El protagonismo esencial de Cristo en el libro de Apocalipsis.

    Cuando tomamos un libro para leer, es natural comenzar por el principio. La mayor parte de los libros, además de la sección de agradecimientos, dedicatoria y, tal vez, un prefacio, presenta una introducción. Esta parte de la obra tiene como objetivo mostrar el tema general del libro, su importancia y, eventualmente, un esbozo de cómo la argumentación se desarrollará en las páginas siguientes.

    En relación con Apocalipsis, la sección que se extiende desde el primer versículo hasta el octavo del capítulo 1 puede ser considerada su introducción.[1] Conocer estos versículos es de importancia fundamental para la correcta interpretación del último libro de la Biblia. De acuerdo con Jon Paulien, “los primeros ocho versículos del libro de Apocalipsis sirven como su introducción. En ellos el autor, el apóstol Juan, nos dice cómo debemos interpretar este libro profético”.[2]

    En este artículo quiero analizar solamente Apocalipsis 1:1 al 3. Estos versículos muestran el contenido de la revelación dada por Jesús, cómo esta revelación llegó hasta nosotros y con qué propósito Cristo se presentó a Juan en Patmos, al final del primer siglo de la Era Cristiana.

Lo que Jesús revela

    El último libro de la Biblia inicia con tres palabras griegas que, en las versiones de la Biblia en español, son traducidas como “Revelación de Jesucristo”. En el Nuevo Testamento, el verbo apocalipto, del cual viene la palabra “apocalipsis”, siempre de nota una revelación divina, algo que estaba encubierto a nuestros ojos pero que Dios, en su bondad, resolvió mostrar a sus hijos. Cerrando la epístola a los Romanos, Pablo dijo que su predicación sobre la gracia divina y la salvación en Jesucristo fue un “apocalipsis”, una revelación de Dios (Rom.16:25-27).

    ¿De quién viene esta revelación? ¿Cuál es su tema? La expresión “revelación de Jesucristo” puede significar dos cosas: que la revelación es dada por Jesús o que el asunto de la revelación es la persona de Cristo.[3] En su contexto inmediato, el primer significado parece ser el más correcto. El texto correspondiente,[4] en Apocalipsis 22:16, dice: “Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana”.

    Paralelamente, Juan dijo que esta revelación vino de Dios. De acuerdo con Apocalipsis 1:1, quien le dio la revelación a Jesús fue el propio Padre. Esto se confirma en Apocalipsis 22:6: “Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto”.

    Por lo tanto, Jesús es el mediador de la revelación. Él es el Revelador así como el Revelado. Además, a partir de Apocalipsis 1:1, todo gira en derredor de la maravillosa persona de Cristo: él anda entre los candeleros (Apoc. 1:12-20); envía mensajes a las iglesias (Apoc. 2-3); es entronizado en medio de aclamaciones (Apoc. 4-5); abre los sellos (Apoc. 6-8:1); lucha contra el dragón (Apoc.12:7-12); viene como un caballero victorioso (Apoc. 19:11-20); destruye a Satanás (Apoc.20:1-10); y trae la Nueva Jerusalén (Apoc.21-22). Por lo tanto, en la frase “revelación de Jesucristo” tenemos los dos significados: él es el Revelador y la Revelación, el que trae las buenas nuevas y su propio contenido.[5]

    Las tres primeras palabras del libro muestran mucho más que los peligros de los últimos días. El foco de la última profecía es Cristo: su amor, su gracia, su constante cuidado. Esto debería servirnos como brújula hermenéutica al estudiar todas las profecías de Apocalipsis. Si no descubrimos cuál es el papel central de Jesús en cada una de ellas, estaremos estudiando el libro de manera equivocada.

Cómo se revela Jesús

    ¿Cómo se reveló Jesús en Apocalipsis?

Hay una cierta complejidad en relación con el modo en que el libro llegó a nuestras manos (Apoc. 1:1). En primer lugar, el primer origen de la profecía es Dios. Él, entonces, entregó esa revelación a Cristo. A su vez, Jesús envió sus mensajes por medio de su ángel, el cual entregó los oráculos divinos a Juan, el profeta. A continuación, el apóstol comunicó la revelación a las iglesias del Asia Menor y, finalmente, tenemos acceso al mensaje del último libro de la Biblia.

