Los primeros días de 2020 fueron de gran agitación para la política global. El 3 de enero, una acción del ejército estadounidense, próximo al aeropuerto de Bagdad, mató al general Qasen Coleimani, comandante de la Fuerza Quds, una división de élite del ejército iraní. En cuestión de minutos, Estados Unidos, Irán e Irak se transformaron en el centro de atención del mundo; despertando sentimientos polarizados con relación al ataque.

 En medio del aumento de la tensión entre los países y los impasses diplomáticos resultantes de las declaraciones de apoyo y de repudio realizadas por varios jefes de estado, la presencia de los embajadores se hizo vital, en un intento de encontrar caminos de pacificación en el gran tablero de las relaciones internacionales.

 Aunque no sea presencia constante en los medios de comunicación, la figura de un embajador es de gran importancia para las buenas relaciones entre las naciones. Tan cierta es esta afirmación, que el apóstol Pablo llama a los ministros cristianos como “embajadores en nombre Cristo” (2 Cor. 5:20), a fin de enfatizar el papel que desempeñaban en el ámbito de la misión divina. De hecho, comprender mejor las lecciones que resultan de esta comparación, proporciona una serie de aplicaciones útiles para el desempeño del trabajo pastoral.

Diplomáticos de Cristo

 Curiosamente, el término utilizado por el apóstol Pablo para designar a un embajador tiene conexión con el oficio del liderazgo eclesiástico: “presbeuō, literalmente, ‘ser más viejo’, ‘ser un anciano’, o ‘ser un embajador’ ”.[1] De esta manera, parece que queda más interesante la relación entre las actividades del diplomático (que también era conocido como legado imperial, en Roma) y como presbítero cristiano (anciano itinerante o local).

 En esencia, las atribuciones de un embajador del primer siglo no son tan diferentes a las desempeñadas por un diplomático en nuestros días. Ese oficial era designado para ser un alto representante de su tierra natal en el lugar en el que estuviera establecido. Eso quiere decir que su conducta, sus mensajes o decisiones deberían reflejar los valores defendidos por su imperio. De esa manera, el embajador actuaba y hablaba “no apenas en nombre, sino en lugar del soberano de quien había recibido su comisión”,[2] siendo, por lo tanto, considerado un “portavoz del rey, de un gobernante o de una comunidad”.[3]

 A fin de ser exitoso, era necesario que él fuera una persona grata en su lugar de origen, así como en la región en la cual había sido designado,[4] dándole condiciones para estrechar lazos entre ambos. Con base en antiguos documentos diplomáticos del período, David Garland nos recuerda que los embajadores eran enviados para expresar señales de “amistad y buena voluntad, establecer relaciones, renovar relaciones amistosas o hacer alianzas”.[5] De esa manera, el diplomático era obligado a “observar oportunidades, estudiar personalidades y buscar estrategias que pudieran colocarlo delante de sus oyentes de una manera cautivante”.[6] Por lo tanto, los embajadores debería ser eslabones para la promoción de los intereses de su reino, de la paz y de las buenas relaciones entre los pueblos.

 De esta breve descripción del oficio diplomático es posible identificar los siguientes paralelos con el ministerio cristiano: (1) Somos llamados a hablar y a actuar como representantes de Dios (2 Cor. 5:20; 6:1). (2) Debemos ser bien apreciados en nuestras relaciones (Mat. 5:13–16; Rom. 12:18). (3) Tenemos un mensaje de reconciliación y paz (Rom. 5:10; 2 Cor. 5:18). (4) Necesitamos desarrollar estrategias eficientes para compartir los valores del reino de los cielos (1 Cor. 10:33; 2 Tim. 2:15).

 El objetivo de este artículo es presentar las seis características principales que necesitamos desarrollar para ser exitosos en nuestra misión como embajadores de Cristo en nuestras relaciones personales, institucionales y sociales. Otras podrían ser mencionadas, pero por una cuestión de espacio, decidí enfocar mis palabras en los elementos que juzgo como fundamentales.

Espiritualidad

 Es imposible ser representante de Cristo y establecer buenas relaciones sin nutrir una espiritualidad saludable, por medio del estudio de los escritos inspirados y de la oración. De hecho, solamente en comunión con él podremos ser transformados a su semejanza. El apóstol Pablo afirmó: “Así que todos nosotros, con el rostro descubierto, reflejamos la gloria del Señor como si fuéramos espejos. Y el Espíritu del Señor nos va transformando de gloria en gloria, y cada vez nos parecemos más a él” (2 Cor. 3:18, NBV). Cuando ocurre este proceso, Cristo pasa a vivir en nosotros (Gál. 2:20), y esa vivencia resulta en frutos espirituales (Juan 15:1–5; Gál. 5:22).

