Lecciones de la vida de Juan el Bautista.

    En mis momentos devocionales, además de estudiar la Biblia, la meditación matinal y la lección de Escuela Sabática, acostumbro leer algún libro de Elena de White. Actualmente, estoy estudiando El Deseado de todas las gentes. Realizando mi lectura, hace algún tiempo, quedé impresionado por el capítulo 10, titulado “Una voz en el desierto”, que narra aspectos del ministerio de Juan el Bautista. Cuando estaba por concluirlo, leí una frase que me llamó mucho la atención: “Multitudes seguían de lugar en lugar a ese nuevo maestro, y no pocos abrigaban la esperanza de que fuera el Mesías. Pero, al ver Juan que el pueblo se volvía hacia él, buscaba toda oportunidad de dirigir su fe hacia el que había de venir”.[1] Si él tenía muchos discípulos, significa que era un gran discipulador. En este artículo destaco algunas características de Juan el Bautista, necesarias para que seamos exitosos en la tarea de discipular personas para el Reino de Dios.

Santidad

    Juan el Bautista fue llamado a ser el mensajero de Dios. Él debía “dar” a las personas una “nueva dirección a sus pensamientos” e impresionarlos con “la santidad de los requerimientos de Dios”.[2] Si había sido llamado para ejercer una obra de santidad, entonces él mismo debía ser santo.

    De la misma manera, el discipulador debe ser santo, pues “debía ser un templo para que habitara el Espíritu de Dios”.[3] Ser santo significa ser consagrado al Señor, dedicado a él, y tener una conducta coherente con sus principios. En este sentido, ser santo no es un logro, sino un estado. Cuando Dios me llama para una obra, él me santifica, escoge, separa y dedica a él.

Disciplina

    “En tiempos de Juan el Bautista, la codicia de riquezas y el amor al lujo y la ostentación se habían difundido extensamente. Los placeres sensuales, los banquetes y las borracheras estaban ocasionando enfermedades físicas y degeneración, embotando las percepciones espirituales y disminuyendo la sensibilidad al pecado”.[4] Las personas vivían como querían, y quien quisiera ser diferente y vivir de acuerdo con la voluntad de Dios necesitaba desarrollar el dominio propio. Esa fue la experiencia de Juan el Bautista. Por eso él fue capaz de mantenerse inquebrantable ante las presiones de la sociedad.

    Juan tenía un carácter firme, decidido, centrado. Nada era capaz de distraerlo de la misión que tenía. Del mismo modo, los discipuladores necesitan ser disciplinados, firmes, decididos y centrados. Además, son organizados, metódicos y sistemáticos.

Reforma

    Rodeado de un ambiente licencioso y permisivo, “Juan debía destacarse como reformador. Por medio de una vida abstemia y un ropaje sencillo, debía reprobar los excesos de sus días”.[5] Así, antes de predicar sobre cómo debían ser las personas, él ya demostraba con su conducta el modo correcto de vivir.

    Un detalle importante es que su vida de reformador comenzó a ser moldeada antes de su nacimiento. Un ángel apareció a sus padres y les dio las orientaciones para que Juan fuera alguien destacado (Luc. 1:15, 16). Esto muestra el hecho de que la preparación para ser un reformador tiene sus raíces en la infancia. Elena de White afirma que “más que cualquier dote natural, los hábitos formados en los primeros años deciden si un hombre vencerá o será vencido en la batalla de la vida. La juventud es el tiempo de la siembra”.[6]

    Por eso, los discipuladores se ocupan del proceso de discipulado familiar. Necesitamos invertir en aquello que garantice el mejor retorno, y eso ocurre cuando invertimos en los niños, en los jóvenes y en los adolescentes. Juan el Bautista era un reformador, y eso comenzó en su infancia. Ser reformador significa mostrar en la vida los cambios que queremos que ocurran en la iglesia y en la sociedad; ser reformador significa reprender los malos comportamientos con el poderoso sermón de una vida pautada por la voluntad de Dios.

Reconciliación

    Juan fue tanto un reformador como un apaciguador, conforme señala la profecía de Malaquías 4:6: “El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición”.

    Esto quiere decir que Juan el Bautista ejerció el papel de reconciliador, convenciendo a los israelitas de retornar a los caminos de sus padres, que habían vivido grandes experiencias con Dios. Antes de la segunda venida de Cristo, se hará una obra semejante por aquellos que predican al mundo los tres mensajes angélicos.