    ¿Qué puede significar para nosotros esa jerarquía aparentemente intrincada? En primer lugar, Juan no es la mente detrás de Apocalipsis. Dios es su autor. Apocalipsis 1:2 indica que el apóstol consideraba su libro como la “palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (NVI). La locución “Palabra de Dios” y sus equivalentes (“Palabra de Jehová”, “dicho de Jehová”, “Profecía de Jehová”, etc.) son expresiones técnicas para autenticar el origen divino de las profecías bíblicas del Antiguo Testamento. Por otro lado, los profetas ligaban la expresión “Palabra del Señor” a una experiencia de visión profética, como lo hizo Juan (cf. Zac.1:1; Miq. 1:1).

    Por lo tanto, el mensaje de Apocalipsis es divino. Para comprenderlo es necesario, en primer lugar, reconocer que, así como todos los otros libros de la Biblia, Apocalipsis no es meramente un rejunte de palabras humanas (2 Ped. 1:21). Al ser originado por Dios, para entenderlo necesitamos el auxilio divino. Debemos orar para que el Señor abra nuestra mente a fin de que podamos comprender su voluntad.

    Todo esto nos invita a reflexionar en cómo hemos considerado no solo el libro de Apocalipsis, sino toda la revelación divina. ¿Cómo nos hemos aproximado a la “palabra de Dios” y al “testimonio de Jesucristo” (Apoc 1:2)? ¿Reconocemos que él es, dehecho, la “revelación de Jesucristo”? Tener una actitud de oración antes de acercarnos a la Biblia para estudiarla refuerza en nosotros la idea de que el texto que tenemos en las manos no es algo común y que necesitamos la ayuda divina para asimilar sus mensajes.

¿Por qué se revela Jesús?

    En el versículo 3, hallamos la primera de las siete bienaventuranzas[6] que se encuentran a lo largo de Apocalipsis: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca”. Juan se refirió al ambiente de la iglesia en el primer siglo.[7] En aquella época, pocas personas estaban alfabetizadas. Para que los mensajes esa práctica. El Señor prometió bendiciones a los encargados de leer las Escrituras y a los que se reunían para oírla.

    Hoy podríamos aplicar esa bendición al ambiente de las reuniones de la iglesia. Sea cual fuere el lugar donde se reúna, el ambiente debe ser favorable para crecer en el conocimiento de Dios. Hay bendiciones especiales tanto para los predicadores de la Palabra como para los que dedican tiempo para oír a los mensajeros. Sin embargo, la bendición principal está en la última parte del versículo: lo más importante es poner en práctica la revelación de Jesucristo. Leer y oír la Biblia es apenas un paso preliminar a la gran bendición que solo viene con la obediencia. Felices son aquellos que “guardan las cosas en ella escritas” (Apoc. 1:3).

    El propósito de la revelación de Jesús es claro: “Manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (Apoc. 1:1), porque “el tiempo está cerca” (Apoc. 1:3). Esta frase es la primera señal de la íntima vinculación entre los libros de Apocalipsis y Daniel.[8] Daniel 2:28 afirma: “Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días”. Jesús mismo ligó esa aseveración a sus discursos sobre la Segunda Venida en los evangelios (cf. Mat. 24:6; Mar. 13:7; Luc. 21:9).

    La gran revelación de Jesús en Apocalipsis, además de sí mismo, es su pronto advenimiento. Ese momento está cerca (Apoc. 1:3; 22:10). Llegados a este punto, una de las preguntas más comunes es: “Juan escribió esto hace dos mil años y Cristo aún no vino… ¿Cómo puede ser que esté cerca ese momento?”

    La Segunda Venida estaba cerca en el tiempo de Juan y, hoy, más que nunca, considerando tres aspectos: (a) Jesús deseaba regresar a reencontrarse con sus hijos en aquel tiempo; (b) los cristianos aguardaban su venida en aquel tiempo; y (c) el regreso de Jesús siempre debe ser considerado desde la perspectiva del tiempo que tenemos para relacionarnos con él, pues, para aquel que muere, el Advenimiento será como un “abrir y cerrar de ojos” (1 Cor. 15:52).

