En un mundo de relatividad generalizada, donde cada uno pareciera tener su propia verdad, y nadie desea entrometerse en las ideas y las convicciones de los demás, el discipulado corre peligro de ser dejado de lado. Sin embargo, Jesús fue muy claro cuando declaró: “Id, y haced discípulos” (Mat. 28:19). Él desea que hagamos discípulos; no solamente a través de bautismos como fruto de la predicación del evangelio, sino también capacitando, entrenando y aconsejando a los nuevos conversos en el camino de la fe. De ese modo, como pastores, también aseguramos la formación de los líderes del futuro de la iglesia.

Al llegar a comprender este concepto de discipulado, es natural que nos preguntemos: ¿Cómo puede lograrse esto, en la práctica? Nuestro mejor punto de referencia para el discipulado es Jesús mismo. El Maestro no solamente mandó a sus seguidores que hicieran discípulos; durante más de tres años, él demostró en la práctica cómo hacer discípulos. Su desafío era preparar a sus discípulos para guiar a la naciente iglesia luego de su ascensión. Cuando observamos el modo en que Jesús formó a sus discípulos, se destacan algunos principios:

En vez de enfocarse en grandes números, Jesús se concentró en entrenar a un grupo selecto, porque sabía que el discipulado funciona mejor en el contexto de relaciones transparentes y cercanas. En este sentido, es preferible dedicar un año o dos a discipular y entrenar a una o dos personas selectas para un servicio pleno en Cristo, en lugar de dedicar toda una vida a simplemente mantener funcionando los programas de la iglesia.

Jesús fue un ejemplo de todo lo que enseñó. Los Doce tuvieron la oportunidad de ver cómo Jesús vivía en todo según la voluntad de su Padre. Observaron sus noches de oración y cómo trataba a las personas. Este contacto directo y constante marcó la diferencia en su vida porque, más adelante, “les reconocían que habían estado con Jesús” (Hech. 4:13).

Jesús hizo de la Palabra de Dios la base de su enseñanza. “Las Escrituras del Antiguo Testamento eran su constante estudio, y estaban siempre sobre sus labios las palabras: ‘Así dice Jehová’ ” (El Deseado de todas las gentes, p. 64). Haríamos bien en seguir este ejemplo de Jesús, especialmente a la hora de discipular a otros. En un mundo altamente tecnologizado, donde sobreabunda todo tipo de información, necesitamos hacer de la Palabra de Dios nuestro libro de cabecera, y buscar allí los consejos, los principios y las normas para nuestro diario vivir.

Jesús vivió una vida de oración y enseñó a sus discípulos a orar. Primeramente, Jesús oró fervientemente antes de elegir a los discípulos. Su vida de oración fue un ejemplo que jamás olvidarían; escuchar a Jesús orar encendió en los discípulos el deseo de aprender a orar como él (Luc. 11:1).

Jesús entrenó a sus discípulos para el servicio, les dio la oportunidad de trabajar junto con él y, luego, los envió al campo de labor, llenos del poder del Espíritu Santo, para producir una diferencia en el mundo, para predicar y tener autoridad sobre los poderes de las tinieblas (Mar. 3:13-15)

Si deseamos ayudar a las personas a avanzar en la senda del discipulado, debemos tomar seriamente estos principios. Los sermones, los seminarios y los libros tienen su lugar; pero no son suficientes. El discipulado consiste en dedicarse por completo a transmitir a otra persona los conocimientos, la sabiduría y las destrezas obtenidas por medio de la experiencia propia, a fin de facilitar el crecimiento espiritual y el desarrollo de las facultades y las aptitudes de esa persona. Requiere perseverancia y paciencia a fin de invertir tiempo y energía en unos pocos, a fin de ver resultados duraderos y multiplicadores a largo plazo.

Dondequiera que vayas, a lo largo de tu ministerio, pídele a Dios que te muestre personas, ya sean recién bautizadas o miembros de toda la vida, jóvenes o adultos, a fin de iniciar este proceso de discipulado. En el trayecto, los verás crecer en su amor por Jesús y en su caminar diario con él. Y al final, podrás sentir la bendición de ver a nuevos obreros en la causa del Señor.

Sobre el autor: editor asociado de la revista Ministerio Adventista, edición ACES