En diferentes lugares del mundo, las personas hacen promesas con el deseo de alcanzar los más diversos objetivos. Generalmente, esas promesas van desde conseguir perder peso hasta dedicar más tiempo a la familia, controlar las finanzas y leer más, entre otras. Para Bibianna Teodori, especialista en comportamiento, “para alcanzar los objetivos, el primer paso es definir pocas resoluciones, para mantener el foco”. Pensando en eso, como líderes espirituales, ¿cuáles deberían ser nuestras principales resoluciones de cada día?

    Permíteme enumerar tres objetivos que pueden ser determinantes en nuestro crecimiento personal y ministerial. Como líderes, nuestro interés principal deben ser las personas. Pero, para servir bien, es necesario tener una buena relación con Dios y tener una visión equilibrada de nosotros mismos. En Romanos 12, el apóstol Pablo habló sobre este asunto de una manera puntual:

Renovar la relación con Dios

    “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (vers. 2, NVI). La renovación de nuestra relación con Dios depende de nuestro inconformismo con el mundo y de una entrega completa a Cristo de todo lo que somos. Para que esta renovación pueda experimentarse, tenemos que entregarnos “enteramente a él” (El camino a Cristo, p. 43). Entregar todo, cada día, al cuidado de Dios, sin temores ni reservas.

Rever la relación con uno mismo

    “Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado” (Rom. 12:3, NVI). La visión que el líder tiene de sí mismo afecta de forma directa la manera en que dirige e influye sobre las personas de su alrededor. Por ese motivo, un autoexamen nos proporciona mayores condiciones de reconocer nuestras deficiencias y necesidades. Es necesario “examinar el corazón […] y entonces siempre mantener delante de sí el Modelo, Jesucristo, como su ejemplo” (Fundamentos de la educación cristiana, p. 107).

Revaluar la relación con los otros

    “Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente” (vers. 10, NVI). “Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni tampoco muere para sí” (Rom.14:7, NVI). Según el apóstol, esta relación se da con base en el amor. En el amor fraternal se encuentra la expresión más intensa de nuestro cristianismo. Cristo afirmó que se haría conocido en todo el mundo por el amor que nos tenemos entre nosotros. El Señor dice: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).

    Amar es cuidar, es pastorear, es estar al lado de aquellos que necesitan de nosotros a lo largo del trayecto rumbo al cielo. Predicar, liderar, planificar y ejecutar son todas atribuciones necesarias, pero si hay algo que debe ser la marca de un líder cristiano es el amor (ver 1 Cor.13). Nuestras relaciones mutuas revelan mucho de nuestro cristianismo. “Debemos amarnos y respetarnos mutuamente, no obstante las faltas e imperfecciones que no podemos menos que observar” (El camino a Cristo, p. 121). 

    Cristo es la razón y la más pura motivación del ministerio que recibimos de sus propias manos. Es por medio de él que servimos mejor al rebaño que él nos confió. Por eso, contemplamos a nuestro Ayudador, Jesucristo. Demos la bienvenida e invitemos su presencia llena de gracia. Nuestra mente puede renovarse día a día.

Sobre el autor: Secretario ministerial asociado para la Iglesia Adventista en América del Sur.