Una propuesta práctica para el proceso de evangelización urbana

Como todo estudiante de Teología, soñaba con mi graduación y el comienzo de mi ministerio pastoreando iglesias en algún lugar del Brasil. Sin embargo, cuando terminé mis estudios a fines de 1998, no recibí ningún llamado. Por providencia divina, un pastor llamó al director del Seminario solicitando que le recomendara a alguien recién formado para un proyecto de distrito de misión global. Ese fue el comienzo de mi viaje, en una ciudad del interior del Estado de Paraná donde no había presencia adventista. Mi misión, junto a mi esposa e hijos, era implantar una iglesia en Ivatuba.

 No sé tú, pero a mí no me enseñaron cómo hacer esa tarea en el Seminario. Pastorear un distrito ya era lo suficientemente atemorizador para alguien recién formado; pero iniciar una iglesia de la nada, contando solo con mi esposa, que también tenía que cuidar de nuestros hijos, era aterrador. Sin embargo, fue maravilloso el modo en el que Dios condujo nuestros pasos y nos preparó para desafíos aún más grandes.

 En Ivatuba aprendí a pensar por “fuera de la caja” y a confiar en Dios por completo porque, como mencioné, no sabía por dónde empezar. Cerca de la ciudad, a unos 25 kilómetros, se encuentra el Instituto Adventista Paranaense (IAP). Los empleados y los residentes de la comunidad de esta institución me dieron todo el apoyo para iniciar la tarea. Siguiendo la sugerencia del pastor de distrito con el que trabajaba, hicimos una Escuela Cristiana de Vacaciones, que tuvo la participación de casi doscientos niños. Con el pasar del tiempo, entré en contacto varias veces con los padres y comencé mis primeros estudios bíblicos. Al final, anuncié que estábamos abriendo los clubes de Aventureros y Conquistadores para los niños, además de ofrecer cursos de cocina para adultos. Mucha gente se inscribió para esas actividades.

 Dos meses después hicimos el primer culto sabático en mi casa, que se convirtió en una iglesia. Me quedé en la sala con los adultos, mientras mi esposa cuidaba a los niños en el garaje. Las actividades que desarrollamos eran personalizadas, de acuerdo con el contexto local y los recursos que logramos obtener, ya sea de los amigos del IAP o de la comunidad; es decir, tuve que adaptarme a la realidad. Así, nueve meses después de iniciar la tarea en Ivatuba, la Asociación local me llamó para tomar un distrito. Como resultado de nuestros esfuerzos, ya habíamos comprado un terreno, iniciado la construcción de una iglesia, bautizado a catorce personas, y estábamos estudiando la Biblia con más de cuarenta interesados.

Experiencia variada

 Mi primer distrito pastoral fue en el interior, pero me gustaría destacar algo interesante al respecto. Actualmente, el estilo de vida en las áreas rurales está volviéndose cada vez más urbano. La tecnología y los multimedios también están moldeando al interior, influenciando principalmente a los más jóvenes. Este hecho nos muestra la importancia de entender el mundo contemporáneo y, específicamente, el de la ciudad o el barrio de la comunidad a la que fuimos designados para servir, a fin de alcanzar a otras personas con el evangelio.

 Durante cinco años fui pastor en áreas rurales y urbanas. Luego fui nombrado evangelista de la Asociación y pude expandir mis conceptos sobre misión y la importancia del trabajo integrado. Durante los tres años siguientes estuve implicado en el proceso de evangelismo y plantación de nuevas congregaciones, además de estudiar mucho sobre misión y crecimiento de la iglesia, especialmente los libros El evangelismo, Obreros evangélicos y Servicio cristiano, entre otros, de Elena de White. El estudio combinado con la práctica demostró que es esencial tener un abordaje que integre las múltiples facetas de la evangelización.

 Después de ese período como evangelista, fui invitado a ser profesor de Teología Aplicada en el Seminario Teológico del Instituto Adventista de Ensino do Nordeste, actual Fadba, y a coordinar la práctica pastoral de los alumnos. Durante cuatro años me dediqué totalmente al estudio y la enseñanza de la misión y el crecimiento de la iglesia. En 2010, mi último año de trabajo en el Seminario, coordiné a los estudiantes de Teología de tercer año en el plantío de 80 iglesias.

 De Bahía me mudé a Filipinas, donde viví durante dos años como estudiante del programa doctoral del Instituto Adventista Internacional de Estudios Avanzados (AIIAS). Estando allí, recibí una invitación para dirigir los departamentos de Evangelismo y Misión Global de la Asociación Paulista del Este, con sede en San Pablo. Entre mis atribuciones estaba el desarrollo del proceso de evangelización y establecimiento de iglesias.

 Llegado a este punto, tengo que reconocer que el tiempo dedicado a los estudios fue enriquecedor, pero que ya estaba enseñando no solo lo que venía de los libros, sino también de las experiencias de otras personas. Tal vez el aprendizaje más grande que tuve después de ser pastor de distrito, evangelista, profesor de Teología y estudiante de doctorado, lo cual se volcó a la práctica en una Asociación, es que la Teología Aplicada, en la misión urbana, no puede ser realizada dentro de una oficina o de un aula.

 Los libros son fundamentales, pero nada se compara con estudiar y practicar. Esto significa que la misiología, o cualquier otro campo de la teología aplicada, debe ser aprendida por medio de los libros en diálogo con la actividad práctica. De hecho, el verdadero tesoro se encuentra en su combinación. Todo lo que aprendí con los libros fue valioso, pero lo que aprendí en la práctica fue aún más enriquecedor. En el proceso, descubrí que algunas cosas que leí en la teoría no funcionan bien en el día a día.

