El universalismo y la relación entre el amor y la justicia, en las Escrituras

En los últimos años, ha resurgido una creencia cuya premisa fundamental afirma que Dios salvará a todos los seres humanos sin importar la condición en la que se encuentren, incluso si siguen pecando y no han sido transformado por el Espíritu Santo. A este enfoque se lo conoce como universalismo (apokatastasis), o restauracionismo.[1] Pero ¿realmente todos seremos salvos? ¿Qué dice la Biblia al respecto? Con el objetivo de responder estas preguntas, primero vamos a revisar brevemente cuáles son los argumentos bíblicos y teológicos del universalismo, además de distinguir un poco su hermenéutica y su filosofía. Luego, analizaremos esta creencia a la luz de las Escrituras.

El universalismo y sus argumentos bíblicos

Se parte de varios conceptos bíblicos para validar la restauración universal. Notamos, por ejemplo, el deseo de Dios de salvar a todos (Gén. 12:3; Eze. 33:11; 1 Tim. 2:3, 4; 4:10; 2 Ped. 3:9).[2] También se parte de la premisa bíblica de que Dios es amor y su gracia es infinita (1 Juan 4:8, 16; cf. Sal. 103:8; 136:1; 145:8; 1 Cor. 13:4-8); y que la muerte expiatoria de Cristo pagó el pecado de todos los hombres (Juan 12:32; Rom. 5:18; 1 Cor. 15:22, 23; 2 Cor. 5:19; Heb. 2:9; 1 Juan 2:2). Por lo tanto, todos los seres humanos serán aceptados y recibidos en la nueva Jerusalén. Asimismo, el ser humano tendrá la oportunidad de aceptar la gracia divina incluso después de la muerte (1 Ped. 3:18-21; 4:6) o después del Milenio.[3] Finalmente, la doctrina universalista afirma que las palabras de Pedro en Hechos 3:21 declaran la restauración final de toda la Creación.[4]

El universalismo y sus argumentos teológicos

Para los universalistas, la soberanía de Dios es fundamental en el proceso de la reconciliación universal (Efe. 1:11). Como un Dios amoroso, justo y omnisapiente, no creó a los seres humanos para castigarlos eternamente o extinguirlos. Su bondad demanda la salvación de todos los seres racionales. Además, como es omnipotente, hará hasta lo imposible para reconciliar a cada pecador con él (2 Crón. 20:6; Prov. 19:21; Isa. 46:10; Jer. 32:27; Mat. 19:26). El carácter misericordioso de Dios resultaría incoherente si él no fuera capaz de salvar a toda su Creación.

Por otro lado, el universalismo procura defender el libre albedrío humano afirmando que Dios no fuerza la voluntad de sus criaturas, sino que ellas mismas serán quienes terminen aceptando la misericordia divina.[5] De esta forma, no niegan las consecuencias del pecado, ni la ira divina ni la existencia de un castigo. Sin embargo, estas tienen la finalidad de purificar y corregir al pecador.[6] El castigo es real, pero temporario. El propósito de la justicia divina para su Creación no es punitivo sino redentor.[7]

La hermenéutica y la filosofía del universalismo

Ilaria L. E. Ramelli ha demostrado que esta enseñanza resulta de la influencia causada por libros apócrifos como el Apocalipsis de Pedro, los Oráculos Sibilinos, el Apocalipsis de Elías, la Epistula Apostolorum, y Vida de Adán y Eva. Si bien estas fuentes literarias no abordaron de forma directa el concepto de la restauración universal, fueron claros antecedentes para la posibilidad de una intercesión y conversión después de la muerte.[8]

Orígenes y Clemente, dos grandes maestros del cristianismo de los primeros siglos, impulsaron y dieron forma a esta creencia. Ramelli destaca que “la teoría de la apokatastasis” se originó “en el contexto de debates filosóficos sobre el libre albedrío, la teodicea y el destino eterno de las criaturas racionales”.[9]

Echando mano de la interpretación alegórica, Orígenes señalaba que “lo que parecía indignante o inapropiadodebía ser interpretado espiritualmente”.[10] Así, los textos bíblicos referentes al castigo, la ira divina y el fuego eterno eran entendidos alegóricamente debido al contexto apologético de su tiempo.[11]

Ellos integraron la doctrina de la restauración final con otras enseñanzas que le dieron coherencia a toda su exposición bíblica. Entre ellas, encontramos la creencia de la inmortalidad del alma,[12] la conversión post mortem,[13] el castigo pedagógico en esta vida y después de ella.[14] Finalmente, remarcaban que el amor divino vencería la infidelidad del pecador.[15] En ese contexto, el castigo venía cifrado como un proceso de purificación.[16]

Los pensadores universalistas actuales probablemente rechazarían la interpretación alegórica de los textos y la preexistencia de las almas. Sin embargo, es imposible negar que existen similitudes en el uso que hacen de las Escrituras, y en sus presuposiciones filosóficas y teológicas.

