Una propuesta bíblica para el Ministerio Joven

“Pastor, ¿qué hago con los jóvenes?” Esta pregunta se ha vuelto cada vez más frecuente en mi ministerio. Las nuevas generaciones siempre han sido un terreno delicado; y hoy el llamado a trabajar con los jóvenes parece aún más desafiante. ¿Cómo liderar a los jóvenes cristianos de manera efectiva y bíblica? ¿Qué características debe buscar el pastor para ser auténtico y creíble para las nuevas generaciones?

Para responder a estas preguntas, veremos cómo Pablo, un pastor ya experimentado, discipuló a Tito, un pastor joven, y le dio la tarea de poner “las cosas en orden” (Tito 1:5) constituyendo dirigentes en las iglesias. Y aquí ya tenemos una primera reflexión: ¿Puede un joven poner orden en la iglesia? Para Pablo sí, siempre y cuando esté bien orientado. Por cierto, la confianza y el cariño de Pablo hacia Tito son notorios en toda la carta. Pablo lo vio como un “verdadero hijo” (1:4). Por tanto, para que un líder tenga éxito con las nuevas generaciones, la confianza y la cercanía son condiciones básicas.

Cercanía y discipulado

La distancia de las nuevas generaciones se impuso como un duro golpe tras el Covid-19. Incluso antes de la pandemia, el porcentaje de jóvenes que asistían a la iglesia ya estaba en declive. Sin embargo, cuando regresaron los servicios presenciales, esta caída fue aún más pronunciada. Rachel Gardner, directora de Youthscape, llega a afirmar que “estamos ante un grupode líderes de la iglesia que presidirán sobre la muerte o la resurrección del ministerio juvenil”.[1] ¡Qué declaración más provocativa! Sugerir que los jóvenes pueden convertirse en una especie en peligro de extinción en la iglesia de hoy es un pensamiento aterrador. Gardner continúa diciendo que, si no se hace nada para detener el declive, podríamos llegar a la zona cero en una década.

Afortunadamente, contamos con una guía profética sobre el tema para entender que la “iglesia joven” no morirá. Sin embargo, el ministerio juvenil debe ser consciente de los cambios que ha enfrentado esta generación. ¿Será una buena idea para este momento volver a los viejos métodos, o habría llegado el momento de un nuevo enfoque?

Tradicionalmente, pensamos en programas y actividades cuando se trata del ministerio juvenil. Por supuesto, estas cosas deben estar presentes en nuestro trabajo, pero no deben ser la base. Pablo comenzó su orientación al joven dirigente Tito dejando en claro que él mismo estaba presente, es decir, que era parte de la vida de Tito. Esto determinó la diferencia.

El período de aislamiento nos ha demostrado que la presencia física continúa siendo fundamental. Tim Alford, director del ministerio juvenil de Elim Church, dijo: “Cuando comenzamos el confinamiento en marzo de 2020, asumí que sería algo bueno para el ministerio juvenil. Esta es la generación Wi-Fi, los jóvenes la aceptarían con gusto. Pero no pude haber estado más equivocado”. Para él, la explicación de esto no está en la calidad de los programas. Según Alford, “Los jóvenes necesitan padres espirituales más que programación espiritual. Hay un mandato de enfocarse más en ser padres espirituales, con un intenso compromiso de pasar el evangelio a la próxima generación, que en capacitar voluntarios para ayudarnos a mantener los programas.[2]

Existe una clara necesidad de convivencia entre generaciones. Casi la mitad de los cristianos (42 %) atribuyen su fe a su crianza en un hogar cristiano,[3] mientras que la gran mayoría de la generación Z dice que su familia ha influido más en su forma de pensar sobre la religión. Lo que vemos aquí es un evangelio que no solo sobrevive, sino además se fortalece en la convivencia intergeneracional. Citando las palabras de Pablo: “Aunque podíamos, como apóstoles de Cristo, hacer sentir nuestro peso. Al contrario, nos portamos con ustedes con toda bondad, como una madre que acaricia a sus criaturas. Sentíamos tanto afecto por ustedes, que estábamos dispuestos a entregarles no solo la Buena Noticia de Dios, sino también nuestra propia vida: tanto los queríamos” (1 Tes. 2:1 BNP).

Cuando ofrecemos nuestro tiempo, cuidado y atención a las nuevas generaciones, les estamos brindando una experiencia y una formación cristiana que serían difícil de lograr a través de programas o eventos esporádicos. Los dramas que viven los adolescentes y los jóvenes son cotidianos y necesitan de padres espirituales que estén presentes precisamente en esta cotidianidad. La fe necesita materializarse en su mundo real, no solo luces y sonido.

