Lecciones de la historia adventista sobre cómo administrar divergencias doctrinarias.
Así como el pueblo de Dios de los tiempos bíblicos aprendió de los errores y las victorias de sus antepasados, nosotros también podemos madurar al observar los errores de nuestros pioneros. El debate en la historia adventista sobre la interpretación de tamid (“diario”, “continuo”, “perpetuo”) en Daniel (8:11-13; 11:31; 12:11) es un ejemplo que puede enseñarnos a resolver conflictos.
Inicialmente, el tamid era identificado como Roma pagana. Sin embargo, a inicios del siglo XX, algunos ministros adventistas comenzaron a interpretar el término en vinculación con el ministerio de Cristo en el Santuario celestial.[1] Las diferencias no se limitaron a los aspectos teológicos y exegéticos, sino que incluyeron también cuestiones personales, como emociones, espiritualidad, suposiciones, agendas ocultas y polémicas. Este artículo discute brevemente el clima espiritual de aquel debate y resume el modo en el que Elena de White afrontó la situación. Este análisis puede proveer insights válidos para lidiar con disputas modernas.
Radiografía del conflicto
Ambas partes (la que identificaba el tamid con el paganismo romano [visión antigua] y la que relacionaba el término con el ministerio celestial de Cristo [nueva visión]) tenían razones para creer que su visión era la correcta. Los primeros señalaban que Elena de White había hecho una declaración hacía unos sesenta años que parecía establecer la identidad del tamid.[2] Por lo tanto, la adopción de una nueva explicación podría ser considerada como un cuestionamiento a la autoridad de Elena de White y ciertamente desafiaría el liderazgo de Cristo en el Movimiento Adventista. Para ellos, el tema era de gran importancia.
Por otro lado, el segundo grupo argumentaba que el fundamento del tema provenía enteramente de las Escrituras y que no precisaba de un árbitro final extrabíblico,[3] lo que aparentemente debilitaba la autoridad de los escritos de Elena de White. Debe notarse, sin embargo, que cuando algunos de los proponentes compartían algunas semejanzas y diferían en otros puntos importantes, eran vistos como miembros del mismo grupo: culpa por asociación.
A todo esto, Elena de White criticó a ambos bandos. Ella no aprobó a aquellos que se apoyaron en sus textos para resolver la cuestión: “Pido que mis escritos no sean usados para definir cuestiones sobre las cuales ahora hay mucha controversia. Ruego a los pastores H, I, J y otros de nuestros hermanos dirigentes que no hagan referencia a mis escritos para sostener sus puntos de vista sobre ‘el continuo’. […] No puedo consentir que ninguno de mis escritos sea tomado para definir este asunto. […] Ahora pido que mis hermanos del ministerio no usen mis escritos en sus argumentos en cuanto a esta cuestión”.[4]
Ella presentó dos razones para esa precaución. En primer lugar, dijo que no recibió “instrucción sobre este punto en discusión”.[5] En segundo lugar, este debate le fue presentado como uno sin “importancia vital” o de “menor importancia”.[6] De este modo, aunque no tuvo ninguna revelación sobre la definición exacta del tamid, Elena de White tuvo instrucciones divinas sobre la dimensión del asunto. Por lo tanto, incluso aquellos que sostenían la primera interpretación y empleaban sus escritos para apoyar su posición tuvieron que admitir que la cuestión en sí era de menor importancia.[7]
Al mismo tiempo, Elena de White criticó a los defensores de la nueva interpretación, por hacer foco excesivo en asuntos triviales e intentar sembrar la discordia.[8] En relación con William Prescott, lamentó que pasara horas discutiendo puntos secundarios que no tenían significado real “para la salvación del alma”.[9] También lamentó la tendencia que tenía de insistir en errores en la historia de nuestra iglesia que resultaron en confusión, incredulidad y cuestionamiento de verdades simples.[10] De hecho, algunos de los promotores de la nueva visión sustentaban que los escritos de Elena de White no tenían significado doctrinal, que los adventistas del séptimo día no necesitaban una confirmación infalible de sus enseñanzas y que el argumento para defender la interpretación antigua era absurdo.[11]
Aunque no considerase importante el tema, por algún tiempo Elena de White intentó unir las dos partes para orar y estudiar la Biblia porque, en su opinión, sería por medio de la investigación solemne y fervorosa de la Palabra que las cuestiones exegéticas y teológicas serían resueltas.[12] Sin embargo, aquellos que ayudaron a edificar la iglesia no lograban tragar la arrogancia de los promotores de la nueva visión. Esto puede explicar por qué a mediados de 1910 los defensores de la antigua visión se negaban a participar de estas reuniones. Ellos creían que ese diálogo no tendría éxito.[13]
Es fácil comprender por qué Elena de White intentó desviar la atención de las especificidades de los aspectos exegéticos o teológicos hacia el problema espiritual subyacente. Ella sugirió que las opiniones preconcebidas, las malas sospechas, la conducta anticristiana, los corazones insensibles y la falta de amor mutuo conspiraron contra cualquier solución real y contra la verdadera unidad cristiana.[14]
Resultados del conflicto
Elena de White mantuvo contacto con los miembros de ambos grupos, concientizándolos de sus respectivos errores, y presentándoles las implicaciones potenciales y reales del conflicto. Ella enfatizó que el verdadero problema no residía en las cuestiones exegéticas o teológicas, sino en las circunstancias espirituales.
