Una reflexión sobre el uso de la hermenéutica filosófica en la interpretación bíblica.

    Lo que Elena de White, escritora y cofundadora de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, dice sobre la predicación es una contribución fantástica para los púlpitos alrededor del mundo. De todo el material que escribió sobre la manera y el contenido de la predicación, dos factores son fundamentales. Primero, aconsejó a los ministros que se concentraran en la Biblia como fuente primaria de toda predicación. “Que la Palabra de Dios hable a la gente. Que quienes han oído solo tradiciones y máximas de los hombres escuchen la voz de Dios, cuyas promesas son un Sí y un Amén en Cristo Jesús”.[1] En segundo lugar, defendió que en el centro de toda predicación, tanto en el contenido como en el llamado, debe estar Jesucristo. Él “es el centro viviente de todas las cosas. Poned a Cristo en cada sermón. Espaciaos en las excelencias, la misericordia y la gloria de Jesucristo hasta que Cristo se forme interiormente como la esperanza de gloria”.[2]

    Este artículo tiene como objetivo mostrar que un abordaje bíblico y centrado en Cristo para la homilética es esencial a fin de garantizar que el evangelio sea predicado con poder y convicción. El artículo también explora el efecto dominó que se da si no se aplican tales consejos, en contraste con los resultados de su fiel aplicación.

Objetivos de la predicación

    Exposición bíblica

    De acuerdo con Elena de White, el primer objetivo de la predicación es presentar al público lo que la Biblia dice en un pasaje específico o sobre un determinado tópico. Un sermón bíblico debe exponer el texto bíblico y hacerlo “útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra” (2 Tim. 3:16, 17).

    La escritora inspirada llama la atención a que los predicadores que muchas veces comienzan el sermón con un texto bíblico, no lo dejen de lado y terminen predicando sobre las “noticias de los diarios”.[3] Ella advierte: “Si los ministros que son llamados a predicar el más solemne mensaje jamás dado a los mortales, evaden la verdad, ellos son infieles en su trabajo, y son falsos pastores para las ovejas y los corderos. Las declaraciones de los hombres no tienen valor alguno”.[4]

    Dios es suficientemente capaz para proveer insight (discernimiento) y comprensión, y eso viene por medio del estudio y de la presentación de la Palabra. “¡Ojalá que se diga de los ministros que están predicando al pueblo y a las iglesias: ‘Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras’! (Luc. 24:45)”.[5]

    Cuando, como predicadores, estudiamos la Biblia de manera personal y fervorosa antes de subir al púlpito, descubrimos tesoros y bellezas en cada versículo. “Si estudiamos la Palabra con interés, y oramos para comprenderla, veremos nuevas bellezas en cada línea. Dios revelará una verdad preciosa tan claramente que la mente obtendrá un sincero placer y será una fiesta continua cuando sus confortantes y sublimes verdades sean reveladas”.[6]

    Elena de White todavía dice más, en cuanto a que el predicador debe dejarse conducir por el texto bíblico: “La Palabra de Dios debe de ser su guía. En esa Palabra hay promesas, dirección, advertencias y amonestaciones, que ha de usar en su trabajo como lo exija la ocasión”.[7]

    Abordaje cristocéntrico

    En segundo lugar, Elena de White recomienda un abordaje centralizado en Cristo durante la predicación. Un sermón que no tiene a Jesús como el centro no califica como sermón. Innumerables temas presentados desde un púlpito ni siquiera mencionan a Jesús o simplemente hacen una rápida referencia a él.[8] La autora destacó ese grave error, al criticar algunas predicaciones en su tiempo: “No pasaron de discursos, secos y sin Cristo, en los que el Salvador poco fue mencionado”.[9] También escribió: “En nuestro ministerio debemos revelar a Cristo a las personas, porque ellas han escuchado sermones sin Jesús durante toda la vida”.[10]

    A lo largo de la historia de nuestra iglesia ocurrieron algunos problemas con la predicación cristocéntrica. La sesión de la Conferencia General de 1888 estaba dividida en dos grupos: por un lado, aquellos que enfatizaban los mensajes sobre la justicia por la fe en Cristo; y por el otro, quienes defendían la reivindicación de la justicia de Cristo por la obediencia a la Ley. La confianza en Jesús estaba en desacuerdo con la confianza en la obediencia de alguien. Sin embargo, Elena de White permaneció firme en su posición apelando a los pastores en pro de la centralidad de Jesús en sus sermones y en la práctica de la vida diaria.[11]

    El verdadero llamado a la introspección proviene de su forma contundente de apelar a todos los que desean comprometerse con el ministerio: “No os atreváis a predicar un solo sermón más, a menos que sepáis, por vuestra propia experiencia, lo que Cristo es para vosotros”.[12] Los sermones cristocéntricos son el resultado de predicadores que tienen a Cristo en el centro de sus vidas.[13]

