Hoy es el tiempo para un verdadero movimiento de restauración espiritual

El libro de Nehemías describe lo que probablemente haya sido la última gran reforma en el pueblo de Israel. Con su celo característico, él se dispuso a restaurar la fidelidad a Dios. El relato bíblico declara que todo el pueblo de Judá trajo “a los almacenes la décima parte del trigo, del vino y del aceite” (Neh. 13:12).

 Sin embargo, algún tiempo después, el libro de Malaquías relata que, debido al egoísmo, tanto del pueblo como de los sacerdotes, y de la negligencia general en relación al templo y a las responsabilidades religiosas, los israelitas tuvieron una nueva caída en su relación con el Señor. El fracaso de ellos en cumplir el propósito divino es claramente percibido en las severas advertencias realizadas por el profeta Malaquías.

 Sabemos poco sobre este último profeta del Antiguo Testamento. El nombre hebreo traducido al español como Malaquías significa, literalmente, “mi mensajero”. Algunos comentarios sugieren que, en lugar de ser su propio nombre, el término “Malaquías” puede ser una abreviatura de Mal’akiyah, o “mensajero de Jehová”, siendo, por lo tanto, un título o una descripción de la función más que un nombre, propiamente dicho.

 El libro conocido por ese nombre es normalmente datado al final del siglo quinto antes de Cristo. Malaquías es llamado el “Sócrates hebreo”, ya que introduce en la Biblia un nuevo estilo de discurso, conocido como un método didáctico-dialéctico de escritura. Aunque sus mensajes sean de condenación en relación a las “actitudes laodiceanas” de los judíos durante el período anterior a la venida del Mesías, los últimos cuatro versículos del último capítulo del libro esbozan la expectativa del cumplimiento de una gran promesa de reforma espiritual que debería ocurrir antes del “grande y terrible día del Señor”. Por lo tanto, todo esto no debe dejar a dudas en relación a la importancia de este libro para los laodicenses de la iglesia remanente.

 Después de una breve introducción en el capítulo 1, la mayor parte del resto del libro adopta una dialéctica que consiste, por un lado, en advertencias de Dios, y por otro, en las presuntuosas negaciones del pueblo. Hay ocho de esas dialécticas del capítulo 1 al capítulo 3:15. En la versión bíblica King

 James, de las ocho respuestas del pueblo, seis inician con la expresión “en qué”. En la primera de ellas, Dios dice claramente: “Yo los he amado”. En lugar de estar maravillados con el interés y el cuidado de Dios para con ellos, los israelitas se habían transformado en seres maldicientes, ingratos e irrespetuosos, diciendo: “¿Y cómo nos has amado?” ¡Cuán rápidamente ellos se habían olvidado del milagro del retorno del exilio y de las generosas provisiones divinas para con sus necesidades!

 A pesar de esta respuesta arrogante, Dios, de manera amorosa, continuó insistiendo en sus argumentos. Como evidencia de su amor, él le recordó al pueblo los contrastantes destinos de los descendientes de Esaú y de Jacob. Su cuidado y su preocupación son vistos en el hecho que la punición de Jacob fue una punición de amor. Esta fue temporal y para un propósito determinado. Por el contrario, Esaú sufrió con las consecuencias del rechazo y su rebeldía contra Dios.

 En Malaquías 1:6, el mensajero inicia su ofensiva contra los sacerdotes. Aquí también encontramos la segunda fase del diálogo entre Dios y su pueblo. Dios declara que, en lugar de demostrar la honra que un siervo le da a su señor o un hijo a su padre, su pueblo estaba despreciando su nombre. Es claro que ellos estaban tan ciegos espiritualmente y con el corazón distante del Señor, que no conseguían reconocer lo que estaban haciendo.

 Con un aire de inocencia herida, ellos respondieron: “¿En qué hemos despreciado tu nombre?” Parecía que ellos estaban completamente ajenos a sus debilidades y a sus equivocaciones. En el versículo 7, Dios les responde pacientemente, mostrando que ofrecieron pan contaminado en su altar. La respuesta de ellos, como ya se podía esperar, fue una evidencia de su insensibilidad espiritual: “¿Cómo hemos contaminado los sacrificios?” (vers. 7, NBLA).