¿Apoya la Biblia la teoría universalista?

Estamos convencidos que la Biblia no apoya esta creencia. De hecho, creemos que muchos de los textos utilizados por los universalistas (por ejemplo, Juan 1:29; Rom. 5:18; 1 Tim. 4:10; 1 Cor. 15:22; Heb. 2:9; 1 Juan 2:2, entre otros), en realidad, apuntan al hecho de la expiación universal, y no a la idea de que todos serán salvos.[17] El contexto inmediato y canónico hace imposible la perspectiva universalista sobre la salvación.

¿Todos o muchos?

De hecho, en las Escrituras observamos que la vida eterna está condicionada a la justificación y la santificación en Cristo durante la vida en esta Tierra (Juan 5:21; 15:1-5; Hech. 13:46, 48; Jud. 21; Tito 1:1-3; 1 Cor. 15:53; Gál. 6:7, 8; 1 Juan 5:20; Apoc. 22:14). Esto sugiere que no todas las personas aceptarán a Cristo o que no todos serán santificados por el Espíritu en obediencia a su voluntad (Hech. 5:32; Efe. 1:3-14). Esta es una de las razones por las que en la Biblia se destaca que Jesús dio su vida en rescate por muchos (Mar. 10:45; 14:24; cf. Mat. 20:28; Heb. 9:28). Cada persona elige en esta vida cuál será su destino final (Deut. 30:15-19; Eze. 18:31, 32; Juan 3:19-21; 6:35; Apoc. 21:6; 22:17). Jesús dijo: “El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, será condenado” (Mar. 16:16, BLP).

Ahora bien, al proponer la salvación de todos en Cristo, los universalistas rechazan las ideas planteadas anteriormente, y utilizan textos como Romanos 5:18. Sin embargo, una lectura cuidadosa de este texto muestra todo lo contrario. Al considerar el contexto (vers. 12-21), notamos que el apóstol Pablo contrasta dos ideas: 1) la condenación divina a causa del pecado de Adán y 2) la salvación que se obtiene mediante Cristo.

El pecado afectó a todos los seres humanos; por ello, la salvación es ofrecida igualmente a todos. Sin embargo, algunos la aceptan y otros la rechazan. Así, no todos se salvarán, sino únicamente muchos. En el versículo 15 se especifica que muchos murieron y que abundó la gracia en Cristo para muchos. Además, se asevera que, “por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (vers. 19).

Por otro lado, es importante reconocer que el uso bíblico de la palabra todo(s) puede aludir a la totalidad en sentido absoluto (Jos. 3:7; 1 Sam. 10:23; 2 Sam. 15:24; Sal. 145:9; Mar. 5:9, 12) o a una cantidad general sin implicar plenitud (Deut. 28:12; Job 17:6; Isa. 52:10; Mat. 2:3; 3:5, 6; 4:24; 10:22; 24:39; Mar. 1:5; Luc. 2:2, 10; 4:22; Juan 3:26). Este último uso se observa en ciertas ocasiones con fines retóricos para enfatizar cantidad. Por ejemplo, Marcos 1:5 menciona que las personas de “toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén” iban a Juan para ser “bautizados por él en el río Jordán”. Francis Chan y Preston Sprinkle afirman que aquí todos “no significa cada una de las personas de Judea —hombres, mujeres y niños. Al contrario, ‘todos’ simplemente denota un número grande de personas”.[18]

Esta idea encuentra apoyo en otros textos bíblicos. Por ejemplo, en 1 Corintios 15:22 Pablo afirma que “en Cristo todos serán vivificados”; es decir, resucitados y glorificados. Aquí no se está hablando de toda la humanidad, sino únicamente de los creyentes, “los que son de Cristo” (vers. 23, NVI). Por lo tanto, la esperanza de glorificación es para los fieles que resucitan en la segunda venida de Cristo (cf. 1 Tes. 4:13-17; Apoc. 20:5).

Lo dicho hasta aquí ¿implica que podemos perder la salvación? La respuesta es “sí”. Por ejemplo, Jesús afirma que la salvación se pierde al pecar contra el Espíritu Santo (Mat. 12:32; cf. Mar. 3:28, 29; Heb. 6:4-6; 10:26-31). Asimismo, en varias parábolas se evidencia el destino de aquellos que aceptan el evangelio y de los que lo rechazan (Mat. 7:13, 21-23; 8:12; 13:40-42, 49, 50; 22:13, 14; 23:13; 24:51). Incluso el sermón escatológico de Jesús apunta a esta realidad (Mat. 24:31, 40, 41; 25:12, 30, 41).

