Sugerencias prácticas para el trabajo pastoral poscuarentena

    La crisis puede ser una oportunidad de recomenzar, y de un modo más inteligente. Al menos, en la estela de la pandemia por la COVID-19. La pandemia llegó y –maleducadamente, sin golpear la puerta, sin pedir permiso– trastornó nuestra vida; y todo indica que va a demorar en irse nuevamente. Cuando eso ocurra, no dejará nostalgia tras de sí.

    Muchos aprendizajes han sido puestos de relieve por personas de diferentes formaciones. El contenido de esos descubrimientos va desde la necesidad de preocuparnos más por los demás, cuidar la salud, trabajar en modo home office, considerar con más aprecio algunas profesiones, y hasta valorar momentos especiales al lado de la familia y los amigos.[1]

    Desde el punto de vista ministerial, ¿qué se puede extraer de una situación que dejó al mundo sin salida? Aparte de las fisuras que nos legó en las esferas económica, social y política, ¿qué podemos aprender a fin de orientar nuestras acciones para el futuro?

    Pienso que debemos mirar al ojo de la tempestad y preguntar: “Señor, ¿qué esperas que aprenda? ¿De qué manera vas a cambiarme como persona y como ministro del evangelio?

    Si el escritor Fernando Pessoa tenía razón al decir que “de todo queda un poco”, creo que en este torbellino aprendí cosas nuevas y reforcé conceptos ya establecidos. Si ponemos estos ingredientes en una olla de ideas, la suma resultante puede convertirse en prácticas saludables para el ministerio.[2]

Lecciones en escatología

    Una de las primeras lecciones que vinieron a mi mente fue la confirmación de la fe en lo que llamaría el modelo escatológico. La escatología ejerce fuerte influencia en todo el pensamiento adventista. Sin embargo, al predicar sobre la unión de los poderes representados por las bestias de Apocalipsis 13, el decreto dominical y otros temas, a veces puede sentirse en el ambiente un aire de incredulidad por parte de algunos, fruto de nuestra racionalidad. ¿Todo eso se cumplirá realmente? ¿Cómo se diseñará el escenario mundial para que estas predicciones se concreten?

    Aunque la pandemia del nuevo coronavirus esté más relacionada con la salud pública y nuestro bienestar, las medidas preventivas resultaron en un esquema, en un cierto modo, asfixiante. Esto permite prever algunas cosas: la agilidad y la forma en la que todas las organizaciones actuaron nos muestra que ningún escenario puede ser considerado como imposible. Todo puede configurarse de un modo furtivo, no dimensionado y de una expansión sin precedentes. La rapidez impresiona incluso a los alarmistas de turno, acostubrados a relacionar estos acontecimientos con las señales de los tiempos.

    Menos de tres meses después de que apareciera un brote de neumonías sin causa conocida en una provincia en China, el mundo entero quedó involucrado. El médico infectólogo Anthony Fauci, uno de los líderes en el combate al nuevo coronavirus en Estados Unidos, afirmó que “nunca vi una enfermedad como la COVID-19”.[3]

    Cuando creíamos que todos los medicamentos y la tecnología nos garantizarían una vida más larga, apareció el intruso. De repente lavar las manos, usar barbijos y respetar el aislamiento social se volvieron la orden del día.

    Hubo conmoción mundial, y la pauta pasó a ser el nuevo coronavirus. Hasta en las leyes se entrometió. Este cuadro ilustra que un escenario de acontecimientos y decisiones que cumplan profecías puede estructurarse más fácil de lo que prevemos e imaginamos.

    La observación de este despliegue de hechos reavivó en mí el deseo de predicar con más vehemencia y profundidad sobre las profecías bíblicas. Siento que hay una cierta carencia en la iglesia al oír y aprender asuntos escatológicos. Es decir, el adventismo vive uno de sus problemas exactamente en el terreno escatológico. El intento de algunos por despreciar el historicismo y la fantasía de otros de intentar insertar en las profecías ideas estrafalarias y ajenas al texto bíblico, se constituye en una amenaza real.[4] Nuestro desafío es explicar las profecías sin la superficialidad y el sensacionalismo que muchas veces caracterizan a los discursos en esta área.

