Mi deseo de ser pastor comenzó cuando tenía diez años. Vivía en un barrio rural, en una comunidad alemana, predominantemente luterana, entre las ciudades de Campinas e Indaiatuba, en el Estado de San Pablo (Rep. del Brasil). Ocasionalmente, el pastor luterano venía desde Campinas para visitar a los fieles de nuestra congregación. Como yo conocía bien la comunidad, siempre lo acompañaba en las visitas. Así fue que comenzó a gustarme esa actividad de visitar a las familias de la iglesia y orar por ellas.

Tiempo después acepté el mensaje adventista y fui bautizado por el pastor Ese Girotto, quien cierto día me dijo: “Tú debes estudiar en nuestro colegio, interno. Tú puedes ser un pastor”. Yo no sabía qué era ser interno en un colegio, pero la propuesta hizo revivir en mí aquel sueño de adolescente.

 En 1969 comencé a estudiar en el Instituto Adventista Campineiro, actual UNASP (Universidad Adventista de San Pablo), campus Hortolandia, de donde me fui en 1976, ya casado, hacia el seminario teológico del Instituto Adventista de Enseñanza (actualmente, UNASP – campus San Pablo). En mis dos últimos años del IAE, trabajé en el departamento contable; pero, sintiendo el llamado, dejé una carrera promisoria en busca de un sueño: ser pastor.

 Ruth, mi esposa, era secretaria de la sede administrativa de la Iglesia Adventista para el Estado de San Pablo. Nuestra idea era que ella continuara trabajando mientras yo estuviera en el seminario, pero Dios tenía otros planes. Fue cuando recibimos la invitación para cuidar del hogar de ancianos que la iglesia mantenía. Después de tres años, decidimos dejar la administración de la entidad para poder concluir el curso de Teología en cuatro años. Poco tiempo después, fui llamado como uno de los preceptores auxiliares en el hogar de varones del IAE.

 En 1980 concluí mis estudios. Para ese momento, mis dos primeros hijos, Ellen y Samuel, ya habían nacido, y había llegado la hora de iniciar una nueva fase en nuestra familia, y en nuestro ministerio. Una peculiaridad de mi trayectoria es que siempre fui pastor en mi Estado natal, San Pablo. Mi primer distrito pastoral fue Porto Feliz. Aunque haya estado allí apenas un año, tuve la oportunidad de implantar cuatro iglesias en diferentes ciudades. Al año siguiente, 1982, fuimos transferidos a Presidente Prudente, del otro lado del Estado. ¡Un tremendo desafío! Catorce iglesias… y una serie de desafíos administrativos. A pesar de eso, logramos bautizar a más de sesenta personas en aquella región.

 De Presidente Prudente fuimos trasladados a Avaré, y seguidamente a San Juan de la Buena Vista. En esta ciudad nació nuestra hija más pequeña, Kristyellen. Después, asumimos el distrito de Jundiaí. Cierto día, mientras me dirigía a un concilio, fui sorprendido con un llamado para ser preceptor en el Instituto Adventista San Pablo, colegio en el que había comenzado mi trayectoria en la Obra. Permanecimos allí durante dos años y medio.

 Del IASP fuimos a Mogi Guaçu. En este lugar me sentí realizado, pues todos mis hijos estaban con nosotros, involucrados en las diversas actividades de la iglesia, como el Club de Conquistadores y grupos musicales. De allá, seguimos hacia Araras, y una vez más fuimos sorprendidos con un trabajo diferente. Frente a la necesidad de un matrimonio pastoral que cuidara de un hogar infantil en Hortolandia, aceptamos el desafío de asumir esa responsabilidad. Fueron dos años comprometidos con ese ministerio.

 Cuando la nostalgia de pastorear iglesias ya apretaba el corazón, recibimos un llamado para asumir el distrito de Indaiatuba. A partir de ese retorno, nuestro ministerio siguió orientado en liderar iglesias hasta la jubilación, en 2013.

 Personalmente, no logro recordar cuántas personas bauticé en mi ministerio, pero siempre estuvimos concentrados en la misión. Si comenzara mi trayectoria nuevamente, confiaría más en las personas y delegaría más trabajo en cada una de ellas. Dios concede dones maravillosos a los miembros de su iglesia, y lamento no haber prestado mayor atención a ese asunto. A veces, quise hacerlo todo solo… Fue un error. ¡Discipular, confiar, delegar y motivar es el secreto del éxito!

Desgraciadamente, poco antes de cumplir dos años de jubilación perdí a mi esposa, la compañera de mi vida, en un trágico accidente de auto. Ese acontecimiento me sacudió profundamente. Casi cayendo en la depresión, con la ayuda de Dios y el apoyo de mi familia, fui poco a poco levantándome.

 En su infinita bondad, el Señor preparó una esposa para mí.

Actualmente estoy viviendo una nueva fase, al lado de Marizete. Somos activos en nuestra iglesia y, cuando soy invitado, voy a predicar a otros lugares. Juntos trabajamos para apresurar la venida de Cristo. Nuestro deseo es que él nos encuentre ocupados cuando regrese.

Sobre el autor: pastor jubilado, vive en Hortolandia, San Pablo, Rep. del Brasil.