Los apóstoles también enseñaron lo mismo. Pablo destaca que la salvación está condicionada a la fe del creyente y a su santificación (Rom. 5:9; 2 Cor. 5:10; Gál. 6:7-10; Efe. 1:13, 14; 2:1-10; 4:17-24). Filipenses 2:9 y 10 muestra que algunos se perderán porque se oponen al evangelio (1:29). Pablo los exhorta a permanecer en la fe frente a los “enemigos de la cruz de Cristo, cuyo fin es perdición” (3:19, 20, LBLA). Por lo tanto, aquellos que no aceptan la provisión realizada por Dios (Rom. 2:7, 8) simplemente perderán la salvación (1 Cor. 9:23-27; 10:1-13; 2 Cor. 6:1; 1 Tes. 3:5; Gál. 1:6; 3:4, 11; 4:9). Por su parte, Juan, en el Apocalipsis, señala que las promesas de inmortalidad han sido otorgadas para los vencedores (2:5, 7, 10, 17, 28; 3:12, 21; 7:9, 14; 14:3-5; 15:2; 22:14). En consecuencia, no todos entrarán en la Santa Ciudad, por causa de sus inmoralidades e impurezas (21:8, 27; 22:11).

Mientras estemos con vida, debemos tomar una decisión, ya que la Biblia enseña que después de la muerte no habrá posibilidades para experimentar la misericordia y el amor divinos (Mat. 25:46; Gál. 6:7; 2 Cor. 5:10; 6:1, 2; Heb. 3:15–4:11). La parábola del rico y Lázaro enseña que luego de la muerte no hay forma de revertir las decisiones tomadas en vida (Luc. 16:23-31). ¡El Juicio Final de Dios es irreversible!

La justicia y el amor de Dios

Los expositores universalistas se preguntan cómo Dios puede castigar por la eternidad o destruir para siempre si él es amor. Para respuesta a esta cuestión, debemos empezar mencionando que la ira divina es teológicamente compatible con la misericordia para el pecador y el justo (Éxo. 20:5, 6; 33:6, 7; Deut. 7:9, 10; Sal. 103:8; Miq. 7:18; Juan 3:15-18). La ira es una intervención justa y santa ante los pecados y las injusticias cometidos por los opresores del pueblo de Dios (Isa. 42:13; 59:17; Zac. 1:14; 8:2; Nahúm 1:2; Eze. 25:3-7, 12-14; Amós 1:11, 13; Abdías 10-16; Sof. 2:8).

La ira divina escatológica es el castigo que recibirán aquellos que rechacen la salvación ofrecida por Dios a través de Cristo (Juan 3:36; 1 Tes. 1:9, 10; 2:8-12; Apoc. 14:9, 10). El elemento moral es importante para comprender las razones divinas del castigo, que finalizará con la destrucción total.

Algunos expositores afirman que Dios castigó a las naciones con fines redentores y disciplinarios (Sal. 78:32-39; Lam. 3:31-33). Si bien los castigos divinos tenían el propósito de restaurar, este estaba dirigido principalmente al remanente fiel (Isa. 10:20; 37:31; Abd. 1:17).[19] Con todo, debemos ser conscientes de que las amonestaciones y los castigos disciplinarios muchas veces no fueron efectivos a causa de la rebeldía del pueblo (Isa. 1:5; Mal. 1:6, 12; 2:2, 8, 9; 3:13, 14).

La destrucción escatológica será en el lago de fuego y azufre. Esta es una de las expresiones más gráficas para describir la retribución justa de Dios hacia todos los infieles e impíos. Esta se ejecutará después del Milenio. La muerte final, o segunda muerte, será la retribución por la desobediencia al Creador; cada uno morirá por sus propios pecados. Después de aquella muerte no habrá más vida para quienes hayan sido condenados; es decir, dejarán de existir eternamente.[20]

Por lo tanto, es importante tener en mente que este fuego no es purificador. Es verdad que en ocasiones la imagen del fuego es utilizada metafóricamente para describir la purificación del carácter cristiano, pero es mencionada en el contexto de las pruebas y las aflicciones de la vida (Mal. 3:2; 1 Cor. 3:13-15; 1 Ped. 1:7). En cambio, en el contexto escatológico, el fuego es utilizado para describir la destrucción de los pecadores.

Conclusión

Hoy, muchos cristianos aceptan el universalismo en su afán de resaltar el amor de Dios. El amor de Dios quedaría empañado por la idea de que no logrará salvar a los impíos. Sin embargo, como hemos visto en este estudio, tal concepción proviene de una inadecuada comprensión de la Biblia, influenciada por fuentes apócrifas y presuposiciones teológicas o filosóficas que desvirtúan el plan de salvación.

