Consejos para enfrentar con optimismo los traslados pastorales.
Nunca he reaccionado muy bien a las mudanzas. Soy el tipo de persona que se apega fácilmente a otros y al ambiente. Mi esposa, por otro lado, lidia con esta cuestión de una manera más natural, aunque demora más tiempo en adaptarse a los nuevos lugares. Desde el día en que dejamos nuestra ciudad natal, hace 25 años, para poder cursar en la facultad de Teología, ya vivimos en doce lugares diferentes. Aun así, no me acostumbré todavía al hecho de tener que alejarme de todo lo que se vuelve parte de mi ministerio en cada destino por el que pasamos. Cada vez que somos trasladados, las mudanzas me dejan con la sensación de no haber cumplido aún mis objetivos.
Como pastores, necesitamos tener consciencia de que las mudanzas son inevitables. Comparo la vida del pastor y de su familia con la experiencia de Abraham, cuando Dios lo llamó a salir de Ur de los caldeos para ir a un lugar desconocido (Gén. 12:14). Una mirada a la peregrinación de este patriarca nos permite ver los desafíos y las luchas que él enfrentó en diferentes lugares y situaciones (Gén. 12:10-20; 13:1-13;14:14-17; 16:1-4; 22:1-19; 23:1, 2). En su ejemplo, podemos apreciar que, aunque caminemos bajo la dirección divina, eso no significa que no enfrentaremos sufrimientos, pérdidas, desilusiones o tristezas.
En nuestros 25 años de ministerio, el tiempo máximo de permanencia en un lugar fue de cuatro años y medio. Actualmente, estamos a más de 3 mil kilómetros del lugar en donde iniciamos nuestra trayectoria. Durante este tiempo, tuve la oportunidad de aprender algunas lecciones que me han sido muy útiles y me gustaría compartir.
Acostúmbrese a las mudanzas
La primera lección que aprendí es que los traslados y las mudanzas son inevitables en la vida ministerial. Algunos ocurren cuando ya estamos adaptados al lugar, a la función y a la iglesia. De vez en cuando, el lugar al que estamos siendo trasladados es muy diferente de lo que imaginábamos. Puede ser que tengamos dificultades en proveer la mejor escuela para nuestros hijos, encontrar un trabajo para nuestra esposa o conseguir un buen servicio para atender la salud de la familia. En esas situaciones, siempre pienso: “Si los habitantes de este lugar pueden vivir aquí, el pastor y su familia también pueden, bajo la bendición divina”. Otras veces, ocurren mudanzas que son más favorables y, yo diría, ¡hasta festejadas!
Confíe en Dios
Lo segundo que aprendí es que tanto Dios como el enemigo siempre acompañarán al pastor y a su familia. Ciertamente, el Señor sustentará a su siervo fiel, pero el enemigo procurará usar sus armas contra el ministro y sus seres queridos en el nuevo lugar de trabajo. Si la voluntad de Dios es que el pastor vaya, el diablo intentará estorbar para que no lo haga; o vaya insatisfecho, reclamando, lamentando y, por lo tanto, perjudicando la causa del Maestro.
Mi consejo para esos momentos de cambio de distrito o de función es: ore y confíe en el Señor. Alguien me dijo cierta vez: “Nadie sabe qué hay detrás de un traslado o un llamado”. Por más sufrimiento que genere una mudanza, caiga a los pies del Señor en oración, suplicando fuerzas para hacer aquello que Dios aprueba, y él lo fortalecerá. Elena de White escribió: “Debemos confiar en la mano omnipotente, en el corazón lleno de amor”.[1] En esas horas, especialmente, es muy importante saber que el Padre Celestial cuidará de ustedes en el nuevo campo de trabajo, así como los cuidó en los lugares por donde ya pasaron. No importa lo que el enemigo o las personas hagan, si permanecemos fieles a Dios, él nos honrará (1 Sam. 2:30). La promesa de Jesús es que él estará con nosotros todos los días, en todos los lugares, mientras estemos involucrados en el cumplimiento de su misión (Mat. 28:20).