Por lo tanto, solicitó repetidas veces que Arthur Daniells y William Prescott dejaran de señalar fallas en las principales publicaciones confesionales. Elena de White afirmó que, aunque algunos de los autores no estuvieran más vivos, era necesario recordar que Dios los había utilizado y por su intermedio había llevado a muchos al conocimiento de la verdad. Además, también exhortó a que los líderes fueran extremadamente cuidadosos de no insertar ningún tema en la Review que sugiriera “fallas en nuestra experiencia pasada” como algunos de los principales ministros habían señalado en la doctrina del Santuario con relación a la naturaleza del tamid. La inclinación a “buscar cosas para criticar o condenar” no fue inspirada por Dios, ni un trabajo designado a ellos por el Señor.[15] Elena de White reconoció que algunas publicaciones adventistas que trajeron “a muchos al conocimiento de la verdad” contenían cosas de “menor importancia” que debían ser cuidadosamente estudiadas y corregidas.[16] En su opinión, el punto en discordia, sin embargo, era “sin importancia” e “innecesario”; y no era “vital” ni “esencial para la salvación”.[17]
Sería contraproducente, por lo tanto, hacer demasiado énfasis en esas cosas, y llamar la atención de todos sobre ellas. Por ejemplo, en lugar de tener ministros, colportores y administradores debatiendo públicamente esas cuestiones, la responsabilidad de estudiarlas debería estar sobre aquellos que fueron “regularmente asignados” para esa tarea. En caso contrario, resultaría en descrédito para la literatura destinada a salvar personas, en argumentos contra la iglesia y en dudas en aquellos que habían aceptado el mensaje recientemente.[18]
Elena de White habló abiertamente con Arthur Daniells,[19] quien tendía a utilizar el peso de su cargo como presidente “para decidir la cuestión”. Ella le dijo que Dios no lo había llamado para decidir cuestiones teológicas ni para entrometerse en las publicaciones de la iglesia. Además, condenó el ejercicio de ese “poder dominante”, o “poder regio”, pues el presidente de una
Asociación o de la Asociación General no debería ser un líder opresivo.[20] Del mismo modo, reprendió a Stephen Haskell por republicar el diagrama de 1843,[21] porque tendía a crear confusión, discusiones y divisiones. Fue un error que se convirtió en un juguete en las manos de Satanás.[22]
Concentrarse en el asunto del tamid desviaba la atención de los líderes de la iglesia de las oportunidades que deberían ser utilizadas para presentar el mensaje de salvación a las personas y capacitar a los miembros de iglesia para hacer lo mismo.[23] Elena de White señaló que ambos grupos no actuaban sabiamente y necesitaban sabiduría divina.[24] El comportamiento que presentaban animaría a los agentes satánicos a promover pequeñas diferencias y a ampliarlas como grandes divergencias para producir confusión, divisiones, incertidumbres, cuestionamientos e incredulidad entre creyentes y no creyentes.[25] La agitación sobre el tema no solo desestabilizaría las mentes y “desacreditaría la verdad” sino también tentaría a aquellos que no habían sido completamente convertidos a sacar conclusiones rápidas y tomar decisiones precipitadas.[26] Las personas perderían la confianza en el liderazgo divino del Movimiento Adventista y en las “doctrinas que fueron establecidas bajo la guía del Espíritu Santo”.[27] Restablecer la confianza de quienes habían sido confundidos exigiría mucho tiempo y esfuerzo.[28]