La salvación se encuentra disponible, al alcance de todos, sí; pero las Escrituras son claras al afirmar que muchos aceptarán la salvación mientras que otros no lo harán. Además, si todos fueran a salvarse, por ejemplo, ¿qué sentido tendría la Gran Comisión (Mat. 28:19, 20) o las exhortaciones para vivir una vida santa (Heb. 12:14; 1 Ped. 1:15, 16)? Por lo tanto, solo los creyentes justificados y santificados serán glorificados para vivir junto a Dios y al Cordero por siempre en la nueva Jerusalén. De esta forma, los textos comúnmente utilizados para sustentar la teoría universalista, interpretados de manera cuidadosa, apuntan a la salvación de los creyentes que sean fieles, no de la humanidad en su totalidad.

Sobre el autor: Joel Iparraguirre es pastor y editor en Editorial Safeliz, Madrid, España; y Christian Varela es pastor en La Pampa, Argentina.


Referencias

[1] Algunos la han llamado salvación inclusiva, o reconciliación universal. Para más detalles, véase, por ejemplo, Ilaria L. E. Ramelli, ¿A Larger Hope? Universal Salvation from Christian Beginnings to Juan of Norwich (Eugene, OR: Cascade Books, 2019). Para una crítica al universalismo, véase Todd Miles, A God of Many Understandings (Nashville, TN: Broadman & Holman, 2010), pp. 95-120.

[2] David Artman, Grace Saves All (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2020), pp. 5-7. Thomas Talbott, The Inescapable Love of God, 2ª ed. (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2014), pp. 37-48. Robin A. Parry, “A Universalist View”, en Four Views on Hell, ed. Preston Sprinkle (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2016), p. 108. Keith Giles, Jesus Undefeated. Condemning the False Doctrine of Eternal Torment (Orange, CA: Quoir, 2019), pp. 95-103.

[3] Artman, Grace Save All, pp. 68-77.

[4] Talbott, The Inescapable Love of God, p. 152.

[5] Ibíd., pp. 167-189.

[6] La creencia de un lugar de castigo es interpretada de manera metafórica o como si fuera un purgatorio.

[7] Jan Bonda, The One Purpose of God. An Answer to the Doctrine of Eternal Punishment (Grand Rapids, MI/Cambridge, U.K.: Eerdmans, 1998), p. 219. Parry, “A Universalist View”, p. 113.

[8] Ilaria L. E. Ramelli, “Origen, Bardaisan, and the Origin of Universal Salvation”, Harvard Theological Review 102, Nº 2 (2009), pp. 135-150.

[9] Ibíd., p. 168.

[10] Ramón Trevijano Etcheverría, La Biblia en el cristianismo antiguo (Estella: Verbo Divino, 2001), p.

91.

[11] Manlio Simonetti, Biblical Interpretation in the Early Church: An Historical Introduction to Patristic Exegesis (Edinburgh: T&T Clark, 1994), p. 7.

[12] Clemente, Stromata, 5, 14.91.2. Orígenes, Tratado de principios 3.1.13; ídem, Contra Celso 3.25.33, 6.26.

[13] Clemente, Stromata 6.51.2-3; 6.6.44.4-5; 6.6.47.1, 4; ibíd., Quis Dives?, 40. Orígenes, Tratado de principios, 3.6.3; 2.10.8.

[14] Clemente, ibíd., 6. 6.52.1; 6.26.168.1-2; 7.12.78.3. Ibíd., El pedagogo 1.65.1-3. Orígenes, Tratado de principios 2.10.4; 3.1.13. Ibíd., Comentario de Mateo, 14.11. Ibíd., Homilía sobre Ezequiel, 1.3.1. Ibíd., Homilías sobre Jeremías, 19.3.

[15] Cf. Orígenes, De Orationes 27.

[16] Orígenes, Contra Celso 6, 72.

[17] Véase Millard Erickson, Teología sistemática, 2ª ed. (Barcelona: Clie, 2008), p. 1.026.

[18] Francis Chan y Preston Sprinkle, Erasing Hell (Colorado Springs, CO: David C. Cook, 2011), p. 29.

[19] John G. Stackhouse Jr. “A Terminal Punishment Response”, en Four View of Hell, ed. Preston Sprinkle (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2016), p. 135.

[20] Para más detalles, véase Christian Varela, “El destino final de la humanidad: Resurrecciones, segunda muerte e inmortalidad en el Apocalipsis”, en Um pouco menor que anjos: Multileituras bíblicoantropológicas, ed. Carlos Olivares y Karl Boskamp (San Pablo: Editora Reflexão, 2021), pp. 293-312.