Lecciones sobre el llamado y la misión extraídas de Éxodo 3:1 al 12.

    La Biblia es un registro de los actos divinos. Registro que narra cómo Dios entrelaza sus propósitos entre la urdimbre humana. Narraciones que evocan el divino actuar, en la mayoría de los casos, en favor de la raza humana.

    Este estudio aborda el texto de Éxodo 3:1 al 12, y a través de un breve análisis textual, particularmente del rango semántico de algunas oraciones, describe cómo Dios dio forma al magno evento del éxodo israelita de Egipto. Para los propósitos de este estudio, se intenta explorar la sección de los versículos 1 al 12. Éxodo 2 narra acerca de los primeros cuarenta años de vida de Moisés, incluyendo sus primeras experiencias en el desierto, donde Moisés gastó otros cuarenta años. El capítulo 3 subraya algunos aspectos importantes finales de ese ciclo del desierto. Así, esta sección es una especie de gozne entre la experiencia del desierto y el inicio del proyecto “salida” de tierras egipcias.

La santidad del proyecto

    Éxodo 3 pudo haber comenzado en el versículo 7, donde el autor refiere acerca de la aflicción israelita: “Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo”. Esto daría mejor sentido a la secuencia narrativa, al observar el final del versículo 25: “y miró Dios a los hijos de Israel y Dios los tuvo en cuenta”. Sin embargo, los detalles de los primeros versículos del capítulo 3 enmarcan adecuadamente el proyecto divino de dar salida a los israelitas y muestran cómo Dios le dio forma a tal proyecto.

    Son dos los personajes que resaltan en el capítulo: el Señor y Moisés. Este último es presentado en una jornada normal de trabajo, apacentando las ovejas del suegro. En ese día, el pastor se mueve con el rebaño de este a oeste. De pronto, la escena toma lugar en Horeb, al que el narrador llama “el monte de Dios”.

    Ubicado entre las montañas del Sinaí, Horeb no es cualquier monte. Tiene un especial reconocimiento a partir de la experiencia de Éxodo 3, que se mantendrá en la posteridad, tal como lo corrobora 1Reyes 19:8. Otro profeta, Elías, tendrá allí un encuentro con Dios.

    Debemos aclarar que ese monte es santo únicamente porque el Dios santo decide revelarse allí. Es en ese específico lugar geográfico donde comienza el proyecto. Es en Horeb donde Dios ha de convocar a su gente; es en el Monte santo donde el pacto con el pueblo de Israel es celebrado (Deut. 5:2; 1Rey. 8:9). Es a las faldas de ese monte donde Israel estaba acampando cuando desde lo alto Dios dio su Ley (Mal. 4:4; 2 Crón. 5:10).

    Un lugar es santo no por la opulencia de su estructura o por la emblemática apariencia; un lugar es santo sencillamente porque Dios se revela allí; Dios puede ser visto actuando en ese lugar.

    Dios invita a Moisés a ser consciente de ello; no de la santidad del monte, sino de Dios. Después de advertirle a Moisés que el lugar donde está parado es tierra santa (3:5), prestamente clama: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Entonces, el narrador expresa el asombro y la reverencia de Moisés: “Moisés cubrió su rostro porque tenía temor de mirar a Dios” (3:6).

    Esta escena nos transporta un poco más lejos. Nos mueve de la santidad consciente a la santidad operante. Moisés, el agente, es advertido en este encuentro en Horeb acerca de la santidad del proyecto que ha de iniciar a partir de ese momento. Él tiene que ser consciente de que, para el éxito del proyecto, tiene que moverse a partir de la perspectiva de la santidad. Aunque tendrá que dejar el emblemático Monte santo, él tendrá que vivir en la perspectiva omnipresente del Dios santo. Entonces, el proyecto tendrá también la impronta santa. De otro modo, la empresa está destinada a fracasar, como fue el fallido intento de liberación al estilo caudillismo de Éxodo 2:11 y 12.

Misión divino-humana

    Éxodo 3:7 al 10 encierran un interesante paralelo en la perícopa. Los versículos 7 y 8 en comparación con 9 y 10. El versículo 7 describe: “He visto la aflicción de mi pueblo” y “he escuchado su clamor”. Por otro lado, el versículo 9 señala: “El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mi” y “he visto la opresión”.

    En términos de composición literaria, pareciera una simple repetición. Sin embargo, los versículos referidos y las oraciones que los componen sirven de elemento causal para la acción que será enunciada en los versículos 8 y 10.

    La estructura sintáctica de la primera oración del versículo 8 es bastante clara. El verbo hebreo yarad, “venir, descender”, está en primera persona singular. Entonces, la oración puede ser traducida “yo he descendido”. Es claro que el sujeto es Dios. Luego se añaden dos verbos en infinitivo. Este tipo de verbos indican propósito, particularmente cuando están acompañados de la preposición le (“para”). Así, la traducción de la primera oración del versículo 8 sería: “Y Yo (Dios) he descendido para librar (a Israel) de la mano de los egipcios y para sacar (a Israel) de esta tierra (Egipto)”.