 Además de esto, la autoridad y el poder para actuar “en nombre de Cristo” es dada por él, como se hace evidente en Mateo 28:18. Michael Green destaca que, en ese contexto, Jesús “transmite su autoridad a sus seguidores”; haciendo de ellos “representantes investidos de poder”.[7] Tal privilegio no tiene como objetivo la exaltación del ser humano, sino la proclamación del mensaje de salvación a todas las personas.

 Elena de White destacó la importancia de la espiritualidad del pastor y sus efectos sobre los resultados del trabajo ministerial; ella escribió: “El que enseña la Palabra debe vivir en concienzuda y frecuente comunión con Dios por la oración y el estudio de su Palabra; porque ésta es la fuente de la fortaleza. La comunión con Dios impartirá a los esfuerzos del ministro un poder mayor que la influencia de su predicación. No debe privarse de ese poder. […] Por el poder y la luz que él imparte podrán comprender y realizar más de lo que su finito juicio considera posible”.[8]

Confiabilidad

 Ningún embajador consigue afirmarse en su posición diplomática si no conquista la confianza de las personas con quienes se relaciona. Stephen M. R. Covey, especialista en liderazgo, fue categórico al declarar que “la capacidad de establecer, hacer crecer, extender y recuperar la confianza […] es la competencia clave de los líderes en la nueva economía global”.[9]

 Sin duda alguna, a lo largo de los siglos la confiabilidad ha sido una de las principales virtudes buscadas en los líderes. El profeta Daniel es un buen ejemplo de alguien que vivió en un ambiente diplomático desafiante, pero que se destacó por establecer relaciones sólidas y amparadas por la revelación bíblica. Su historia, marcada por cualidades como la integridad, la fidelidad y la sabiduría, destaca el binomio que ayuda a construir el concepto de confianza: carácter y competencia.[10]

 Es siempre oportuno recordar que, especialmente en el liderazgo cristiano, “las designaciones de Dios son siempre fundamentadas en el carácter; cuanto mejor es el carácter, mayor es la tarea.”[11] La descripción del perfil de los ancianos/ pastores en 1 Timoteo 3:1 al 7 demuestra esa realidad y también indica la importancia de la competencia para el ejercicio de la función. En relación con esa virtud, la Biblia nos enseña a hacer lo que está bajo nuestra responsabilidad con toda nuestra fuerza (Ecl. 9:10), diligencia (Prov. 12:24) Cuando un ministro presenta un carácter equilibrado y competencia en lo que hace, da evidencias de confiabilidad y consigue establecerse como un eslabón efectivo en las diferentes relaciones en las que está involucrado.

Conocimiento

 Quien desea actuar como líder diplomático necesita estar dispuesto a ser un constante aprendiz. James Kouzes y Barry Posner afirman: “Los mejores líderes son los mejores alumnos. Ellos tienen una mentalidad de crecimiento. Creen que son capaces de aprender y crecer en el transcurso de la vida. Para ser un mejor líder, usted debe comprometerse en un aprendizaje continuo. Usted nunca para de aprender, nunca para de mejorar. El aprendizaje continuo es un estilo de vida”.[12]

 Por eso, como embajadores de Cristo, debemos valorar el aprendizaje que potencializa nuestra utilidad. Así, necesitamos tener un amplio conocimiento de los valores del reino, de la cultura en la que estamos inmersos, del contexto que nos involucra y de las personas con quienes estamos en contacto. La suma de esas informaciones, y un análisis ponderado al respecto de ellas, proporciona una visión más cuidadosa de cómo podemos actuar a fin de promover relaciones saludables y salvíficas en nuestra esfera de acción.

 El ejemplo del apóstol Pablo, el embajador por excelencia, es muy ilustrativo. En 1 Corintios capítulo 9, de los versículos 20 al 23, él dice: “Entre los judíos me volví judío, a fin de ganarlos a ellos. Entre los que viven bajo la ley me volví como los que están sometidos a ella (aunque yo mismo no vivo bajo la ley), a fin de ganar a estos. Entre los que no tienen la ley me volví como los que están sin ley (aunque no estoy libre de la ley de Dios, sino comprometido con la ley de Cristo), a fin de ganar a los que están sin ley. Entre los débiles me hice débil, a fin de ganar a los débiles. Me hice todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles. Todo esto lo hago por causa del evangelio, para participar de sus frutos”. Sin lugar a duda, ampliaremos la eficacia de nuestro trabajo si estamos dispuestos a seguir las huellas apostólicas.