Lecciones prácticas

 Permíteme resumir lo que aprendí a lo largo de mi período de estudios, pero, especialmente, durante mi tarea ministerial, que comenzó cuando planté una iglesia en mi casa, en una ciudad sin presencia adventista.

 En primer lugar, no hay una regla fija. Un método o práctica que funciona bien en un lugar específico puede no tener la misma eficacia en otros lugares. Ese podría ser el desafío más grande para la misión urbana. Las ciudades son dinámicas, y aunque tengan características en común, encontramos particularidades en cada una de ellas. Además, el avance tecnológico y la globalización aceleran esos cambios de una manera que asusta. “No importa hacia dónde esté yendo nuestro futuro, la tecnología continuará cambiando rápidamente, así como las generaciones futuras continuarán adaptándose a ella”.[1]

 Ante esta realidad, permíteme presentar, utilizando la imagen a continuación, una manera de abordar la misión urbana. Antes de continuar, a pesar de la necesidad de contextualización a la realidad local, notemos que toda acción debe ser fundamentada en principios bíblicos inmutables y jamás debe comprometer la identidad singular y profética de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

 Todo el proceso de evangelización urbana debe ser integrado, siguiendo pasos simples y directos, y tomando en consideración dos realidades: la comunidad de fe y el contexto urbano, que consiste en las personas que serán alcanzadas. Así, el pastor debe conocer la realidad del lugar que pretende evangelizar. El análisis del contexto es fundamental para el desarrollo de las actividades evangelizadoras o de las estrategias misioneras, y ese estudio incluye la investigación de los datos demográficos, sociológicos, culturales, religiosos y lingüísticos.

 Sin embargo, aunque la información provista por Internet, prefectura, centros de salud y de investigación sea importante, necesitamos relacionarnos con los vecinos, conocer sus sueños, miedos, realidades y desafíos. En otras palabras, debemos mezclarnos con las personas a las que queremos alcanzar con el evangelio eterno. Es necesario que seamos pastores que “ganan la confianza de la comunidad y aprenden a construir relaciones en ese terreno”, lo que “incluye la disposición de ser un aprendiz”.[2]

 Después de conocer a las personas de la comunidad y aprender sobre su realidad, por medio del análisis y la convivencia ya mencionados, vamos al tercer paso. ¿Quiénes son tus colegas en la misión? ¿Existen iglesias en la comunidad? Si estás plantando una nueva iglesia, ¿hay un núcleo de líderes que te apoyará y participará activamente del proceso?

 Si hubiera iglesias en la región, investiga su historia y su condición actual. Verifica el nivel socioeconómico de sus miembros. ¿Es ese perfil compatible con la mayoría de las personas de la comunidad? ¿Tienen las condiciones o la mentalidad para trabajar con un perfil de personas diferente al de ellos? ¿Quiénes son los principales líderes? ¿Cuáles son sus dones? ¿Están motivados y tienen la visión correcta? En definitiva, la tarea de un misionero urbano eficaz no se limita a la exégesis de la Biblia. Debe ir más allá, y convertirse en un exégeta de la comunidad y de las personas a las que desea alcanzar, así como de los miembros de su iglesia y de sus compañeros de misión.

 Basado en estos datos, el evangelista debe reflexionar: ¿Cómo podrían su iglesia y sus colegas, con sus dones y recursos, suplir y alcanzar a las personas de la comunidad, de acuerdo con su realidad local y ante sus desafíos y necesidades?

 A continuación, tenemos el cuarto paso: capacitar al equipo de trabajo. Es necesario dedicar algo de tiempo al estudio y a algunas definiciones. Por ejemplo: ¿Cuál es nuestra misión, visión y estrategia? ¿Cuáles son las oportunidades y los obstáculos que podemos enfrentar? ¿Cómo desarrollar ministerios que sean relevantes para nuestra realidad? En otras palabras, se debe invertir un poco de tiempo a la enseñanza y a la organización de las acciones, lo que nos lleva al quinto paso, la planificación.

 A partir de la planificación comienzan a aparecer acciones directas e intencionales que deben ser evaluadas simultánea y constantemente (sexta etapa), apuntando a la séptima etapa, donde se implementan las adaptaciones necesarias. Cada una de las etapas es fundamental y comienza cuando la anterior aún está desarrollándose. Es un proceso constante y dinámico, sin reglas fijas, porque esa es la realidad del contexto urbano.

 Otra cuestión importante es desarrollar un trabajo equilibrado entre la revitalización y el plantío de iglesias. Hay nuevas regiones a alcanzar, y las que ya tienen presencia adventista necesitan ser revitalizadas para volverse relevantes para la comunidad en la que se encuentran.

 Todo este proceso debe estar vinculado con el calendario oficial de la Asociación/ Misión, distrito pastoral o iglesia local. De este modo, todo pastor, dirigente y miembro conoce su papel y, juntos como un cuerpo, pueden avanzar armoniosamente, siendo y haciendo discípulos para el Señor Jesús en su propia ciudad o en cualquier lugar al que Dios los envíe.

Sobre el autor: Líder de la Iglesia Adventista en la región Este y Norte de San Pablo.


Referencias

[1] Esraa Aburass, “Technology has changed the way a whole generation practices religion”, disponible en <https://tinyurl.com/uzfndoj>.

[2] John Fuder, Philosophy and Practice of Urban Ministry, (Bellingham, WA: Lexham Press, 2016).