El principio de Sola gratia es un recordatorio de que la salvación no depende de méritos humanos, sino que se fundamenta en Jesús

El principio de Sola gratia, uno de los pilares fundamentales de la Reforma, es una expresión latina que significa “solo por gracia”. Afirma que el ser humano es salvo únicamente por iniciativa divina, a través de Jesús, sin la mediación de ningún mérito humano.[1] En el campo de las religiones comparadas, este concepto emerge como único en contraste con las creencias no cristianas, en particular al constituir a Jesús como el centro de esta obra salvadora.[2] Así, no existe gracia sin Jesús, y aún más si su sacrificio en la Cruz no es proclamado.

El propósito de este artículo es exponer el principio de Sola gratia en la Epístola a los Romanos. Esta carta no solo condensa el plan de salvación con claridad, sino además expone claramente el significado de gracia.

Romanos y el principio de sola Gratia

En Romanos 3:21 al 26 se resume en forma completa el plan de Dios para salvar al mundo. La justicia de Dios, declara Pablo, se ha manifestado por medio de la fe en Jesús (Rom. 3:21, 22). Esto significa que Dios trata al pecador como una persona inocente, declarándola justa “mediante la redención que es en Cristo Jesús” (3:24-26).[3]

Si Dios pasa por el alto el pecado de todo aquel que cree en Jesús, esto implica que el acto redentor divino prescinde de las obras humanas. Es un regalo, una gracia. De esta manera, para entender el principio de Sola gratia es necesario primero hacer notoria nuestra culpabilidad.

Romanos y la condición de la humanidad

Es clave, dentro del pensamiento paulino, reconocer que la justicia humana no tiene cabida dentro del plan de salvación (cf. Sal 51:5; Ecl. 7:20; 1 Juan 1:10). Pablo asevera: “Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:22, 23). Para los lectores de la carta, esta apreciación negativa del ser humano, en términos universales, no es nueva. Esto, porque Pablo ha disertado sobre el estado pecaminoso de la naturaleza humana en los pasajes precedentes de su Epístola (1:18-3:20).

A este respecto, Romanos 3:9 es un versículo clave. En este pasaje, Pablo declara que la humanidad toda, representada por gentiles (1:18-32) y judíos (2:17-3:8), está “bajo pecado” (hyph’ hamartian; 3:9). La expresión “bajo pecado” no significa que hombres y mujeres sean pecadores solo porque cometen actos pecaminosos. El pecado, en la visión paulina, no es solamente un “acto ilegal”, sino también un “poder” al que cada ser humano está sometido.[4]

Toda vez que la preposición griega hypo, que se traduce como “bajo” en Romanos 3:9, va seguida de un sustantivo acusativo (hyph’ hamartian), describe situaciones en las que el sujeto no es libre, sino que está bajo el dominio de algo o de alguien (cf. Luc. 7:8; Mat. 8:9; 1 Cor. 9:20; Gál 3:10, 22, 25; 4:2, 4; 5:18).[5] La noción de pecado en Romanos claramente apunta en esa dirección. Aquí, el pecado esclaviza al ser humano (6:6); reina sobre su cuerpo (6:12); y tiene el poder de subyugar su vida (6:14).[6] En este sentido, el pecado ejerce su dominio sobre hombres y mujeres desde su centro interior, impregnándolos por completo (7:17; cf. Mat. 15:19; Mar. 7:20-22).[7]

Usando diferentes porciones de la Biblia hebrea (Sal. 5:9; 10:7; 14:1-3; 36:1; 53:1-3; 140:3; Isa. 59:7, 8), Pablo subraya el estado dramático de la humanidad (Rom. 3:10-18). En la visión bíblica, arguye el apóstol, no existe ninguna persona justa (3:10). De hecho, nadie busca a Dios (3:11), y nadie hace lo bueno; ni siquiera uno (3:12).