    Ser reconciliador significa invitar a las personas a aproximarse a Dios, a volver sobre sus pasos y entregarse a él, experimentando una conversión genuina.

Estudio

    Juan el Bautista tenía un discurso poderoso, con un contenido sólido. ¿Cómo lo logró? Elena de White aclara que “Juan halló en el desierto su escuela y su santuario. Como Moisés entre las montañas de Madián, se vio cercado por la presencia de Dios y rodeado por las evidencias de su poder”.[7] En el desierto, “a solas, en la noche silenciosa, leía la promesa que Dios hiciera a Abraham de una posteridad tan innumerable como las estrellas. La luz del alba, que doraba las montañas de Moab, le hablaba del que sería ‘como la luz de la mañana, como el resplandor de sol en una mañana sin nubes’ (2 Sam. 23:4). Y, en el resplandor del mediodía, veía el esplendor de la manifestación de Dios, cuando se ‘manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá’ (Isa. 40:5)”.[8]

    El profeta vivía en un desierto literal, y allí tenía un aprendizaje intenso. Así como Juan, necesitamos tener nuestro “desierto”, que sea nuestra escuela y nuestro santuario. Nuestra escuela, para fortalecer nuestro intelecto; nuestro santuario, para fortalecer nuestra fe. Puede ser una oficina en casa, en el trabajo o en algún otro lugar. Los discipuladores necesitan un lugar en el que diariamente puedan excavar la verdad, estudiar la Biblia, pues en ella Dios se revela.

Simpleza y abnegación

    Al pasar parte de su tiempo en el desierto, Juan el Bautista renunció al lujo y a las diversiones, y se acostumbró a dos elementos importantes: simpleza y abnegación. La simpleza se refiere a lo que es natural, simple, puro. La abnegación, por su parte, está relacionada con la renuncia, cpm una vida que cede sus propios intereses.

    Abnegación y simpleza son características que van juntas. Los discipuladores deben ser simples y abnegados porque, como predicadores del evangelio, necesitan mostrar a las personas que seguir a Cristo exige sacrificio. Quien conocía a Juan el Bautista notaba que él era poderosamente simple y contagiosamente abnegado. No era casualidad que la gente se sensibilizara con su vida y su predicación.

Sociabilidad

Alguno podría pensar que Juan el Bautista era alguien alienado. ¡De ningún modo! “Juan no pasaba la vida en ociosidad, ni en lobreguez ascética o aislamiento egoísta. De vez en cuando salía a mezclarse con los hombres; y siempre fue un observador interesado en lo que sucedía en el mundo. Desde su tranquilo retiro vigilaba el desarrollo de los eventos. Con visión iluminada por el Espíritu divino, estudiaba el carácter de los hombres para poder saber cómo alcanzar los corazones con el mensaje del Cielo”.[9]

    Juan el Bautista tenía una personalidad interesante. Lograba pasar mucho tiempo solo en el desierto; sin embargo, estaba dispuesto a mezclarse con las personas. Elena de White recuerda que “los que procuran conservar su religión ocultándola entre paredes pierden preciosas oportunidades de hacer el bien. Mediante las relaciones sociales, el cristianismo se pone en contacto con el mundo”.[10] De este modo, la vida de Juan el Bautista, entre el desierto y las multitudes, es una gran inspiración para los discipuladores modernos.

Espiritualidad

    “(Juan el Bautista) sentía el peso de su misión”.[11] Y ¿cómo enfrentaba ese peso? Elena de White responde: “En la soledad, por medio de la meditación y la oración, trataba de fortalecer su alma para la carrera que le esperaba. Aun cuando residía en el desierto, no se veía libre de tentación […]. Pero sus percepciones espirituales eran claras; había desarrollado fuerza y decisión de carácter, y gracias a la ayuda del Espíritu Santo fue capacitado para detectar los ataques de Satanás y resistir su poder”.[12] El discipulador vive la misión con espíritu de meditación y oración. Tales disciplinas son esenciales para quien busca impactar el corazón de los discípulos como lo hizo Juan el Bautista.