Vida ejemplar

Pocas características resultan tan llamativas en la adolescencia y la juventud como la búsqueda de coherencia entre discurso y práctica por parte de sus mentores. Por lo tanto, Pablo aconsejó a Tito que presentara el mismo tipo de vida intachable que se requiere de los dirigentes (Tito 1:6-9). Debía ser “ejemplo [týpos] de buenas obras” para los jóvenes (2:7, 8). Como ejemplo, este joven pastor puede hablar, exhortar y reprender con toda autoridad, sin ser menospreciado (2:15). Un discurso de instrucción, aliento o reprensión debe pronunciarse de manera coherente. Así, las actitudes darán peso a las palabras. En muchas situaciones en las que no podemos expresarnos verbalmente, nuestras acciones ciertamente hablarán por nosotros.

La vida ejemplar dio autoridad a Tito para predicar con confianza e intrepidez. Pablo escribió: “Quiero que habléis con valentía de estas cosas” (3:8). La predicación audaz, en este contexto, consiste en hacer declaraciones categóricas con confianza. Cuando los jóvenes se encuentran ante un discurso acompañado de una postura coherente y un interés genuino, la aceptación del mensaje se hace más fácil.

Teología bíblicamente sólida

Tito debía enseñar “lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (2:1). Hay enseñanza correcta y, lamentablemente, también hay doctrinas falsas, negaciones intencionales y distorsiones de lo que ha sido revelado. El consejo de Pablo a Tito fue que, además de una vida moral intachable, debería “retener la palabra fiel, que está de acuerdo con la doctrina [didaché], para que pueda exhortar con la enseñanza correcta [didaskalia] y convencer los que contradicen esta enseñanza” (1:9). Refutar y reprender a los que se oponen a la correcta enseñanza es una de las funciones del pastor, siguiendo el ejemplo de Jesús (Apoc. 3:19). La apologética cristiana no es opcional, es imprescindible.

En Creta, por ejemplo, había falsos maestros que engañaban a los creyentes. Estos influencers debían ser severamente reprendidos (1:13), como dijo rigurosamente el apóstol Pablo: “Debemos silenciarlos” (1:11). Esta idea puede parecer extraña para una generación posmoderna que escucha constantemente sobre la “verdad relativa”. El caso es que para un grupo de edad con valores en formación, tan necesaria como la enseñanza de la creencia es la protección contra el engaño. Nuestros jóvenes a menudo se enfrentan a ideologías y conceptos aparentemente hermosos, en una etapa de la vida en que las consecuencias de algunas ideas aún no se presentan con claridad. La posible indiferencia pastoral en este punto sería espantosa.

Elena de White ya había advertido: “Los siervos de Cristo han de hacer la misma obra. En nuestros tiempos, así como antaño, las verdades vitales de la Palabra de Dios son puestas a un lado para dar lugar a las teorías y especulaciones humanas. Muchos profesos ministros del Evangelio no aceptan toda la Biblia como palabra inspirada”.[4] Nota que tanto ella como el apóstol Pablo afirman que algunos de los engaños serían correctamente defendidos por los ministros cristianos. A veces no se trata de una negación total de la Biblia, sino de “una incredulidad envuelta en la capa del cristianismo, mientras mina la fe en la Biblia como revelación de Dios”.[5]

El ministerio de la enseñanza es inseparable de la apologética. Tito debía enseñar, exhortar y reprender con autoridad (Tito 2:15). El apóstol trata también sobre la manera de hacer esto. Para defender la fe, el joven pastor necesita enseñar con “integridad, reverencia, lenguaje sano e intachable” (2:7, 8). Necesita ser un maestro de la Biblia, enseñando todas las doctrinas con argumentos válidos, sin falacias, haciendo lo mejor que pueda. El lenguaje debe ser correcto y comprensible.

La expresión “reverencia” (semnótēs) describe una postura seria y digna. La “seriedad” no se refiere al humor, como si el pastor de jóvenes no pudiera sonreír. El buen humor tiene su lugar, pero no puede ser irreverente o indigno. Por cierto, este parece ser un tema muy presente en el ministerio con las nuevas generaciones. No estamos llamados a ser animadores de escenario. La jovialidad de un pastor no puede ser justificación de escándalos que avergüencen a la iglesia ante la opinión pública. Sin embargo, de nada serviría un mensaje sin humor ni emociones para las generaciones actuales, con su mentalidad construida sobre sensaciones y sentimientos.

Contenido de la predicación

Es tarea del pastor exhortar a los jóvenes “a que sean sobrios en todo” (2:6). La palabra “sobrios”, aquí (sōphronéō), une intelectualidad con práctica y puede entenderse como prudencia, sabiduría, sobriedad, tener pensamientos y actitudes correctos y coherentes. Es una expresión griega que indica madurez, reflexión, autonomía de pensamiento y acción.

La gracia de Dios “nos instruye para que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este mundo con sabiduría, justicia y piedad” (2:12). Predicar acerca de la gracia nunca debe sonar como una licencia para “pecar en paz”. La gracia es educativa y transformadora. Si un pecador escucha nuestra predicación y se aleja cómodo en su pecado, tal vez no estemos predicando sobre la gracia. El objetivo final del plan de redención es salvarnos del pecado, no en el pecado. Recientemente hemos visto una tendencia hacia la hípergracia entre los pastores de jóvenes. Jesús quiere “purificar para sí un pueblo propio, dedicado a la práctica de buenas obras” (2:14). La justificación por la gracia nunca puede desconectarse del “lavado de regeneración y renovación en el Espíritu Santo” (3:5).