A fin de hacer aún más explícita esta condición adversa, Pablo emplea la imagen del cuerpo humano (3:13-18). La primera figura de este cuadro simbólico está vinculada con el acto de hablar, que Pablo estructura en una cadena conceptual que va desde adentro hacia afuera (3:13, 14).[8] El recorrido se inicia en la garganta (“Sepulcro abierto es su garganta”), y continúa con la lengua (“Con su lengua engañan”), los labios (“Veneno de áspides hay debajo de sus labios”) y finaliza en la boca (“Su boca está llena de maldición y de amargura”). La función conjunta de estos miembros permite que hombres y mujeres se comuniquen. Esta comunicación, sin embargo, se expresa de manera hostil, acentuando que el origen de la maldad verbal, y actitudinal, forma parte intrínseca del discurso humano.

Luego, el movimiento del pensamiento paulino avanza hacia el extremo opuesto de los órganos vocales. Concentrándose primero en los pies (3:15-17), vuelve rápidamente a la cabeza; esta vez a los ojos (3:18).[9] Al retratar los pies (3:15-17), Pablo emplea imágenes que exhiben acciones humanas violentas (“Sus pies se apresuran para derramar sangre”). En tanto, al mencionar los ojos, Pablo acusa a la humanidad de “no temer a Dios” (3:18). En uno y otro caso, el pecado humano se centra en la motivación de un corazón corrompido, alejado de Dios, y que se concentra en actos perversos (cf. Gál. 5:19-21).

En consecuencia, valiéndose de la figura de los órganos superiores e inferiores de la constitución humana, Pablo señala que cada uno de nosotros está corrompido desde la cabeza hasta los pies. Es una depravación total; sin excepción (3:19). Basada no solo en actos perversos, sino también en una naturaleza corrupta, con tendencia al mal.

Romanos y la gratuidad de la gracia

Esta condición tétrica, que nos priva de la gloria de Dios (3:23), no es impedimento para que el Señor tome la iniciativa de salvarnos, ya que, como Pablo declara, los seres humanos somos justificados “gratuitamente”, por gracia (3:24). Un examen de los vocablos “gratuitamente” y “gracia” contribuirá para que el principio de Sola gratia sea expuesto en su totalidad.

El adverbio “gratuitamente” es la traducción del vocablo griego dōrean. Es usado en la Septuaginta (Gén. 29:15; Éxo. 21:2, 11; Núm. 11:5)[10] y en los escritos de Josefo (Josefo, A.J, 5.2.3; 8.6.1)[11] para describir ocasiones en que las personas reciben algo sin mediar pago alguno (cf. Mat. 10:8; 2 Cor. 11:7; 2 Tes. 3:8; Apoc. 21:6; 22:17).[12] Expresado de otra manera, el vocablo describe un regalo gratuito.

El sustantivo “gracia”, por su parte, comprende la traducción del término griego charis. El vocablo puede significar más de una cosa. En el Nuevo Testamento, por ejemplo, charis se puede entender en el sentido de agradecimiento (Luc. 17:9; 1 Cor. 15:57); palabras hermosas (Luc. 4:22); favor (Hech. 24:27; 25:9), regalo (1 Cor. 16:3); mérito (Luc. 6:32); privilegio (2 Cor. 8:4); y estima (Hech. 2:47),[13] entre otros.[14]

En la Septuaginta, si bien existen casos en los que el término comprende significados diversos (Sal. 44:3 [45:2]; Prov. 1:9; 4:9; 5:19), se emplea mayormente en el sentido de favor (1 Sam. 1:18; 16:22; 2 Sam. 14:22; Rut 2:2, 10, 13; Est. 8:5).[15] Sin embargo, para que este significado cobre fuerza, charis debe verter la locución hebrea hēn, que opera usualmente en el sentido de favor. En ocasiones, además, charis, y su contraparte hēn, representan un favor inmerecido. Como en el caso de Noé y de Moisés, quienes fueron seleccionados entre un grupo mayor de personas para cumplir un propósito específico (Gén. 6:8; Éxo. 33:17). Aquí es Dios quien toma la iniciativa, otorgando a Noé y a Moisés un regalo que se origina únicamente en él.