Aparte del perjuicio causado a los miembros de iglesia, Elena de White también anticipó daños al trabajo evangelizador. Repetidas veces ella enfatizó que el comportamiento anticristiano de algunos ministros y dirigentes de la iglesia y la murmación sobre supuestas equivocaciones y fallas en las publicaciones adventistas y en las experiencias pasadas solo proveían munición para que Satanás movilizara a los oponentes de la verdad, personas “que se alejaron de la fe” y “salieron de entre nosotros”. Ellos sacaron provecho de ese conflicto interno y crearon una “montaña de un montículo de tierra”.[29] Como resultado, impedirían el trabajo evangelizador, desviarían a las personas de la verdad y causarían “un problema aún mayor”.[30]
Redirección espiritual
Como fue mencionado, para Elena de White los detalles teológicos y exegéticos del debate eran de menor importancia; el verdadero problema subyacente era de naturaleza espiritual. Esto se evidencia en la cantidad de veces que ella afirmó que los líderes de ambos grupos estaban incentivando a “Satanás”, “agencias satánicas”, “ángeles malos”, “el enemigo”, “el enemigo de la verdad” y “ángeles caídos”.[31] Dado esto, es fácil comprender por qué ella enfatizó la necesidad de una redirección espiritual como la solución para el conflicto. Por ello, Elena de White instó a los principales ministros y miembros de iglesia a humillar el corazón ante el Señor y a orar con fervor.[32] Ellos debían seguir el ejemplo de Cristo y cultivar la mansedumbre y la humildad de corazón (Mat. 11:29).[33] Ella resaltó que el debate sobre el tamid era completamente innecesario, pero que había una necesidad real de buscar al Señor para una reconversión,[34] una “verdadera conversión del corazón y de la vida”.[35] “El Señor exhorta a que se conviertan diariamente”.[36] “Bajo el control del Espíritu Santo”, los miembros debían consagrar sin reservas el corazón a Dios, depender totalmente de él y cooperar con la influencia celestial.[37] Ese esfuerzo “individual”[38] produciría una “impresión sagrada” en la mente de otros ministros, miembros de iglesia y nuevos conversos.[39]
Un segundo aspecto importante enfatizado por Elena de White fue la necesidad de unidad. Ella deseaba fuertemente ver en los ministros el deseo de responder la última oración de Jesús (Juan 17) y desarrollar la verdadera unidad cristiana.[40] Les pidió que enterraran sus diferencias y “avanzaran juntos”, que mantuvieran un “frente unido”, “estuvieran juntos bajo la guía del Espíritu Santo”, mostraran “respeto por los más ancianos” y, en la medida de lo posible, que estuvieran de acuerdo con las predicaciones y actividades de ellos.[41] Es interesante notar que Elena de White no les pidió que renunciaran a sus distintas posiciones, sino que se abstuvieran de expresar sus diferencias de opinión.[42] Ella explicó que las personas necesitaban cultivar la sabiduría de saber cuándo hablar y cuándo callar, qué cargas debían cargar y qué cosas era importante dejar de lado.[43] Evitar conflictos, confiar unos en otros, cooperar en la obra de salvación y predicar la verdad “hará una impresión poderosa en las mentes humanas”, pues “hay fortaleza en la unidad”.[44]
Aparte de hacer énfasis en la necesidad de la conversión diaria de la verdadera unidad cristiana, Elena de White también les pidió a los ministros que se concentraran en los diferentes ramos del ministerio: iglesia, escuela, familia y evangelismo. Ellos debían predicar y enseñar los “asuntos importantes de [la] verdad”, las “verdades sagradas” y las “cuestiones vitales” de un modo sincero, simple y coherente. El tamid y asuntos relacionados no eran una “piedra de toque”, aunque muchos presentaban la cuestión de esa forma, pero las verdaderas “piedras de toque” eran la obediencia y la salvación, “los mandamientos de Dios y el testimonio de Jesucristo”.[45] Los pastores no debían limitarse a predicar a los miembros de iglesia, sino también entrenarlos y orientarlos. Por lo tanto, ellos mismos debían aprender las enseñanzas simples, más esenciales, de Cristo y también enseñar a los miembros de iglesia “cómo dar a los demás el conocimiento de la verdad salvadora para este tiempo”.[46]
