La unción era una práctica común en la iglesia apostólica. Ella se volvió un recurso espiritual reconfortante y una manifestación de fe en el poder restaurador del Espíritu Santo. Santiago instruyó: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados” (Sant. 5:14, 15). Al pedir que un pastor, o un anciano con la autorización del pastor distrital, ministre una unción, el enfermo reconoce su grave estado de salud y su entrega completa a la voluntad de Dios.
Actualmente, parece que esta práctica ha perdido un poco su importancia, tal vez por falta de conocimiento sobre el asunto. En este espacio, deseo exponer resumidamente cómo se debe proceder en relación con la unción de enfermos.
La iniciativa. Se espera que la unción sea ministrada como consecuencia del deseo de la persona enferma. Por lo tanto, el enfermo debe estar enterado de su condición física y estar consciente en el momento de la unción. En el caso que él aún no comprenda la importancia de esta ceremonia, un familiar, pastor, líder de la iglesia o miembro debe informarlo con relación a esta práctica, para beneficio de su salud y su fe.
El aceite. El aceite de oliva era considerado uno de los remedios más comunes entre los antiguos, usado tanto para ser ingerido como para aplicación externa. En el clima cálido de Palestina, friccionar el cuerpo con óleo era una práctica común de cuidado. En la Biblia, el aceite simboliza la presencia y la actuación del Espíritu Santo (Zac. 4:2-6).
La circunstancia. La ceremonia de unción no debe ser usada ante cualquier malestar común. Debe ser reservada para dolencias graves, aunque no solamente para las fatales. El acto de ungir significa que reconocemos un grave problema físico y lo enfrentamos colocando nuestra confianza en Dios, por sobre (pero no en lugar de) todos los recursos de la medicina.
El lugar. La Biblia no habla de un lugar específico para realizar la ceremonia. Por lo tanto, creemos que esta puede ser llevada a cabo tanto en la casa de la persona enferma, como en el hospital, en el asilo o en otros lugares. Por ser una ceremonia íntima, normalmente se invita solo a la familia, a algún pariente cercano y a alguien más que la persona desee.
La preparación. Tanto quien oficia como la persona que está enferma deben rogar por el perdón de sus pecados, hacer los debidos arreglos y entregarse completamente en las manos del Señor, a fin de que la oración sea atendida según la voluntad de Dios (1 Juan 5:14, 15).
La ceremonia. El rito debe ser realizado de forma simple, corta y objetiva. Antes de la lectura de los textos bíblicos y de la oración, es tarea del oficiante aclarar que no siempre las personas ungidas son curadas. Dios puede curar todas las enfermedades; aun así, si esa no es su voluntad, el Señor puede proveer fuerzas a la persona enferma para que soporte el sufrimiento y, entonces, permitir que descanse en Cristo, en la esperanza de la resurrección. El oficiante y los participantes pueden orar arrodillados o de pie, dependiendo de las circunstancias. Si el enfermo desea orar, puede hacerlo; en ese caso, el oficiante orará en último lugar y aplicará el aceite con las puntas de los dedos en la frente de la persona enferma.
La lectura. Hay muchos textos y pasajes bíblicos que se pueden utilizar en estas ocasiones, como Santiago 5:13 al 16, Números 21:8 y 9, Salmo 103:1 al 5, y Marcos 16:15 al 20. También se pueden leer fragmentos de algún libro devocional. Dicho esto, la ceremonia no debe prolongarse. Después del cierre, no es recomendable que los participantes se queden conversando en el recinto, sino que dejen a la persona en paz, con sus pensamientos vueltos hacia Dios.
Es importante destacar que no podemos impedir a nadie recibir la unción. Si la Santa Cena está habilitada a todos, el mismo principio debe ser aplicado en esta ceremonia. Se vuelve necesario, aun así, una explicación acerca del significado del rito antes de su realización. El perdón, la cura y la salvación están disponibles para todos los pecadores.
Sobre el autor: Profesor en la Facultad de Teología del Instituto Adventista Paranaense, Brasil.