Lecciones en eclesiología

    Paralelamente, pensé en el impacto de la pandemia en mi concepto de iglesia. No me refiero al concepto bíblico y teológico del cuerpo de Cristo, sino a la iglesia en su funcionamiento práctico. La situación vivida permite que visualicemos un cambio paradigmático, migrando de una iglesia compleja hacia una simple. Elena de White previó que esta estaría formada por “centinelas y transmisores de luz”.[5]

    Reflexiona: en estos días de aislamiento social, ¿qué nos faltó como congregación de adoradores? La respuesta es obvia: lo básico. Queríamos cantar y orar juntos. Nos hubiera gustado predicar la Palabra y escucharla, ya sea desde el púlpito o en las casas, en estudios bíblicos, cultos o Grupos pequeños. No tuvimos la oportunidad de devolver presencialmente diezmos y ofrendas, aunque contamos con recursos digitales, entre otros medios. Además, notamos la ausencia del cariño de los abrazos, de ver a personas aceptando a Cristo, de la realización de bautismos, presentaciones infantiles, casamientos, Santas Cenas, entre otras ceremonias.

    Esto nos lleva a pensar que muchas veces, en la normalidad, nos sobrecargamos con tantas cosas que, en sí, son buenas, pero que al final poco colaboran con el cumplimiento de la misión. Cada año nuevo se agregan programas, ministerios y actividades y luego difícilmente salen de la agenda. A veces fallamos en la evaluación de qué debe permanecer o no en la cotidianeidad de una iglesia. Muchos creen que varios métodos y programas son insustituibles cuando, de hecho, se convierten en recursos que están desalineados, fuera del foco de la iglesia. Corremos el riesgo de perder mucho tiempo, energía y dinero haciendo más cosas y volviéndonos menos efectivos. Como dijo Thom Rainer: “La mayoría de las iglesias mantiene a sus miembros tan ocupados que no tiene tiempo para realizar el ministerio”.[6]

    Las iglesias serán relevantes en la medida exacta en que comprendan bien para qué existen, cuál es su misión y su mensaje y establezcan sus prioridades. El evangelismo y la misión deben ser su foco. Si pierden eso, podrán incluso llegar a ser socialmente relevantes para el mundo, pero irrelevantes a los propósitos de Dios.

    Otra tendencia igualmente peligrosa es transformar la misión en un lugar en vez de que sea un estilo de vida. Podemos ir a un lugar a ayudar personas, asistir a la iglesia e impresionar a la congregación con música, oratoria y un conjunto bien elaborado de ceremonias y proyectos. Sin embargo, la misión va más allá de eso. Necesitamos hacer misión exactamente donde vivimos. Es necesario visualizar el lugar de trabajo, la escuela, el vecindario como campo misionero. La misión no es un lugar, es un estilo de vida.

    En este sentido, siempre es oportuno recordar el objetivo principal de la formación del movimiento adventista del séptimo día: “La iglesia es el medio señalado por Dios para la salvación de los hombres. Fue organizada para servir, y su misión es la de anunciar el evangelio al mundo. Desde el principio fue el plan de Dios que su iglesia reflejase al mundo su plenitud y suficiencia. Los miembros de la iglesia, los que han sido llamados de las tinieblas a su luz admirable, han de revelar su gloria”.[7] Este propósito debería orientar y modelar nuestras evaluaciones formales o informales del trabajo de la iglesia en cualquiera de sus instancias.

    Por otro lado, una de las lecciones aprendidas por la pandemia podría ser lo que consideraría un golpe a la tendencia actual de minimizar la necesidad de frecuentar la congregación. Un grupo creciente de cristianos se ha preguntado: “¿Por qué necesito de la iglesia? ¿Cuál es la ventaja de estar en los cultos, ya que por Internet tengo acceso a informaciones mucho más interesantes para mi espiritualidad? ¿No podría estar en casa, leyendo la Biblia confortablemente, en lugar de oír un sermón monótono, estorbado por el llanto de los niños o las conversaciones paralelas?” Inclusive están los que cuestionan si pertenecer a una iglesia es realmente necesario para ejercitar su fe.