Reverencia

    Juan el Bautista examinaba lo que decían los escritos proféticos sobre el Mesías con profundo respeto, y se aproximaba a Dios con profunda reverencia. Para él, las palabras del Señor a Moisés, también dichas en el desierto, tenían un significado especial. Elena de White afirma que “la humildad y la reverencia deben caracterizar el comportamiento de todos los que se allegan a la presencia de Dios. En el nombre de Jesús podemos acercarnos a él con confianza, pero no debemos hacerlo con la osadía de la presunción, como si el Señor estuviese al mismo nivel que nosotros”.[13]

    El Señor se dirige a nosotros, personas comunes, en días comunes, pero él no es un ser común. Él es Dios, y jamás debemos perder el sentido de su poder, de su grandeza, gloria, majestad, soberanía y santidad. Como discipuladores, estamos al servicio de un Dios santo, sirviendo a su iglesia. Por lo tanto, debemos ser simpáticos, pero no bromistas; sonrientes, pero sin sarcasmo; y alegres, pero no ruidosos.

Amonestación

    Juan el Bautista tenía un discurso duro (Mat. 3:7-10), pues su propósito con sus oyentes era “sacudirlos de su letargo y hacerlos temblar por su gran maldad”.[14] Las amonestaciones, entonces, son una especie de trompeta divina para despertar la conciencia adormecida. Por eso, “Dios no envía mensajeros para que adulen al pecador. No da mensajes de paz para arrullar en una seguridad fatal a los que no están santificados. Impone pesadas cargas sobre la conciencia del que hace mal, y atraviesa el alma con flechas de convicción. Los ángeles ministradores le presentan los temibles juicios de Dios para ahondar el sentido de su necesidad e impulsarlo a clamar: ‘¿Qué debo hacer para ser salvo?’”[15]

    El discipulador tiene que clamar desde el púlpito, al predicar; bramar en los hogares, al dar estudios bíblicos. El discipulador debe amonestar, llamar la atención. Ese no es su único papel ni el principal, pero tiene que hacerlo. El discipulador no puede escapar de la tarea de señalar el error, no para profundizar la crisis, sino para rescatar al pecador.

Predicación entusiasta

    Juan el Bautista era un predicador entusiasta. La palabra “entusiasmo”, en griego, significa “en Dios”, “inspiración divina”, “Dios en sí”, y los antiguos entendían que se refería a alguien inspirado o dotado de la presencia de Dios. El término se aplica apropiadamente a Juan el Bautista. Elena de White afirma que, al predicar, las palabras del profeta tocaban el fondo del corazón de las personas y, al oírlo, las multitudes reaccionaban con convicción, al punto de preguntar: Y ahora, ¿qué haremos? Y Juan respondía: “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo” (Luc. 3:11). El discipulador auténtico debe predicar con tal poder y entusiasmo que las personas sientan el deseo de entregarse a Dios y cambiar su vida.

Humildad

    Juan el Bautista adquirió reconocimiento y buena reputación. Pero siempre se mantuvo humilde. Mateo ilustra bien este punto con estas palabras: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mat. 3:11).

    El profeta sabía quién era, pero también sabía quién no era. Juan el Bautista era humilde. La humildad es la virtud que nos otorga el sentimiento de nuestra debilidad y limitaciones. Ser humilde es permitir que la voluntad de Dios florezca en nuestra vida. Juan el Bautista vivió así, e inspira a los discipuladores modernos a hacer lo mismo.

Conclusión

    En este artículo, intenté mostrar que Juan el Bautista fue un discipulador de señalada grandeza y, por lo tanto, un ejemplo para los discipuladores modernos. Él era santo, disciplinado, reformador, conciliador, estudioso, simple y abnegado, sociable, espiritual, reverente, amonestador, entusiasta y humilde. ¿Puedes imaginar el efecto de una persona con esas características conviviendo con otras personas?

    Todo lo que dije puede resumirse en esta frase: “Más que solo impacto o admiración, la vida del discipulador causa un efecto transformador en la vida del discípulo”. ¡Ese es el desafío que está en nuestras manos!

Sobre el autor: Rector del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología.


Referencias

[1]  Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2008), p. 83.

[2]  Ibíd., p. 75.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd., p. 77.

[8] Ibíd., p. 78.

[9] Ibíd., p. 77.

[10] Ibíd., p. 127.

[11] Ibíd., p. 77.

[12] Ibíd.

[13] 13 Elena de White, Patriarcas y profetas (Florida, Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 257.

[14] White, El Deseado de todas las gentes, p. 79.

[15]  Ibíd.