensé en mis padres, y en cuánto debían estar sufriendo por estar yo tan lejos de Dios.

Esa noche, en dos momentos tomé mi arma para quitarme la vida. Pero, al mismo tiempo sentía deseos de abrir el corazón a Dios. Con el correr de las horas, fui sintiendo alivio y paz, como si se me estuviera sacando un peso de encima. Esa experiencia me llevó a disfrutar de una nueva relación con el Creador.

A los treinta años, sentí el llamado de Dios para cursar Teología y ser pastor; mi esposa, Myriam, y yo aceptamos su llamado. El primer año en la Facultad de Teología fue una prueba de fuego para mí; pero el Señor, en su infinita misericordia, se encargó de enviar personas que siempre me animaron a seguir.

Querido colega, sea cual fuere tu función: pastor de distrito, capellán, administrador o profesor, no olvides que Dios te llamó, y que estás donde estás porque él tiene un plan para tu vida. Allí, desde tu lugar, tienes que ser un canal de bendición para las personas.

El apóstol Pablo dice: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:7, 8).

Lamentablemente, por diversos motivos, vi caer a varios compañeros de estudios y de ministerio a lo largo del camino, por alguna u otra razón. Pero si en este momento estás pasando por una crisis familiar, económica, espiritual, vocacional, de salud, u otro motivo, no dejes de confiar en Dios. Recuerda que fue él mismo quien te llamó para pastorear su rebaño y cumplir su misión. Sea lo que fuere que estés enfrentando, Dios lo puede solucionar. En este momento de la historia, el Señor necesita un ejército de pastores, como los valientes de David.

Mi deseo es que Dios bendiga ricamente tu ministerio, y que juntos podamos llegar a la Canaán celestial, habiendo cumplido con la misión que nuestro Maestro nos dejó. ¡Nos vemos allá!

Sobre el autor: pastor en Jardín América, provincia de Misiones, Rep. Argentina