Recuerdo mi primer contacto con el tema de los dones espirituales en la iglesia. Como adolescente, participé junto con el resto de la congregación de una breve introducción a los dones espirituales, para luego pasar a completar un largo test que tenía la intención de que yo descubriera cuáles eran los míos. Claro, todo eso sucedió unas semanas antes de las elecciones de oficiales de iglesia. A la semana siguiente, se nos entregaron los resultados del test, junto con una lista de los ministerios en los que podríamos participar, de acuerdo con nuestros dones. Como no me anoté para participar en ninguno de los ministerios que desarrollaba mi iglesia local, pronto el pastor se acercó, señalándome la cantidad de dones que yo tenía, y que era un desperdicio no utilizarlos. Para rematar la conversación, el pastor utilizó la parábola de los talentos, para advertirme de las consecuencias que tendría para mi vida espiritual enterrar mis talentos.

 Es normal que, como pastores, abordemos el tema de los dones desde un punto de vista pragmático, relacionándolos con los ministerios que desarrollamos como iglesia. Después de todo, los dones han sido dados para edificar a la iglesia, y para alcanzar a los no alcanzados. Ese pragmatismo, por otro lado, puede hacer que confundamos los dones y los ministerios como si fueran un fin en sí mismos, cuando en realidad son solo un medio, un instrumento, que nos permite mostrar nuestro amor hacia nuestros semejantes a través del servicio.

 ¿Cuál era mi problema por el que yo no me había anotado en ningún ministerio? Probablemente, no había percibido la necesidad de amar a mi prójimo, y de servirlo a través de esos ministerios.

 El apóstol Pablo nos advierte fuertemente contra esa visión meramente pragmática de los dones espirituales, que los ve como un fin en sí mismos, cuando en realidad tienen la función instrumental de canalizar nuestro amor al prójimo y nuestra necesidad de servirlo. Y esa advertencia está expresada en una de las poesías más maravillosas del Nuevo Testamento: “Si pudiera hablar todos los idiomas del mundo y de los ángeles, pero no amara a los demás, yo solo sería un metal ruidoso o un címbalo que resuena. Si tuviera el don de profecía y entendiera todos los planes secretos de Dios y contara con todo el conocimiento, y si tuviera una fe que me hiciera capaz de mover montañas, pero no amara a otros, yo no sería nada. Si diera todo lo que tengo a los pobres y hasta sacrificara mi cuerpo, podría jactarme de eso; pero si no amara a los demás, no habría logrado nada” (1 Cor. 13:1-3, NTV).

 Nota que Pablo no está oponiendo el amor a los dones espirituales. Tampoco está diciendo que el amor es uno más de los dones espirituales. Lo que trata de transmitir es que el amor debe ser la motivación detrás del ejercicio de cada don espiritual. Por eso, desarrollar nuestros dones espirituales solo tiene sentido si están movidos por el amor.

 El amor es lo que hace que todos los demás dones y acciones valgan la pena. Si Pablo pudiera hablar todos los idiomas de los hombres y los ángeles, sería solo hacer ruido si no estuviera motivado por el amor. Si Pablo tuviera el don de la profecía en toda su extensión, de modo que lo supiera todo, pero no tuviera amor, su conocimiento sería inútil. Si Pablo pudiera mover montañas por medio de su fe, sin amor, esa fe no tendría valor para Pablo. Incluso el acto de desprendimiento de dar todo lo que uno tiene a los pobres no tiene valor sin la motivación correcta del amor.

 Promover el activismo religioso sin la motivación correcta hará que pronto nuestros hermanos se cansen, se frustren y pronto desistan. Por otro lado, promover el amor (solo el amor despierta el amor), hará que quien ama busque pronto una manera práctica de instrumentar su servicio a través de la expresión de sus dones en algún ministerio.

 Amemos y sirvamos. Y luego motivemos el uso de los dones como expresión de ese gran amor que Dios nos ha dado. “Por lo tanto, ustedes deberían desear encarecidamente los dones que son de más ayuda. Pero ahora déjenme mostrarles una manera de vida que supera a todas las demás” (1 Cor. 12:31, NTV).

Sobre el autor: Doctor en Teología, es director de la revista Ministerio, edición de la ACES.