Hay un virus letal que se está diseminando en la sociedad. Es silencioso, traicionero, y está al alcance de solo un clic. Se trata de la pornografía. El asunto es serio, y ha llamado la atención de los dirigentes cristianos. En el año 2000, la revista Christianity Today realizó un estudio que verificó que el 33 % de los pastores admitían haber visitado páginas pornográficas en los últimos 12 meses. Dos años después, el mismo periódico presentó un nuevo estudio; el número de pastores que lo admitía había aumentado al 57 %. En 2014, el Grupo Barna investigó acerca del consumo de pornografía por parte de profesos cristianos, y los resultados fueron atemorizadores: el 64 % de los hombres y el 15 % de las mujeres observaban pornografía al menos una vez por mes. La diferencia en comparación con los no cristianos era muy pequeña (el 65 % de los hombres y el 30 % de las mujeres). Estos resultados indican una epidemia que se extiende en el contexto cristiano con un potencial incalculable de destrucción. Como enfermedad, la pornografía demuestra sus efectos nocivos en, por lo menos, cuatro áreas de la vida.

  Aspectos psicológicos: El consumo de materiales pornográficos ha sido señalado por los estudiosos como causa de varios disturbios. Síntomas de depresión, ansiedad, estrés, comportamiento impulsivo, compulsivo y antisocial están entre los principales problemas provocados por la pornografía. No se puede mensurar la extensión de esos daños en la vida de una persona. Para algunos, el tratamiento puede llevar años, y a pesar de eso no podrán conseguir revertir por completo el daño causado.

  Aspectos fisiológicos: Además del impacto psicológico, la ciencia ha comprobado que la pornografía afecta negativamente la fisiología cerebral. Lleva a la persona a transformarse en un dependiente de material pornográfico. Investigaciones indican que los consumidores de contenido erótico pueden desarrollar sensaciones como deseo incontrolable, síndrome de abstinencia y recaídas; efectos semejantes a aquellos que experimentan los viciados en cocaína o en opio, por ejemplo. Todo esto, provocado por la influencia que la pornografía ejerce sobre los circuitos neuronales en el cerebro. “Secuestra” las vías sensitivas y causa disfunción en el sistema de recompensa cerebral. De esa manera, la angustia que un drogadicto siente en su lucha contra las drogas es la misma que un viciado en pornografía siente al intentar salir de ese comportamiento destructivo.

  Aspectos relacionales: Elena de White notó algo que se aplica con propiedad con relación al consumo de pornografía. Dice: “Hay una ley de la naturaleza intelectual y espiritual según la cual modificamos nuestro ser mediante la contemplación. La inteligencia se adapta gradualmente a los asuntos en que se ocupa. Se asimila lo que se acostumbra a amar y a reverenciar. Jamás se elevará el hombre a mayor altura que a la de su ideal de pureza, de bondad o de verdad” (El conflicto de los siglos, p. 543).

 Quien se detiene en escenas que rebajan al ser humano y desprecian la creación divina, tiende a transferir esos conceptos a la vida cotidiana. De esa manera, es común que los consumidores de material pornográfico nutran pensamientos negativos en relación con el cónyuge, tengan una visión distorsionada de la sexualidad, experimenten inestabilidad en las relaciones, y por consecuencia, sean más vulnerables a involucrarse sexualmente con otras personas. Además de esto, cuando la mujer descubre ese vicio secreto en el esposo, generalmente se siente indigna, no deseada y con baja autoestima. En otras palabras, la pornografía destruye las bases de un matrimonio feliz y de una sexualidad saludable y plena.

  Aspectos espirituales: La pornografía, que destruye la salud mental, física y relacional, deja su rastro de dolor también en la dimensión espiritual. La tensión entre conocer lo que es cierto y hacer lo contrario provoca en sus víctimas culpa, vergüenza, aislamiento e infelicidad. Esos sentimientos son diametralmente opuestos a la propuesta de gracia, alegría, comunión y felicidad que el evangelio presenta. Algunas personas desisten de la carrera cristiana por no soportar la angustia de una vida destrozada por la pornografía. Se entregan a la enfermedad como si esta fuese incurable.

 Sin embargo, ¡hay esperanza! La enfermedad se propaga, pero hay un antídoto eficaz contra ella: la restauración en Cristo Jesús. Aquel que curó leprosos y dio visión a los ciegos puede curar de la impureza de la pornografía y de la ceguera de la sexualidad distorsionada. Los oídos de Dios continúan atentos a aquellos que suplican: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” (Mar. 10:47); y sus labios todavía hoy pueden pronunciar la expresión: “Ve, tu fe te salvó” (10:52). Para quien recibe la curación, no hay nada más gratificante que seguir a Cristo por el camino de la vida.

Sobre el autor: editor de la revista Ministerio Adventista (edición brasileña)