    Circula por Internet un slogan que afirma: “Iglesia no es ir, es ser”. Refleja lo que muchos “cristianos des-iglesiados” alardean (del inglés “unchurched”). Aunque sepamos que no sirve “ir” sin “ser”, entendemos que el “ser” incluye el “ir”. Un cristiano no es un anónimo recluido en su mundo egoísta y egocéntrico. Forma parte de una comunidad interactiva de amor, ayuda y adoración. La iglesia es el entorno en el que los creyentes pueden amarse unos a otros (1 Juan 4:12); exhortarse unos a otros (Heb. 3:13); animarse unos a otros (Heb. 10:24); servirse unos a otros (Gál.5:13); instruirse unos a otros (Rom. 15:14); honrarse unos a otros (Rom. 12:10) y ser bondadosos y misericordiosos los unos con los otros (Efe. 4:32).

    La pandemia y el cierre de los templos enseñaron que aún existe el fuerte deseo de pertenecer a una comunidad y de expresarse por medio de ella. El aislamiento social también mostró que las personas tienen el deseo de asistir a los cultos y que eso les hace bien, además de ser un elemento facilitador de su adoración a Dios.[8] De hecho, podemos adorar al Señor en cualquier lugar, “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23), pero necesitamos la iglesia para demostrar de qué lado estamos.

    Un antiguo slogan decía: “Nada sustituye el talento”. Parafraseando, es posible afirmar que nada sustituye lo presencial. La iglesia está conformada por personas y estas necesitan reunirse (Heb. 10:25). La pandemia nos hace reflexionar seriamente sobre el equilibrio necesario a fin de vivir la adoración individual y colectiva de forma saludable. Ambas son fundamentales para el desarrollo espiritual del miembro de la iglesia de Jesucristo.

El retorno

    Las ponderaciones hasta aquí presentadas estimulan la alteración o la confirmación de algunas acciones en el período pospandemia. Es momento de evaluar métodos, programas, materiales y estrategias sin perder de vista la doctrina y la identidad de la iglesia. Nuevos tiempos requieren nuevas posturas, o mejor aún, posturas alineadas con la necesidad de las personas y el foco de la iglesia. Evidentemente, vamos a continuar trabajando con nuestras actividades regulares, pero al retornar, aunque fuera paulatinamente, pretendo implementar o continuar algunas prácticas que pueden estar vinculadas a las consideraciones presentadas hasta aquí. Ciertamente tendrán que adaptarse a las recomendaciones sanitarias vigentes, especialmente porque mientras no haya una vacuna o un tratamiento eficaz contra la COVID-19 tendremos que mantener una vgilancia redoblada. Sin embargo, con prudencia, seguridad y creatividad, planifico hacer lo siguiente:

    En el primer culto luego de la autorización para la reapertura de los templos, quiero realizar una ceremonia bautismal demostrando a los miembros que no podemos perder el eje de nuestra misión: rescatar a las personas.

    Reactivar las clases bíblicas los domingos, vinculadas a departamentos como Escuela Sabática, Conquistadores, Aventureros, ASA, entre otros.

    Reunir, capacitar y equipar a las parejas misioneras de la iglesia con el objetivo de motivarlas para el trabajo. La experiencia me dice que el estudio bíblico ministrado en los hogares no perdió su valor y se constituyó en uno de los métodos más eficaces para alcanzar a las personas para Cristo.

    Aprovechar la experiencia obtenida con los medios digitales y realizar capacitaciones para los líderes de departamento de distrito. La primera iniciativa será un curso de formación de ancianos.

    Promover clases para los equipos de diaconado y recepción. El modo en que recibiremos a las personas en la iglesia marcará la diferencia en la salvación de las personas que nos buscarán después de la pandemia.