Sabiduría

 Tan importante como el conocimiento es la sabiduría práctica para conocer los límites de lo que se debe hacer o de lo que se debe decir en nuestras diferentes relaciones. El equilibrio y el sentido común son regalos de Dios que debemos pedir intencionalmente en oración. El apóstol Santiago escribió: “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” (Sant. 1:5).

 Derek Kidner señaló: “La sabiduría deja su firma en cualquier cosa bien realizada o bien juzgada, desde una observación apropiada hasta en el propio universo, desde una política sabia (que brota de una introspección práctica) hasta una acción noble (que presupone discernimiento moral y espiritual).[13] De esa manera, un embajador de éxito debe ser reconocido por su sabiduría.

 Especialmente en el libro de Proverbios encontramos muchas orientaciones precisas en relación a cómo actuar correctamente en varias ocasiones, por ejemplo: cómo desarrollar amistades (Prov. 17:17; 27:9–10, 17; 29:4); cómo proceder socialmente (Prov. 25:17, 20; 26:18–19; 27:14) y cómo usar las palabras (Prov. 11:12–13; 15:1, 23; 16:13; 17:28). Este último punto, que está en la base de la comunicación, aspecto fundamental para el mantenimiento de las relaciones, demanda una exposición más detallada; que la realizamos a continuación.

Comunicación

 La comunicación adecuada es esencial para el establecimiento de buenas relaciones, especialmente en el contexto de la misión que nos fue confiada. Elena de White afirmó: “La extensión de la utilidad de un cristiano es medida por su poder de comunicar aquello que recibió y que se transformó en una experiencia para él”.[14]

 Paul Watzlawich, importante estudioso del asunto desarrolló con Janet Beavin y Don Jackson el concepto de los cinco axiomas de la comunicación. Conocerlos nos puede ayudar para tener una visión más profunda y cuidadosa de ese importante elemento de la vida. Son ellos:

 1. Es imposible no comunicar, pues cualquier comportamiento humano expresa alguna cosa.

 2. Toda comunicación contiene dos aspectos: contenido y relación. Es decir, además del significado de las palabras, la comunicación también involucra la relación entre el emisor y el receptor del mensaje.

 3. La puntuación de las secuencias comunicacionales entre los comunicantes impacta la naturaleza de una relación; es decir, emisor y receptor estructuran la comunicación de maneras diferentes, de acuerdo con su experiencia y percepción.

 4. La comunicación ocurre en dos niveles: analógico y digital, verbal y no verbal.

 5. Las interacciones comunicacionales pueden ser simétricas (cuando estamos en condición de igualdad con el otro) o complementaria (cuando estamos en condiciones desiguales, pero aceptamos las diferencias y permitimos la interacción).[15]

 A partir de estos axiomas, necesitamos tener algunos cuidados para ser exitosos en nuestra comunicación como embajadores de Cristo. En primer lugar, nuestras palabras y nuestros silencios comunican; por ese motivo, necesitamos saber cuándo hablar y cuándo guardar silencio. En segundo lugar, nuestras palabras o nuestros silencios serán interpretados a partir de la relación que tenemos con las personas; es decir, incluso buenas informaciones permeadas por relaciones desgastadas, posiblemente, serán mal interpretadas. En tercer lugar, no podemos asumir que las personas entenderán exactamente aquello que decimos, pues cada uno de nosotros estructura la emisión/recepción del mensaje a su manera. Por este motivo, es necesario que seamos cuidadosos con los detalles de lo que decimos o dejamos de decir. En cuarto lugar, tan importante como las palabras son las expresiones corporales, la ropa o las imágenes utilizadas en nuestra comunicación. Finalmente, no podemos olvidarnos que nuestras relaciones de igualdad (por ejemplo: con pares) o de diferencia (por ejemplo: líder o liderado) influyen en el proceso de nuestra comunicación.