Ministrar para otros

    De acuerdo con Elena de White, el aspecto más práctico de la predicación es ministrar a las personas. Así como el aconsejamiento, la restauración y los estudios bíblicos forman parte del ministerio pastoral, la predicación también lo es, y es una de las áreas más importantes del ministerio. Cuando un pastor valora la predicación, se hace humilde, y su elaboración y presentación del mensaje impactarán a la congregación adecuadamente. Elena de White aconsejó: “Con un corazón humilde y una mente sumisa [el predicador] ha de escudriñar esta Palabra para sacar de la fuente de la verdad, cosas nuevas y viejas para beneficiar a otros”.[14]

Resultado de no seguir sus orientaciones

    Cuando un predicador parte del texto bíblico, pero no tiene un eje cristocéntrico, el resultado es un “efecto dominó”. Eso ocasiona, por lo menos, cinco consecuencias en quien presenta el mensaje y en el mensaje presentado: 1) la Biblia deja de ser la autoridad máxima en la predicación; 2) el predicador sustituye la autoridad y la voz de la Biblia; 3) el predicador queda alienado de la congregación; 4) Dios es removido del púlpito; y 5) florece el legalismo.[15] Saltar palabras de la Biblia o leer a la congregación palabras que no están en el texto es una exégesis pésima, una hermenéutica mala y una homilética desastrosa.

    Si la Biblia no es la autoridad en la predicación, una hermenéutica del “yo” puede dominar el mensaje y transformar al predicador en fuente de autoridad. Dominado por ella, el predicador dice: “Hermanos míos, con base en ‘mi’ experiencia y autoridad pastoral, quiero decirles que…”; “Lo que él está queriendo decir es”; “Yo diría que no”, o “… Yo diría que sí”.[16]

    Al asumir esta postura, pierde la conexión con la congregación. Cuando esa autoridad es asumida a partir del púlpito, el predicador queda aislado, visto como que estuviera viviendo las demandas que el sermón exigirá a los miembros.[17]

    Como la Biblia es dejada de lado y el predicador asume la posición de autoridad, Dios también es removido del púlpito. Para un sermón sobre Josué 3:5, por ejemplo, el predicador podría decir: “Dios quiere ir antes que usted. Dios quiere conducirlo. Dios quiere ayudarlo. […] La historia del Jordán nos dice lo que debemos hacer”.[18]

    Desafortunadamente, este predicador sitúa a Dios como apartado, lejano. El Señor quiere actuar, pero no puede. ¿Por qué? Porque, en este caso, la congregación tiene que actuar primero. Entre los actos increíbles del Señor en el pasado y sus actos increíbles en el futuro, el predicador inserta las acciones de la congregación en el presente. El foco del sermón exalta así los actos del ser humano, no los de Dios. De esa manera, el Señor es visto como impotente y removido del púlpito.

   El resultado final conduce al predicador a una arena legalista. Cuando la Biblia es enmudecida, el predicador se reviste de autoridad, el púlpito queda desprovisto de la voz de Dios y el fin de ese “dominó” es el legalismo y las caídas. Continuando con el ejemplo del sermón de Josué 3:5, el predicador introduce una secuencia de imperativos: “Usted debe…”; “Nosotros debemos…”; “Ustedes deben…”.[19]

    En ese escenario, el predicador perdió la oportunidad de exaltar las acciones divinas a lo largo de las eras. Tomando el lugar de Dios, dirigió la atención de los adoradores hacia él mismo. Sería como decir que ahora, solamente por medio de las acciones de él y de la congregación que lo sigue Dios está preparado para actuar.[20]

Cuidados en la preparación del sermón

    Elena de White dejó muchas orientaciones en relación con la preparación de los sermones. Una de ellas es presentar el texto bíblico de manera clara y adecuada. Aunque nunca haya usado el término homilético dis-exposition (des-exposición, o abuso en la predicación), ella llamó la atención a ese error en varios de sus escritos.[21] Encontramos un ejemplo en el libro El conflicto de los siglos: “Con el fin de sostener doctrinas erróneas o prácticas anticristianas, hay quienes toman pasajes de la Sagrada Escritura aislados del contexto, no citan tal vez más que la mitad de un versículo para probar su idea, y dejan la segunda mitad, que quizá hubiese probado todo lo contrario. […] Es así como gran número de personas pervierten con propósito deliberado la Palabra de Dios. Otros, dotados de viva imaginación, toman figuras y símbolos de las Sagradas Escrituras y los interpretan según su capricho, sin parar mientes en que la Escritura declara ser su propio intérprete; y luego presentan sus extravagancias como enseñanzas de la Biblia”.[22]