    Por eso, la gran pregunta no es acerca de la cercanía o la demora de la venida de Cristo. En su infinita sabiduría, Dios nos dio avisos acerca de la proximidad de su advenimiento. Esa es una de las funciones de Apocalipsis. Sin embargo, este libro nos fue dado, sobre todo, con el propósito de prepararnos para su venida. La gran pregunta es: ¿Pertenece mi vida a Jesús? ¿He buscado la revelación de su Persona en mi vida? ¿Estoy obedeciendo las órdenes que Dios me dio en su Palabra?

Conclusión

    A partir de este breve estudio, podemos destacar las siguientes implicaciones de Apocalipsis 1:1 al 3. En primer lugar, el asunto central y principal del último libro profético de la Biblia es Cristo. Él es la lente a través de la cual todos los símbolos de la profecía deben ser considerados. Cualquier interpretación que deje afuera el papel de Jesús en la historia, especialmente en los últimos eventos, es indigna de consideración.

    Además, Apocalipsis es un libro inspirado, como toda la revelación bíblica. Su mensaje aborda la relación de Dios con su pueblo, de manera especial durante los últimos eventos de la historia terrestre. El hecho de haber sido enviado “para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” demuestra cuánto nos ama el Señor.

    Finalmente, una interpretación de Apocalipsis que no muestre la esperanza retratada en él no hace justicia a su propósito. Este libro no fue escrito para amedrentar a nadie, sino para dar ánimo y alegría. Representa la victoria final de Dios sobre el mal y el pecado. El Revelador, revelado en él, salvará a sus hijos y los llevará a un lugar, una vida y un futuro mejores.

Sobre el autor: Profesor de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología de la FADBA, Brasil.


Referencias

[1] Ranko Stefanovic, (Revelation of Jesus Christ: Commentary on the book of Revelation, 2o ed. [Berrien Springs, Michigan: Andrews University Press, 2009], pp. 51-77) considera Apocalipsis 1:1 al 8 el prólogo del libro; y los versículos 1 al 3, la introducción. G. K. Beale (The Book of Revelation: A Commentary on the Greek Text, NIGTC [Grand Rapids, Michigan: Eerdmans: Carlisle, Reino Unido: Paternoster Press, 1999], p. 108) reconoce que ese es el consenso, pero designa toda la sección de Apocalipsis 1:1 al 20 como prólogo. De todos modos, él también considera Apocalipsis 1:1 al 3 como la introducción del libro.

[2] Jon Paulien, Seven Keys: Unlocking the Secrets of Revelation (Nampa, Idaho: Pacific Press, 2009), p. 11.

[3] En griego, la construcción Apokalypsis Iēsou Christou puede ser tanto un genitivo objetivo como un genitivo subjetivo. En otras palabras, la expresión Iēsou Christou es el origen del término Apokalypsis (genitivo objetivo) o puede ser el asunto de la primera palabra (genitivo subjetivo).

[4] Varios autores han demostrado la interrelación entre la primera y la segunda mitad de Apocalipsis: Elisabeth Schüssler Fiorenza, “Composition and Structure of the Book of

Revelation,” CBQ 39.3 (1977): 344-66; Kenneth A. Strand. “As Oito Visões Básicas”, en Estudos sobre Apocalipse: Temas introdutórios (En genheiro Coelho, San Pablo: Unaspress, 2017), pp. 45-61; C. Mervyn Maxwell, Uma Nova Era Segundo as Profecias do Apocalipse (Tatuí:Casa Publicadora Brasileira, 2002), pp. 55-64.

[5] Stefanovic, Revelation of Jesus Christ, p. 54.

[6] Apoc. 1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7; 22:14.

[7] Simon Kistemaker, Apocalipse (San Pablo, San Pablo: Cultura Cristã, 2014), p. 109.

[8] Beale, The Book of Revelation, p. 181.