 En síntesis, lo que se percibe es que el éxito en la comunicación está íntimamente relacionado con la buena (o mala) relación entre las partes que se comunican; por lo tanto, sigamos el siguiente consejo: “Hay gran necesidad de que los hombres y mujeres que poseen un conocimiento de la voluntad de Dios aprendan cómo llegar a ser obreros de éxito en su causa. Los tales han de ser personas refinadas y de entendimiento, y no tener el engañoso pulimiento exterior ni la tonta afectación de los mundanos, sino ese refinamiento y verdadera cortesía que son característicos del cielo y propios de todo cristiano participante de la naturaleza divina”.[16]

Proactividad

 Ningún embajador debe ser apático en relación a los intereses de su patria. Del embajador de Cristo, se espera que sea proactivo en rogar para que las personas se reconcilien con Dios (2 Cor. 5:20) y exhortar para que ellas no reciban en vano la gracia divina (2 Cor. 6:1). El llamado al ministerio cristiano demanda actitud, coraje y disposición para defender los valores del reino, proclamar el mensaje de salvación y liderar un pueblo para que se encuentre con el Señor.

Elena de White fue categórica al decir: “Los que están en lugar de Cristo rogando que las almas se reconcilien con Dios, deberían manifestar por precepto y ejemplo un interés inalterable por su salvación. Su fervor, perseverancia, abnegación y espíritu de sacrificio deberían exceder la diligencia y la sinceridad de los que procuran las ganancias terrenales, en la medida en que las almas son más valiosas que las heces de la tierra, el motivo más elevado que el de una empresa terrenal”.[17] El ejemplo del líder será una inspiración para que las personas que están bajo su influencia dirijan sus esfuerzos para la misión. Cuando esto ocurre, las tensiones internas tienden a disminuir y los líderes de crecimiento tienden a aumentar.

Conclusión

 En esencia, nosotros, pastores, somos embajadores de Cristo en cualquier esfera de relaciones, sea esta interna o externa. Para que tengamos éxito como diplomáticos del reino, necesitamos nutrir espiritualidad profunda, inspirar confianza genuina, obtener conocimiento variado, crecer en la sabiduría divina, desarrollar comunicación eficaz y ser valientemente proactivos. Actuando de esta manera, cumpliremos nuestra misión en tierra extranjera y seremos recibidos en nuestra Patria celestial con las palabras de aprobación: “¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! En lo poco has sido fiel; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!” (Mat. 25:21).

Sobre el autor: Director de la revista Ministerio, edición de la CPB.


Referencias

[1] Francis Nichol (org.), Comentario bíblico adventista del séptimo día (Buenos Aires: ACES, 2016), p. 958.

[2] M. E. Thrall, A Critical and Exegetical Commentary on the Second Epistle of the Corinthians (Londres; Nueva York: T&T Clark International, 2004), pp. 436, 437.

[3] S. J. Kistemaker, Comentario al Nuevo Testamento: 2 Corintios (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2004), p. 223.

[4] A. T. Robertson, Word Pictures in the New Testament (Nashville, TN: Broadman Press, 1933), ver 2 Corintios 5:20.

[5] David E. Garland, 2 Corinthians (Nashville, TN: Broadman & Holman Publishers, 1999), pp. 295, 296.

[6] Joseph B. Lightfood, Ordination Addresses and Counsels to Clergy (Londres: MacMillan, 1890), pp. 47, 48.

[7] Michael Green, The Message of Matthew: The kingdom of heaven (Leicester, Inglaterra; DownersGrove, IL:   Press, 2001), p. 320.

[8] Elena White. Los hechos de los apóstoles (Buenos Aires: ACES, 1957), pp. 362, 363.

[9] Stephen M. R. Covey, A Velocidade da Confiança (Río de Janeiro: Elsevier; San Pablo: Franklin Covey, 2008), p. 22.

[10] Ídem., p. 29.

[11] Henry y Richard Blackaby, Liderança Espiritual Como impulsionar pessoas para o trabalho de Deus (San Pablo: Bompastor, 2007), p. 72.

[12] James Kouzes y Barry Posner, Aprendendo a Liderar: Os cinco fundamentos para se tornar um líder

exemplar (Río de Janeiro: Alta Books, 2017), pp. 52, 53. 13 Derek Kidner, Provérbios (San Pablo: Vida Nova, 2006), p. 13.

[13] Derek Kidner, Provérbios (San Pablo: Vida Nova, 2006), p. 13.

[14] Elena White, The Voice in Speech and Song (Boise, ID: Pacific Press Publishing Association, 1988), p. 43.

[15] Paul Watzlawick, Janet Beavin y Don Jackson, Pragmática da Comunicação Humana: Um estudo dos

padrões, patologias e paradoxos da interação (San Pablo: Cultrix, 2007), pp. 44–64.

[16] Elena White, Servicio cristiano (Buenos Aires: ACES, 2015), p. 226.

[17] Elena White, Testimonios para la iglesia (Buenos Aires: ACES, 2015), t. 2., p. 301.