Siguiendo el patrón argumentativo de Pablo en Romanos 3:21 al 26, la comprensión de ambos vocablos en su contexto semántico apunta a que la justicia de Dios es un obsequio. Pablo, al señalar que la justificación del creyente ocurre “gratuitamente” por “gracia”, intenta resaltar que la justicia divina, que es otorgada “mediante la redención que Cristo Jesús efectuó” (Rom. 3:24, NVI), no se debe a algún acto meritorio en que hayamos incurrido. Las obras de la Ley, dentro de esta ecuación, son inútiles (3:27, 28). Esto, porque somos declarados justos al creer en Jesús (3:24). Esto significa que los delitos de nuestra vida sin Cristo son condonados sin que por nuestra parte hayamos cancelado deuda alguna, y sin que lo merezcamos. La deuda fue pagada por Jesús (3:24; 4:24, 25). De este modo, es un acto de fe cimentado únicamente en la Sola gratia de Dios.

Abraham, señala Pablo, creyó antes de que fuera circuncidado. El “creer”, declara la Escritura, le fue contado por justicia (Gén. 15:6; Rom. 4:1-3). La fuente de justicia, entonces, no fueron sus obras (la circuncisión), sino la gracia del Señor. Del mismo modo, Pablo cita a David, quien alaba a Dios por atribuir a hombres y mujeres justicia sin obras (Rom. 4:6). Para esto cita el Salmo 32, subrayando que el perdón no es resultado del comportamiento humano, sino que es un acto asentado en la gracia divina (Sal. 32:1, 2). En este Salmo, es Dios, no el hombre, quien perdona la iniquidad, cubre pecados y absuelve al ser humano de su injusticia (Rom. 4:7, 8). La salvación, de este modo, no se obtiene a través de la acción humana (4:4); al contrario, “al que no obra, sino [que] cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (4:5).

Romanos y el abuso de la gracia

El principio de Sola gratia, sin embargo, no debe ser malentendido. Si bien Dios justifica al pecador a pesar de sus pecados, no lo estimula a pecar con el fin de que la gracia sobreabunde (6:1, 2; cf. 5:20). Todo lo contrario, la exhortación es “a morir al pecado”, y vivir en Jesús una vida nueva (6:2-4). Al decir esto, Pablo quiere evitar que sus lectores piensen que al ser salvos están autorizados a transitar por los mismos caminos que acostumbraban recorrer en su historia pasada. Aunque la salvación es una dádiva, el creyente debe manifestar, en respuesta, una vida acorde a su nuevo estatus en Jesús.

Al imitar la muerte y la resurrección de Cristo a través del bautismo, el creyente crucifica al “viejo hombre”, a fin de que no siga siendo esclavo del pecado (6:5-11). Esto comprende que el pecado no debe reinar en la vida del creyente (6:12, 13). El llamado, en cambio, es a presentarse delante de Dios “como quienes han vuelto de la muerte a la vida, presentando los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia” (6:13, NVI).

Al no estar bajo el poder de la Ley como medio de condenación o de salvación, sino bajo la gracia, el pecado no puede dominar al creyente (6:14). Si bien para Pablo la Ley sigue en vigencia (3:31), no tiene el poder de salvar.[16] Esto no significa que el cristiano debe vivir sin la Ley de Dios, estando así en libertad de pecar. ¡De ninguna manera!, exclama Pablo (6:15). La Ley, para Pablo, es santa (7:12), y sirve como guía para revelar el pecado en el ser humano (3:20). El cumplimiento de la Ley, dirá más adelante, “es amar al prójimo” (13:8); una declaración que fundamenta en la segunda parte del Decálogo, y que se sintetiza en la frase: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (cf. 13:8-10; cf. Mat. 19:19; 22:39; Lev. 19:18). Al decir esto, Pablo deja en claro que la Ley no es un artilugio obsoleto (Rom. 13:10).