La santificación es un tema que debe continuar en los púlpitos, incluso si los predicadores y los oyentes son jóvenes. La santificación incluye dirigir y animar a la iglesia a “participar en buenas obras para los necesitados” (Tito 3:14; cf. vers. 8). Tenga en cuenta que el compromiso social de la iglesia se basa en un fuerte fundamento teológico, no en ideas humanas. La iglesia debe dedicarse a ayudar a los vulnerables como resultado de la obra de la gracia en los corazones de sus miembros (3:14).

Qué no hacer

Entre las pautas sobre cómo proceder, Paulo aún se tomó el tiempo de recordar al joven Tito que hay cosas de las que debe mantenerse alejado. “Pero evita las cuestiones necias, como genealogías, contiendas y discusiones acerca de la Ley, porque son vanas y sin provecho” (Tito 3:9).

El trabajo del pastor de jóvenes

Gran parte del trabajo de un pastor no es divertido. Tu llamado no es ser “amable” con los jóvenes, ni simplemente impresionarlos.[6] En dos ocasiones, en el Nuevo Testamento, se da esta exhortación a los líderes juveniles: “Que nadie te menosprecie por ser joven” (1 Tim. 4:12) y “Que nadie te desprecie” (Tito 2:15).

La poca simpatía hacia el liderazgo joven viene de mucho tiempo atrás. Tenemos que admitirlo: a veces a los jóvenes les cuesta despejar todas las sospechas que sus mayores tienen sobre ellos. Hemos visto un fenómeno curioso de jóvenes inmaduros e inexpertos que creen tener la solución a todos los problemas de la humanidad. Suponen todo, pero no pueden arreglar su propia habitación. Nelson Rodrigues, un notorio “antijoven”, decía que los jóvenes tienen todos los defectos de los adultos más uno: la inexperiencia. Cuando se le pidió que diera un consejo a los jóvenes, fue contundente: “¡Envejece!”

Sin embargo, la Biblia tiene buenas expectativas para los jóvenes, y nosotros también deberíamos hacerlo. Necesitamos creer que los jóvenes pueden ser “ejemplo para los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza” (1 Tim. 4:12). Aquí llegamos a un punto curioso: los jóvenes que necesitan ejemplos y referencias pueden –y deben– ser también ejemplos y referencias. Por supuesto, las prácticas no serán idénticas y los gustos no serán los mismos. Pero no los despreciemos. ¡Cristo los valora mucho!

Vale la pena recordar que somos, históricamente, una iglesia de jóvenes. Los pioneros eran jóvenes. Elena de White recibió su primera visión a los 17 años. John Loughborough, también de 17 años, se convirtió en predicador itinerante, actividad que desempeñaban John Andrews y Stephen Haskel desde sus 21 y 20 años respectivamente. Uriah Smith fue editor de la Review and Herald a la edad de 23 años.[7] De hecho, la edad promedio del personal de Review and Herald en 1853 era de 23 años, y solo tres miembros del personal tenían más de 30.[8]

Ahora bien, quienes hoy deberían ser “pioneros en toda empresa que signifique trabajo y sacrificio”,[9] y “aquellos que peleen más reciamente para Dios”,[10] no pueden ser acróbatas espirituales. No desarrollas tus músculos de fe simplemente siendo una persona “agradable”. Requiere ejercicio espiritual, además de orientación y oportunidad.

Conclusión

Pablo creía en los jóvenes. No solo en el ministerio juvenil, sino con ellos. Su carta a Tito lo deja muy en claro. Nuestra iglesia puede beneficiarse enormemente de la misma creencia. Un discipulado cercano, ejemplar y bíblico puede ser la clave no solo para rescatar la asistencia de las nuevas generaciones a nuestras iglesias, sino también para ver a nuestros hijos espirituales cumplir su meta profética de llevar “el mensaje del evangelio a todos en mi generación”.

Sobre el autor: pastor de jóvenes en Santa Catarina, Brasil.


Referencias

[1] http://link.cpb.com.br/1ab815

[2] www.elim.org.uk/Articles/571747/8_steps_on.aspx

[3] www.careforthefamily.org.uk

[4] Elena de White, Exaltad a Jesús (Pacific Press Publishing Association, 1988), p. 102.

[5] White, Servicio cristiano (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2014), p. 71.

[6] Kevin DeYoung y Ted Kluck, Não Quero um Pastor Bacana (São Paulo, SP: Mundo Cristão, 2011), p. 38.

[7] http://link.cpb.com.br/20fa54

[8] http://link.cpb.com.br/dff9e9

[9] White, Consejos para los maestros (Buenos Aires: ACES, 2014), p. 476.

[10] White, Obreros evangélicos (Buenos Aires: ACES, 2015), p. 85.