En particular, la iglesia debía realizar esfuerzos especiales y sinceros para ayudar a los padres a consagrar su tiempo y su fuerza a sus hijos, para que ellos pudiesen entender la necesidad de buscar a Cristo para su propia salvación.[47] De idéntica manera, en todas las escuelas adventistas, los maestros debían ayudar a sus alumnos a aprender cómo ser salvos y “vestir el manto blanco de la justicia de Cristo”.[48]
Yendo más allá de los esfuerzos por los miembros de iglesia, padres e hijos, Elena de White frecuentemente llamaba la atención a una causa aún descuidada, la necesidad de evangelizar las ciudades.[49] Los ministros debían “predicar la Palabra”, seguir el ejemplo de Cristo al salvar a las personas y compartir el mensaje de salvación con aquellos que viven en las grandes ciudades, así como en los campos misioneros de todo el mundo.[50]
Conclusión
La historia del debate sobre el tamid en Daniel 8 y de cómo el problema fue resuelto puede ayudarnos a afrontar discusiones actuales. Elena de White dijo a las dos partes que las Escrituras debían ser la base para esclarecer cuestiones doctrinarias y exegéticas. Sin embargo, solucionarlas solo es posible cuando todos los involucrados se acercan a la mesa con un espíritu fraternal. La falta de disposición para llegar a un acuerdo y encontrar una respuesta bíblica no debe ser disculpa para presentar un tema polémico, sino un llamado a la búsqueda individual de un nuevo corazón. Si la interacción entre las partes no está caracterizada por un buen espíritu, la discusión sobre el asunto solo empeorará las cosas. Ambos lados deben alejarse del asunto y concentrarse en la conversión personal, en la capacitación de los miembros de iglesia, en la educación de los padres, los hijos y los estudiantes, en compartir el evangelio con los necesitados de salvación. Todos esos ramos del ministerio deben ser permeados por un deseo mutuo de unidad y por el propósito de desarrollar una relación estrecha con Jesús.
Aunque una investigación conjunta sobre el tamid fuera imposible en sus días, Elena de White vio que habría, en el futuro, un tiempo para estudiar más el asunto, con base en las Escrituras. Conforme ella indicó, la cuestión debía ser colocada a un lado “en este momento”, “ahora”, “ahora mismo”, “en este período de nuestra historia” y “en esta etapa de nuestra experiencia”.[51] Quedó claro, por lo tanto, que el espíritu con el cual la iglesia aborda las cuestiones doctrinales y las prácticas es más importante que resolver las cuestiones en sí.
Sobre el autor: Doctor en Teología, es profesor del Seminario Teológico de la Universidad Andrews.
Referencias
[1] Denis Kaiser, “The history of the Adventist interpretation of the ‘daily’ in the book of Daniel from 1831 to 2008” (Tesis de maestría, Universidad Andrews, 2009).
[2] Ver Jerry Moon, “Diário, O”, en Enciclopedia Ellen G. White, eds. Denis Fortin y Jerry Moon (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2018), pp. 826-828.
[3] Por ejemplo, L. R. Conradi a J. N. Loughborough, 16/4/1907; L. R. Conradi a A. G. Daniells, 11/10/1910.
[4] Elena de White, Mensajes selectos (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), t. 1, p. 201.
[5] Ib.d.; cf. Manuscript Releases (Silver Spring, MD: Ellen G. White Estate, 1981-1993), t. 9, p. 107; t. 12, p. 224.
[6] Ib.d., p. 202; cf. Manuscript Releases, t. 9, p. 106; t. 12, p. 224; t. 10, p. 334.
[7] S. N. Haskell a A. G. Daniells, 27/1/1908; E. G. White a W. C. White, 6/12/1909.
[8] White, Manuscript Releases, t. 10, pp. 334, 359
[9] White, Manuscript Releases, t. 10, p. 359
[10] White, Manuscript Releases, t. 12, pp. 223-225.