 Dios, entonces, detalló los pormenores de la contaminación que ellos habían cometido. Por sus acciones, aunque no fuese por sus palabras, ellos trataban la mesa del Señor como algo despreciable. Aparentemente, ofrecían sacrificios de animales ciegos, tullidos, cojos o enfermos. Dios les recordó que ni siquiera les presentarían una ofrenda de ese tipo a un gobernador. Los versículos siguientes indican cómo el pueblo había perdido el sentido de la santidad y del significado del servicio del santuario. Ellos decían: “¡Ya estamos cansados de todo esto!” (vers. 13, DHH).

 En la primera parte del capítulo 2, nos deparamos con la reprobación divina sobre los sacerdotes. Ellos estaban fallando en el cumplimiento de los términos de la alianza realizada por medio de Leví. Dios esperaba que ellos celaran por su ley, que la iniquidad no fuese encontrada en sus labios, que anduvieran con Dios en paz y rectitud, y que rescataran muchos de los caminos de la iniquidad. Ellos debían ser mensajeros del Señor; sin embargo, él necesitó reprenderlos: “Pero ustedes se han desviado del camino y mediante su instrucción han hecho tropezar a muchos; ustedes han arruinado el pacto con Leví –dice el Señor todopoderoso–” (vers. 8).

Denuncias contra el pueblo

 Malaquías reprobó severamente al pueblo por su idolatría, por su adulterio, su infidelidad, su rebelión y su sacrilegio. Su religión se había hecho débil porque ellos se habían hundido en una religiosidad formal y mecánica sin ningún significado transformador en sus vidas. Lo peor, es que ellos ni siquiera lo percibían.

 Como consecuencia, Dios se rehusó a aceptar sus ofrendas y sacrificios. Entonces, ellos lo desafiaron con la pregunta: “¿Por qué?” Con mucha paciencia, él respondió que habían cometido adulterio, tanto en el aspecto literal como espiritual; llegaron al punto de cansar al Señor con sus palabras (vers. 17). Ni siquiera su terrible condenación los impresionó. En tono ofendido, ellos respondieron: “¿En qué lo hemos cansado?” Dios les respondió: “Ustedes no saben ni siquiera la diferencia entre el bien y el mal. Ustedes parece que no se dan cuenta que yo soy un Dios de justicia y juicio”.

Descripción del Juicio Final

 Los versículos 1 al 3 del capítulo 3 retratan una escena vívida del Juicio Final. Cristo vendrá en justicia y juicio para lidiar con el pecado de ellos. Malaquías lo describió viniendo súbitamente a su templo (vers.1). Claro que el profeta no hace distinción entre la primera y la segunda venida de Cristo; él vino literalmente al templo durante su primera venida, pero Malaquías apunta hacia un cumplimiento aún mayor, describiendo el juicio final de Cristo con las expresiones “fuego de fundidor” y “lejía de lavandero”. Él “purificará a los levitas y los refinará como se refinan el oro y la plata”. Esas declaraciones apuntan hacia la obra de Cristo en el Santuario celestial durante el Juicio Investigativo.

 Junto con la advertencia del Juicio inminente, Dios llamó a su pueblo para que volviera a él, a fin de que él pudiera volver a ellos (vers. 7). ¿De qué manera respondió el pueblo? Ciegamente cuestionó de manera evasiva: “¿En qué sentido tenemos que volvernos?” Entonces, Dios presentó algo específico preguntando: “¿Acaso roba el hombre a Dios? ¡Ustedes me están robando!” El pueblo respondió: “¿En qué te robamos?” Inmediatamente después, Dios les contesta: “En los diezmos y en las ofrendas” (vers. 8).

 Los israelitas habían cambiado a Dios por los bienes materiales y, haciendo esto, dejaron de recibir bendiciones materiales y espirituales. A todo aquel que demuestra ser fiel en los diezmos y en las ofrendas, el Señor le promete no solo bendecir y abrir las ventanas del cielo, sino también reprender al devorador.

