Un día, un pastor experimentado hizo la siguiente declaración: “Puede perder su ministerio por su familia y su familia por su ministerio”. Esta frase nos muestra una realidad: la rivalidad que puede existir entre ambos.
Esta competencia suele ser el resultado del tiempo dedicado al pastorado en detrimento de la atención necesaria para la familia. De hecho, la secuencia de nuestras prioridades debe ser: Dios, familia (esposa y luego hijos) y ministerio. Este orden no es opcional, ya que tiene una lógica inherente que debe considerarse sabiamente.
Sin embargo, algunos corren el riesgo de ir a otro extremo: descuidar el ministerio para servir solo a la familia. Necesitamos actuar con equilibrio para cuidar bien a la familia y, al mismo tiempo, ser fieles en el ejercicio del ministerio al que hemos sido llamados.
¿Por qué debemos priorizar a nuestra familia? Al escribir sobre este tema, Elena de White hizo una declaración solemne: “El que fracasará en ser un pastor fiel y juicioso en el hogar seguramente fracasará en ser un pastor fiel del rebaño del Señor en la iglesia” (El ministerio pastoral, p. 103).
Para ella, el tema era muy importante, hasta el punto de repetirlo en otras ocasiones. En Obreros evangélicos, declaró: “Ninguna disculpa tiene el predicador por descuidar el círculo interior en favor del círculo mayor. El bienestar espiritual de su familia está ante todo. […] El mucho bien que haya hecho a otros no puede cancelar la deuda que él tiene con Dios en cuanto a cuidar de sus hijos” (p. 215).
Nunca olvides que al cuidar a tu familia demuestras la realidad y la efectividad del evangelio en tu vida diaria; pues, “la mayor evidencia del poder del cristianismo que se pueda presentar al mundo es una familia bien ordenada y disciplinada. Esta recomendará la verdad como ninguna otra cosa puede hacerlo, porque es un testimonio viviente del poder práctico que ejerce el cristianismo sobre el corazón” (White, El hogar cristiano, p. 26).
En la edición de Ministerio de julio/agosto de 2016, Natanael Moraes publicó un artículo en el que presentaba buenos consejos para que el pastor preservara el bienestar de su hogar. Entre las sugerencias, destacó la práctica de la comunión diaria con Dios, el establecimiento de prioridades, el cuidado de la salud física y el agotamiento mental y el manejo adecuado del tiempo (p. 12).
Algunos consejos prácticos adicionales pueden ayudarnos a proteger nuestro activo más preciado:
Respetar el día libre. No programes comisiones, reuniones o actividades que no estén relacionadas con tu familia.
En vacaciones, no tengas compromisos misioneros que te lleven demasiado tiempo.
Durante toda la semana, invierte tiempo de calidad en actividades familiares como caminar, hablar o ver una película juntos.
Involucra a tu familia en tu ministerio a través de actividades misioneras que correspondan a los dones que Dios le ha dado a cada miembro de tu hogar.
Si no eres pastor de distrito, acompaña a tu familia un sábado del mes a la congregación a la que asisten para adorar y aprender más acerca de Dios como miembros de la iglesia.
Recuerda que “no somos indispensables en el ministerio, pero somos indispensables en nuestra familia”.
Sobre el autor: Secretario ministerial asociado para la Iglesia Adventista en Sudamérica.