    Haciendo una síntesis de los componentes sintagmáticos de los verbos 7 y 8, se puede decir que el sujeto es Dios, el objeto es Israel, que el versículo 7 es llamado “mi pueblo”; y en el versículo 9, “los hijos de Israel”. La acción emprendida es enunciada con el verbo “he descendido, he venido”, acompañada de otros dos verbos que expresan propósito “para librar y para sacar, o hacer subir”.

    Ahora veamos el versículo 10, que está en paralelismo con el versículo 8. El versículo incluye una primera frase en hebreo (veatah lejah), que puede ser traducida como “y ahora ven” o “y de ahora en adelante”.[1] La segunda traducción representa mejor el cambio de los agentes del proyecto divino, tal como se muestra en los versículos 8 y 10. La siguientes dos oraciones del versículo 10 evidencian mejor la transición de los agentes, mostrando el rol protagónico del otro agente. Así, la oración del versículo 10 puede ser traducida “yo te enviaré”.

    Entonces, en la última parte del versículo, la oración señala quién sería finalmente el agente liberador, Dios dice: “saca a mi pueblo, a los hijos de Israel, de Egipto”. Nótese en la oración que, aunque Dios está como sujeto gramatical en la oración, el sujeto operacional de la acción verbal ha cambiado de Dios a Moisés.

    ¿Cómo puede ser entendido esto? En el versículo 8, el narrador muestra a Dios diciendo: “Yo he descendido para sacar (a mi pueblo) de Egipto”. Sin embargo, el versículo 10 parece indicar un cambio de planes. Dios se dirige a Moisés diciendo: “Te enviaré a ti […]. Saca a mi pueblo”.

    ¿Qué sucedió en la narrativa? Es posible que un erudito con suposiciones críticas sobre la Biblia como palabra de Dios infiera que los versículos aludidos pertenecen a diferentes fuentes (orales o escritas). Por lo tanto, se justificaría un supuesto cambio de agentes en la narrativa. Sin embargo, el hecho de que los versículos 8 y 10 estén precedidos por un elemento causal común (ver vers. 7, 9) y el elemento conector “y de ahora en adelante” es un argumento sólido para evidenciar el maravilloso actuar divino cuando él quiere llevar adelante sus propósitos.

    No hay contradicción alguna en el relato, ni tampoco cambio de planes; simplemente, entre estos versículos se instaura la idea que los teólogos llaman misión, que vista de la perspectiva de este relato no es otra cosa que tomar el trabajo de Dios en los frágiles hombros de la humanidad.

    Es que, cuando quiere ejecutar algo en favor de la raza humana, Dios encarga sus proyectos a un ser humano. Por eso, no se puede hablar de misión sin conexión con la comisión divina. No se puede hablar de misión personal, ni siquiera de misión de la iglesia; porque la misión ni es mía ni de la iglesia. Es la misión divina, de la cual la iglesia con sus miembros son sus agentes. Esto es lo que se puede inferir del texto de Éxodo. En lenguaje llano, se pondría así: “Yo voy, pero te voy a enviar a ti”.

    En todo proyecto misionero se fusionan inseparablemente “comisionador” y “enviado”; por eso, en los relatos bíblicos a veces se superponen Dios y el agente enviado a cumplir la misión. Por tal motivo, en el Antiguo Testamento no tenemos una palabra hebrea para misión. La palabra a la cual los estudiosos dan esa connotación es shalak, palabra que en la mayoría de pasajes (450 veces), particularmente en el qal, conlleva la idea de “enviar a alguien a una misión específica, o dar una tarea”.[2] Esta es la palabra que aparece en el versículo 10 cuando Dios dice “yo te enviaré”.

    En síntesis, todo proyecto divino en favor de la raza humana Dios lo construye en un entorno de santidad. Y, para ponerlo en marcha, Dios elige a un individuo, quien será el agente visible del proyecto divino. Así, en ese actuar divino-humano no hay atraso o fracasos porque Dios siempre está presente. A fin de cuentas, el éxito del proyecto no dependerá tanto de la capacidad del hombre sino del involucramiento divino.[3]

Sobre el autor: Director del programa de doctorado en Religión del Instituto Internacional Adventista de Estudios Avanzados (AIIAS), en Filipinas.


Referencias

[1] Ludwig Koehler y Walter Baumgartner, The Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament (Leiden: Brill, 1994-2000), t. 2, p. 902.

[2] M. Delcor y E. Jenni, “šlḥ , to send”, Theological Lexicon of the Old Testament (edición electrónica, Accordance, version 12), t. 3, p. 1.332.

[3] Cornelis Houtman, Exodus: Historical commentary on the Old Testament (Leuven: Peeters), p. 362.