     Esta cita de Elena de White nos advierte en contra de 1) el uso de textos fuera de sus contextos; 2) citar textos aleatoriamente para fundamentar argumentos personales, 3) interpretaciones imaginarias de símbolos y figuras; 4) imponer al texto una visión personal; y 5) presentar conceptos personales como si fuesen instrucciones de las Sagradas Escrituras.[23]

    Otro cuidado que debe ser considerado durante la preparación de sermones puede extraerse de la respuesta de Elena de White a una pregunta realizada por Halbert M. J. Richards, el padre del fundador de La Voz de la Profecía, H. M. S. Richards. Preguntó: “¿Cómo debo usar sus escritos en mis sermones?” Elena de White respondió: “Aquí está la manera de usarlos. Primero, pídale a Dios que le dé el asunto que será predicado. Cuando usted lo tenga, entonces vaya a la Biblia hasta saber con plena seguridad lo que ella realmente enseña sobre ese tema. Después de eso, vaya a [mis] escritos y vea lo que puede encontrar sobre el mismo asunto. Léalos cuidadosamente. Vea si ayudan a lanzar más luz sobre el tema elegido, guiarlo a otros pasajes de las Sagradas Escrituras o hacer más claro algún punto. Sin embargo, cuando usted vaya a predicarles a las personas, predíqueles la Biblia”.[24]

    Este consejo, si es seguido, garantiza que la Biblia continúe siendo la única fuente de autoridad en la predicación. El predicador se situará frente a la congregación como su siervo, Dios permanecerá en el púlpito y el legalismo no encontrará ningún punto donde apoyarse.

Conclusión

    Aunque este artículo no agote la discusión sobre las enseñanzas de Elena de White sobre la predicación, enfatiza los componentes esenciales de la preparación y la presentación de un sermón.

    Un componente unificador presente a lo largo de este artículo es que el texto bíblico siempre debe ser el fundamento principal en la preparación del sermón. En primera instancia, la exposición del sermón es energizada por la sustancia, la esencia y el contenido del texto bíblico.[25] Ese es el punto en el que Elena de White pone su mayor énfasis. Cuando se sigue esto, se evitarán las trampas del enemigo y ¡el evangelio será predicado con poder!

Sobre el autor: Es alumno de Teología del Helderberg College, Western Cape, Sudáfrica, y uno de los ganadores del Concurso de artículos para la revista Ministry 2016-2017


Referencias

[1] Elena de White, Ministerio pastoral (Buenos Aires, Rep. Argentina: ACES, 1995), p. 217.

[2] Elena de White, El evangelismo (Buenos Aires, Rep. Argentina: ACES, 1975), p. 140.

[3] Elena de White, Ministerio pastoral, p. 188.

[4] Ibíd., p. 217.

[5] Ibíd., p. 218.

[6] Ibíd., p. 217.

[7] Ibíd., p. 218.

[8] J. Cilliers, Die Uitwissing Van God op Die Kansel (Kaapstad: Lux Verbi, 1996), p. 2.

[9] Elena de White, Manuscript Releases (Silver Spring, Maryland: EGW Estate, 1990), t. 8, p. 271.

[10] Elena de White, Manuscript Releases, t. 17, p. 74.

[11] Mervyn Warren, “But Where Is the Lamb?: An Ancient Question for Modern Pulpits”, Ministry (diciembre 2007), p. 19.

[12] Elena de White, Testimonios para los ministros (Buenos Aires, Rep. Argentina: ACES, 1977) p. 154.

[13] Elena de White, Ministerio pastoral, p. 221.

[14] Ibíd., p. 218.

[15] J. Cilliers, Die Uitwissing Van God op Die Kansel, pp. 140, 141.

[16] Ibíd., pp. 86, 87 (énfasis agregado por el autor).

[17] Ibíd., pp. 96, 97.

[18] Ibíd., pp. 102, 103 (énfasis agregado por el autor).

[19] Ibíd.

[20] Ibíd., p. 42.

[21] Nestor C. Rilloma, “The Divine Authority of Preaching and Applying the Word: Ellen G. White’s Perspective in Relation to Evangelical Viewpoints”, Journal of the Adventist Theological Society (2005), t. 16, No1 y 2, p. 166.

[22] Elena de White, El conflicto de los siglos, (Buenos Aires, Rep. Argentina: ACES, 1993), p. 512.

[23] Nestor C. Rilloma, Journal of the Adventist Theological Society (2005), t. 16, No1 y 2, p. 166.

[24] J. R. Spangler, “Interview’s H. M. S. Richards”, Ministry (octubre 1976), pp. 5-7.

[25] Mervyn A. Warren, Ellen White on Preaching (Hagerstown, Maryland: Review and Herald Publ. Assn., 2010), p. 9.