El testimonio de Elena de White cuando fue enviada a Australia, donde vivió desde 1881 hasta 1900, calza bien en este contexto. Aunque juzgaba que su trabajo era más útil en los Estados Unidos, ella se dispuso a seguir la recomendación de los líderes de la iglesia. Y Dios la bendijo mucho en aquel país, aun cuando, posteriormente, le fue revelado que el Señor no quería que ella fuese allí.[2] Mientras estaba en Oceanía, ella escribió: “Las circunstancias pueden separarnos de todo amigo terrenal, pero ninguna circunstancia ni distancia puede separarnos del Consolador celestial. Dondequiera que estemos, dondequiera que vayamos, está siempre a nuestra diestra para apoyarnos, sostenernos y animarnos”.[3]
Aproveche las oportunidades
En tercer lugar, descubra las nuevas ventanas que Dios está abriendo para usted en el nuevo lugar de trabajo, y disfrute de ellas. No deje que el pasado lo aprisione. Difícilmente volverá al lugar del que salió y, aunque vuelva, notará que la realidad no es la misma. Las personas maduran, las iglesias cambian, la institución tiene nuevos líderes y la comunidad vive una nueva fase. Por lo tanto, concéntrese en la nueva realidad, en los desafíos del presente, y comience a soñar con lo que podrá lograr en el lugar en el que Dios lo colocó bajo la dirección de su Espíritu. Ningún ministro fracasará si, incondicionalmente, obedece la voluntad del Padre (Jer. 29:11-14).
Hace algunos años, un colega que cambió de función me habló acerca de lo que él llama la “ley de la compensación”. Me dijo: “Dios no permitirá que ninguno de sus ministros y sus familias sean perjudicados por un cambio de lugar o de función. Por el contrario, junto al cambio, el Señor dará la ley de la compensación”. Y explicó: “Esta compensación es una bendición reservada que él no daría si estuvieses en el lugar anterior. Esta bendición puede estar relacionada a la salud, la madurez profesional, la edificación espiritual, la familia, las finanzas…” He experimentado esa realidad en mi vida ministerial. Agradezco y alabo al Señor por sus infinitas bendiciones derramadas sobre mí y mi familia con la “ley de la compensación”. Por lo tanto, ¡descubra cómo esta ley se ha cumplido en ustedes también!
Perdone
En el caso de que alguien haya actuado de modo equivocado y los hayan lastimado a usted y a su familia en un proceso de traslado o cambio de función, aunque esa persona no venga a pedirle perdón, ¡perdone! Esta es la cuarta lección. Deje ese tema en el pasado y siga hacia adelante. En el futuro, si le tocara participar en las decisiones de casos de otros colegas de ministerio, recuerde darles a ellos el trato que a usted le habría gustado haber recibido.
Hace un tiempo, después de haber vivido una experiencia desagradable, decidí agregar en mi agenda el compromiso de llamar, conversar y animar a colegas que, tal vez, sientan más que otros el impacto de los cambios de lugar o de función. El objetivo no es criticar las decisiones tomadas, sino ayudar a superar ese momento de transición. Es necesario confiar en Dios, sea cual fuere la situación. La nueva generación de pastores tiene la necesidad de ver en nosotros el ejemplo de sumisión al llamado de Cristo. Precisamos hacer uso del remedio que recomendamos a las personas que sufren: confianza en Dios y en su constante cuidado por nosotros (Isa. 46:3, 4).
Mantenga la comunión
El último consejo que me gustaría compartir es: manténgase siempre en sintonía con el Padre Celestial para cumplir su misión. Cuando hacemos esto, profundizamos la intimidad en nuestra relación con el Espíritu de Dios, y percibimos con mayor claridad su voluntad en nuestra vida y en nuestro ministerio. Así, cuando lo consulten o le pasen un llamado oficial, estará preparado para atender lo que el Señor desea que realice en su ministerio. Algunas veces, Dios también nos habla por medio de personas. Y si eso no ocurriera, haga como Elena de White: acepte y cumpla el llamado. Tenga la certeza de que, no importa lo que acontezca, él siempre cuidará de usted y de su familia, aun en el caso de que, en el momento del cambio, no lo entienda.
Si usted es como yo, los cambios van a seguir causándole alguna incomodidad. Sin embargo, estoy convencido de que, en nombre del ministerio que abrazamos y por el poder del Espíritu Santo, lo mejor que podemos hacer es confiar y avanzar. En el siglo XVIII, cuando los jóvenes moravos salían en misión hacia lugares nuevos y desconocidos, decían: “Para que el Cordero, que fue inmolado, reciba la justa recompensa por su sacrificio, a través de nuestra vida”.[4] He aquí la verdadera motivación que debe superar todos los desafíos que son parte del proceso común de los cambios en la vida de un ministro.
El apóstol Pablo escribió: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 8:35-39).
Animémonos unos a otros con estas palabras, ya sea en próximos traslados o cambios de función. Y que Dios nos ayude a ser totalmente fieles en el cumplimiento de su misión, en la función y en el lugar en los que él, por medio de la Iglesia, nos llevare.
Sobre el autor: Pastor en Tatuí, Brasil.
Referencias
[1] Elena de White, La educación (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), p. 169.
[2] Arthur L. White, Elena de White: Mujer de visión (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2003), p. 288.
[3] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1955), p. 623.
[4] Steve Addison, Movimentos que mudam o mundo (Curitiba, Paraná: Editora Esperança, 2011), p. 53.