A principios de este año, las organizaciones Hootsuite y We are Social divulgaron el informe “2018 Global Digital”, que reveló datos significativos sobre el estado de Internet alrededor del mundo. La encuesta señaló que más de 4 mil millones de personas navegan en la web, de las cuales el 77,5 % son usuarias de redes sociales, y el 72,5 % utilizan dispositivos móviles para acceder a sus redes sociales. De acuerdo con la encuesta, en América del Sur, el 68 % de la población tiene acceso a Internet, y ese número aumenta continuamente.
Es imposible no considerar las oportunidades que Internet y las redes sociales ofrecen para la proclamación del evangelio. En poco tiempo potenciaron, en un grado sin precedentes, la capacidad de propagar las buenas nuevas alrededor del mundo. Sin embargo, para algunos, también crearon la sensación de que eso, por sí solo, es suficiente para cumplir la misión. Por lo tanto, es oportuno reflexionar sobre el papel que los medios de comunicación, especialmente Internet, deben ejercer en el desafío de anunciar el evangelio en nuestros días.
En primer lugar, debemos ser conscientes de que, en un nivel interpersonal, nos comunicamos todo el tiempo y de varias maneras. La comunicación no ocurre solo cuando predicamos en nuestras iglesias, aconsejamos a alguien o publicamos algo en las redes sociales. Nuestra actitud o indiferencia en el día a día y en la interacción en el ambiente virtual hablan tanto como nuestras palabras. No existe la no comunicación. Por eso, como cristianos, necesitamos considerar atentamente el hecho de que somos cartas de Cristo, conocidas y leídas por todas las personas, en todas partes, en todo tiempo (2 Cor. 3:2).
Esto nos lleva a una segunda consideración importante: la gente quiere ver coherencia entre nuestro discurso y la práctica. Internet está repleta de excelentes materiales de evangelismo, que apuntan a llevar a la gente a un contacto personal con Cristo. Son sermones inspiradores, documentales ricos en información y estudios bíblicos bien elaborados. Sin embargo, si el comportamiento que las personas identifican en los cristianos es distinto de los discursos virtuales, nuestros esfuerzos para propagar el evangelio se verán, inevitablemente, perjudicados.
En este sentido, más que coherencia entre discurso y práctica, hay que entender que la forma en que nos relacionamos particularmente con las personas es lo que define el modo en que el mensaje cristiano será asimilado por ellas. Toda comunicación, además de su contenido, lleva consigo un aspecto relacional. Si decimos a los que visitan nuestras iglesias que estamos felices de tenerlos con nosotros, pero no desarrollamos amistad genuina con ellos, nuestras palabras bien intencionadas caen en el vacío y, probablemente, en poco tiempo, los que nos visitan no volverán más.
Por último, no podemos ignorar el hecho de que la secuencia de nuestra comunicación es fundamental en el proceso de asimilación del mensaje que estamos proclamando. Por ejemplo: una persona tuvo experiencias positivas con sermones en Internet, que la llevaron a pedir estudios bíblicos en línea. Al ser atendida por instructores bíblicos, tuvo nuevas experiencias positivas. Sin embargo, en su primera visita a la iglesia, pasó por una experiencia negativa. Este último contacto puede comprometer todos los pasos dados hasta entonces. Así, cuanto mayor sea la secuencia positiva de comunicación, en diferentes plataformas, mayor será la probabilidad de que la persona, con la ayuda de la comunidad de la fe, profundice su caminar con Dios.
Necesitamos mantener ante nosotros la perspectiva adecuada del papel que los esfuerzos de comunicación en las redes sociales ejercen en el plano más grande, que es el discipulado. La misión cristiana no se reduce a informar, sino que alcanza su plenitud en el cambio. Por eso, todas las iniciativas de evangelismo en el ámbito virtual deben converger hacia un único punto: personas salvadas en Cristo, incorporadas a su iglesia y dispuestas a comunicar las buenas nuevas de todas las maneras posibles; sobre todo, con su propia vida.
Sobre el autor: Director de Ministerio Adventista, edición de la CPB.