La causa de Dios necesita hombres eficientes; necesita hombres que estén preparados para prestar servicio como maestros y pastores. Hay hombres que trabajaron con cierto éxito, aunque recibieron poca preparación en la escuela o en el colegio; pero podrían haber alcanzado mucho más éxito, y habrían sido obreros más eficientes, si al principio hubiesen adquirido disciplina mental.

 A Timoteo, entonces pastor joven, escribió así el apóstol Pablo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15). La obra de ganar almas para Cristo exige cuidadosa preparación. Los hombres no pueden entrar en el servicio del Señor sin la preparación necesaria, y esperar obtener el mayor éxito. Los mecánicos, los abogados, los comerciantes, los hombres de todos los oficios y profesiones se educan para el ramo de actividad en que esperan entrar. Siguen el método de hacerse tan eficientes como les sea posible […]. ¿Y habrían de manifestar menos diligencia los siervos de Cristo al prepararse para una obra infinitamente más importante?

 ¿Habrían de ignorar los medios y recursos que se han de emplear para ganar almas? El saber interesar a hombres y mujeres acerca de los grandes temas que conciernen a su bienestar eterno, requiere conocimiento de la naturaleza humana, estudio detenido, meditación cuidadosa y oración ferviente.

 No pocos de los que fueron llamados a ser colaboradores del Maestro fracasaron en el aprendizaje de su oficio. Deshonraron a su Redentor entrando en su obra sin la preparación necesaria. Algunos hay que, cansados del barniz externo que el mundo llama refinamiento, han ido al otro extremo, el cual es tan plenamente perjudicial como el primero. Se niegan a recibir el pulimento y el refinamiento que Cristo desea que sus hijos posean. El pastor debe recordar que es un educador, y si en sus modales y conversación es grosero y falto de cultura, aquellos que tengan menos saber y experiencia imitarán su ejemplo.

Conocimiento superficial

 Nunca debe un joven pastor contentarse con un conocimiento superficial de la verdad, porque no sabe adónde puede pedírsele que testifique para Dios. Muchos tendrán que comparecer ante reyes y sabios de la Tierra para dar razón de su fe. Aquellos que tienen un entendimiento tan solo superficial de la verdad no han llegado a ser obreros que no tienen de qué avergonzarse. Quedarán confundidos, y no podrán exponer claramente las Escrituras.

 Es un hecho lamentable que el progreso de la causa se vea impedido por falta de obreros educados. Muchos carecen de calificaciones morales e intelectuales. No imponen severos ejercicios a su mente, no cavan en busca del tesoro oculto. Y como desnatan tan solo la superficie, obtienen tan solo aquel conocimiento que se halla en la superficie.

 ¿Creen los hombres que podrán, bajo la presión de las circunstancias, lograr una posición importante, cuando han dejado de prepararse y disciplinarse para la obra? ¿Se imaginan que pueden ser instrumentos pulidos en las manos de Dios para la salvación de las almas, si no han aprovechado las oportunidades de obtener idoneidad para la obra que tuvieron a su alcance? La causa de Dios pide hombres cabales, que puedan trazar planes, edificar y organizar. Todos aquellos que aprecian las probabilidades y las posibilidades de la obra para este tiempo, tratarán de obtener por ardoroso estudio todo el conocimiento que puedan sacar de la Palabra, para emplearlo en servir a las almas menesterosas y enfermas de pecado.

 Un pastor no debe nunca pensar que aprendió lo suficiente y que puede cejar en sus esfuerzos. Su educación debe continuar durante toda la vida. Cada día debe aprender y poner en práctica el conocimiento adquirido.

 No olviden nunca los que están preparándose para el ministerio que la preparación del corazón es, entre todas, la más importante. Ninguna cantidad de cultura mental o preparación teológica puede reemplazarla. Los brillantes rayos del Sol de justicia deben resplandecer en el corazón del obrero y purificar su vida, antes que la luz del Trono de Dios pueda reflejarse sobre él para iluminar a aquellos que están en tinieblas.