 El diálogo final del capítulo 3 revela la osadía y la rebelión del pueblo. Dios reprendió a los israelitas con la siguiente declaración: “Ustedes profieren insolencias contra mí”. Y, ¿qué fue lo que ellos respondieron? Tal como podríamos esperar, el pueblo pregunta: “¿Qué insolencias hemos dicho contra ti?” Ellos no conseguían percibir la cuestión. Nota que en los primeros enfrentamientos Dios atacó las acciones de ellos, pero esta vez él aborrece sus palabras. Además de esto, ellos llegan a culpar a Dios por sus problemas: “De nada sirve respetar a Dios y obedecerlo. ¿Qué provecho hay en seguir sus instrucciones, y en entristecernos y arrepentirnos por nuestras malas acciones?” (vers. 14, NBV). ¿Qué más puede hacer el Señor por aquellos que se rehúsan a reconocer sus errores?

 En medio del caos espiritual del pueblo, Malaquías trajo un mensaje de esperanza y consuelo para aquellos que eran fieles al Señor. Él destacó el hecho que Dios se acordaba del servicio dedicado que ellos habían desarrollado. Él tenía un “memorial escrito” en el que mantenía el registro de su fidelidad. Con cierto orgullo, Dios apuntó hacia ese grupo especial y dijo: “Ellos serán para mí como el tesoro más precioso. En el día del juicio los perdonaré, así como el padre perdona al hijo que le respeta y honra” (vers. 17, NBV). Completa la promesa diciéndoles: “Volverán a distinguir entre el justo y el impío, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve” (vers. 18, NBLA).

La clave para todo el libro

 Creo que este último versículo es la clave para todo el libro. Mientras permitimos que la maldad y el orgullo nos cieguen, no podremos discernir entre el bien y el mal, entre lo justo y lo perverso. Cuestionaremos continuamente la justicia de Dios y su trato para con nosotros; pero cuando nos volvamos al Señor, él nos ofrecerá el colirio del Espíritu Santo que nos capacita para ver y para apartarnos del mal.

 El mayor período de proximidad con Dios y la victoria sobre el pecado y sus efectos en nuestro mundo todavía están por venir. En medio de este mundo que abandonó la moralidad bíblica y que se caracteriza por un severo “abismo entre generaciones”, el pueblo de Dios descubrirá que, por medio del compromiso total y del completo amor a Jesús, el corazón de los padres se convertirá al de los hijos y el corazón de los hijos al de sus padres (Mal. 4:6).

 El Sol de justicia nacerá y será visto en nuestra vida trayendo “salvación en sus alas” (vers. 2). El poder curador y restaurador de Cristo nos hará plenos física, mental, social y espiritualmente, y el mundo verá la belleza de su carácter reflejada en la vida de su pueblo.

 Desde la época de Malaquías hasta el tiempo en el que esta profecía fue parcialmente cumplida, en ocasión de la primera venida de Cristo, la voz profética fue silenciada. Para Dios, ¿cuál sería la utilidad de enviar mensajes adicionales para aquellos que se rehusaban a reconocer su equivocación? Sin embargo, las promesas del capítulo cuatro estuvieron, y todavía están, esperando por la unción del colirio divino que habilitará a su pueblo para que vea su real necesidad y para clamar por el poder del Espíritu Santo en su plenitud.

 Entre los escritos de los profetas menores, frecuentemente dejados de lado, se encuentran algunos de los mensajes más importantes, majestuosos y significativos que Dios transmitió en las Sagradas Escrituras. Esos profetas ministraron en tiempos de decadencia moral y espiritual semejante a los que vivimos en la actualidad. Es muy importante estudiar otra vez las palabras que Dios colocó en la boca de ellos y que, por medio de sus escritos, preservó para nosotros. En ellos encontramos un vibrante llamado a la reforma y al reavivamiento que tan desesperadamente necesitamos hoy.

Sobre el autor: Ex editor de la revista Ministry.