El hecho de que estemos viviendo bajo la gracia implica que no podemos comportarnos como lo hacíamos en el pasado. Estar bajo la gracia entraña someternos a la voluntad del Padre y vivir “bajo el régimen nuevo del Espíritu” (7:6), puesto que Dios nos ha librado del pecado, convirtiéndonos en siervos y siervas de justicia (6:15-22). Una perspectiva de este tipo no significa que el creyente espere que una vida tal lo haga acreedor de la salvación. El ser humano, dice Pablo, “es justificado por la fe sin las obras de la ley” (3:28). Pero una vida en el Espíritu nos hace hijos e hijas de Dios (8:14), lo que se certifica al transitar en el camino de la gracia (8:1-27). En consecuencia, al haber sido liberados del pecado, tenemos como “fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (6:22).

Conclusión

El principio de Sola gratia significa que la salvación es un regalo inmerecido, que Dios otorga a todo aquel que cree en Jesús como Salvador. El hombre, por sí mismo, no puede salvarse. Dios, sin embargo, viene en su ayuda, y gratuitamente toma la iniciativa y ofrece redención a través del sacrificio de Jesús.

El vivir bajo la gracia, por otro lado, no significa que el ser humano permanezca en el estilo de vida que tenía en el pasado. La exhortación es a ser transformados (12:1, 2) y caminar en la experiencia de la gracia, produciendo frutos para la gloria de Dios (12:11-14).

Sobre el autor: profesor de Teología en la Universidad Adventista de Bolivia


Referencias

[1] John W. Behnken, Sola Gratia, CTM 23 (1952), pp. 750-752.

[2] F. E. Mayer, “No Sola Gratia without Solus Christus”, CTM 22 (1951), pp. 676-680.

[3] A no ser que se indique lo contrario, los textos bíblicos ha sido tomados de la versión Reina-Valera 1960.

[4] Thomas R. Schreiner, Romans (BECNT; Grand Rapids: Baker Books, 1998), p. 164; Leon Morris, The Epistle to the Romans (PNTC; Grand Rapids: Eerdmans, 1987), p. 166.

[5] W. Bauer et al., A Greek-English of the New Testament and other Early Christian Literature (Chicago: University of Chicago Press, 2000), p. 1.036.

[6] Schreiner, Romans, p. 164.

[7] John M. Fowler, “Sin”, en Handbook of Seventh-Day Adventist Theology (ed. Raoul Dederen; Hagerstown: Review and Herald, 2000), p. 246.

[8] Douglas Moo, The Epistle to the Romans (NICNT; Grand Rapids: Eerdmans, 1996), p. 203.

[9] Joseph A. Fitzmyer, Romans (AB; New York: Doubleday, 1993), p. 335.

[10] 1 Sam. 25:31; 2 Sam. 24:24; 1 Rey. 2:31; 1 Crón. 21:24; 1 Mar. 10:33; Sal. 34:7; 108:3; 119:7; Job 1:9; 29:6, 7; Mal. 1:10; Isa. 52:3, 5; Jer. 22:13; Lam. 3:52.

[11] Josefo, A.J., 12.2.3; 12.4.9; 14.14.1; 15.6.3; 16.10.1; 17.5.3; 17.11.5; B.J. 1.14.1; 2.6.3; Vida 9, 76

[12] Bauer, A Greek-English of the New Testament, p. 266.

[13] Sobre el significado de charis en Hechos 2:47, ver T. David Andersen, “The Meaning of EXONTEI XAPIN IIPOZ in Acts 2:47”, NTS 34 (1988), pp. 604-610.

[14] D. C. Arichea, “Translating ‘Grace’ (charis) in the NT”, BT 29 (1978), pp. 201-206.

[15] H. H. Esser, “Grace, Spiritual Gifts”, NIDNTT 2:116.

[16] Mario Veloso, “The Law of God”, en Handbook of Seventh-Day Adventist Theology, p. 471.