[11] L. R. Conradi a A. G. Daniells, 11/10/1910; L. R. Conradi a J. N. Loughborough, 16/4/1907.
[12] White, Manuscript Releases, t. 20, p. 223.
[13] Ib.d.
[14] White, Manuscript Releases, t. 9, p. 106; t. 20, p. 223; Mensajes selectos, t. 1, pp. 204-206.
[15] White, Manuscript Releases, t. 12, p. 225; t. 9, p. 106; t. 10, p. 336; t. 20, pp.17, 18, 20.
[16] White, Mensajes selectos, t. 1, p. 202.
[17] White, Manuscript Releases, t. 10, p. 359; t. 12, p. 224; t. 9, p. 106; t. 20, pp. 17, 18; Mensajes selectos, t. 1, pp. 204-206.
[18] White, Mensajes selectos, t. 1, p. 202.
[19] Presidente de la Asociación General entre 1901 y 1922.
[20] White, Manuscript Releases, t. 20, pp. 19-21.
[21] Ver P. Gerard Damsteegt, Foundations of the Seventh-day Adventist Message and Mission (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1977), pp. 54, 310.
[22] White, Manuscript Releases, t. 9, p. 106.
[23] White, Manuscript Releases, t. 20, p. 17; Mensajes selectos, t. 1, pp. 204-206.
[24] White, Manuscript Releases, t. 12, p. 224; t. 9, p. 106; Mensajes selectos, t. 1, pp. 204-206.
[25] White, Manuscript Releases, t. 10, pp. 334, 336, 337; t. 12, pp. 224, 225; t. 9, p. 106; t. 20, pp. 17, 18, 21, 22; Mensajes selectos, t. 1, pp. 204-206.
[26] White, Manuscript Releases, t. 12, pp. 223, 224; t. 9, p. 107; t. 20, p. 21.
[27] White, Manuscript Releases, t. 9, p. 107; t. 10, p. 337.
[28] White, Manuscript Releases, t. 10, p. 337.
[29] White, Manuscript Releases, t. 10, p. 334; t. 9, p. 106.
[30] White, Manuscript Releases, t. 10, pp. 336, 359; t. 12, pp. 224, 225; t. 9, p. 106; t. 20, pp. 18, 21; Mensajes selectos, t. 1, pp. 204-206.
[31] White, Manuscript Releases, t. 10, pp. 334, 336, 337; t. 12, p. 225; t. 9, p. 106; t. 20, pp. 17, 18, 21, 22.
[32] White, Manuscript Releases, t. 12, p. 223; t. 20, p. 20; t. 10, p. 337; Mensajes selectos, t. 1, pp. 204-206.
[33] White, Mensajes selectos, t. 1, pp. 204-206.
[34] White, Manuscript Releases, t. 20, p. 20; Mensajes selectos, t. 1, pp. 204-206.
[35] White, Manuscript Releases, t. 12, p. 223.
[36] White, Mensajes selectos, t. 1, p. 203.
[37] White, Manuscript Releases, t. 9, pp. 107, t. 20, p. 21; Mensajes selectos, t. 1, pp. 202-204.
[38] White, Mensajes selectos, t. 1, p. 204.
[39] Ib.d., pp. 204-206.
[40] Ib.d.
[41] White, Manuscript Releases, t. 20, pp. 18-20, 223; t. 9, p. 106; Mensajes selectos, t. 1, pp. 204, 205.
[42] White, Mensajes selectos, t. 1, pp. 204-206.
[43] White, Manuscript Releases, t. 10, p. 334; t. 20, pp. 18, 19.
[44] White, Mensajes selectos, t. 1, p. 205.
[45] White, Mensajes selectos, t. 1, pp. 201-206; Manuscript Releases, t. 12, pp. 224, 225.
[46] White, Manuscript Releases, t. 12, p. 225.
[47] White, Manuscript Releases, t. 12, pp. 223, 224.
[48] White, Manuscript Releases, t. 12, p. 223.
[49] White, Manuscript Releases, t. 20, pp. 18-21.
[50] White, Mensajes selectos, t. 1, pp. 202-206; Manuscript Releases, t. 20, pp. 18, 19, 21; t. 10, pp. 335, 336.
[51] White, Manuscript Releases, t. 20, p. 17; t. 12, pp. 223-225; Mensajes selectos, t. 1, pp. 204-206.