    Mantener la regularidad en la presentación de informes trimestrales de las finanzas de la iglesia. La transparencia constituye un factor que estimula la fidelidad y la confianza de los miembros. Como observó Juan Prestol-Puesán, “confianza es todo lo que tenemos, y para los líderes adventistas del séptimo día, no hay otra opción: tenemos que hacer lo correcto”.[9] Elena de White refuerza este concepto al escribir que “todo cuanto hacen los cristianos debe ser transparente como la luz del Sol”.[10]

    Intensificar la realización de seminarios y clases de teología para miembros, a fin de profundizar su conocimiento bíblico y doctrinal.

    Según sea posible, promover reuniones sociales con el objetivo de confraternizar e integrar a miembros e interesados de la iglesia. Lo ideal es que para ello utilicemos las estructuras existentes en los departamentos y pequeños grupos. Para los tiempos posteriores al coronavirus, se prevé una “explosión de la sociabilidad” y nuestra comunidad no puede quedar afuera de ella.[11] Aunque los recursos digitales hayan asumido el protagonismo por el momento, ¡la convivencia personal también hace mucha falta!

    En reunión con los líderes locales, estudiar y evaluar cultos y programas en general, intentando hacerlos más objetivos, dinámicos y atractivos para los miembros y visitantes. La propuesta de la Iglesia Adventista en Sudamérica que enfatiza la comunión, la relación y la misión, puede, con eficacia, ayudar a dar un norte a acciones que glorifiquen el nombre de Dios y conviertan a su iglesia en relevante.

¡No desistir!

    Después de una crisis, de una prueba o incluso de una pandemia, la orden es comenzar otra vez. No debemos olvidarnos de que la fuerza y la resistencia para el futuro pueden establecerse ahora. Todas las dificultades nos enseñan que “la experiencia que se adquiere en el horno de la prueba y aflicción vale todo el dolor que costó”.[12]

    Tenemos esperanzas renovadas cuando confiamos en el Señor de la iglesia, el Dios que entró en un mundo infectado con el terrible virus del pecado, aquel que respiró el mismo aire que nosotros respiramos, se alimentó como nosotros y murió aislado en una cruz. Su vida, muerte y resurrección nos garantizó un futuro no solo seguro, sino eterno. Él estará con nosotros para implantar lo nuevo, quebrar paradigmas, desafiar modelos, renovar acciones. ¡A él toda la gloria!

Sobre el autor: Pastor en São José do Rio Preto, San Pablo, Brasil.


Referencias

[1] Kiko Kislansky, “Lições que o coronavírus nos ensina”, disponible en: <https://glo.bo/2YvCLUA>; Paula Stange, “5 lições que aprendemos com o coronavírus”, disponible en: <https://bit.ly/2zP4FQU>, consultado el 5/5/2020.

[2] Carlos Drummond de Andrade, A Rosa do Povo (Rio de Janeiro: Record, 2000), pp. 92-95.

[3] Peter Nicholas, “Anthony Fauci’s plan to stay honest”, disponible en <https://bit.ly/35tslpZ>, consultado el 5/5/2020.

[4] 4 Jon Paulien, “The End of Historicism? Reflections on the Adventist Approach to Biblical Apocalyptic – Part One”, Journal of the Adventist Theological Society, v. 14, N° 2, 2003, pp. 15-43.

[5] Elena de White, Eventos de los últimos días (Florida, Bs.As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2011), p. 46.

[6] Thom Rainer, “Eight reasons churches become too busy”, disponible en: <https://bit.ly/2ylVK9a>, consultado el 5/5/2020.

[7] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009),

p. 9.

[8] Iuri Pitta, “Brasileiro dá prioridade a igreja e salão de beleza no pós-quarentena”, disponible en: <https:// bit.ly/2YtEolB>, consultado el 5/5/2020.

[9] Citado en Marcos Paseggi, “Adventist Leaders Discuss Integrity and Transparency”, disponible en: <https://bit.ly/2W3gyvv>, consultado el 5/5/2020.

[10] Elena de White, El discurso maestro de Jesucristo (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2010), p. 65.

[11] Leandro Karnal, Especial: “O Mundo Pós-Pandemia”, disponible en: <https://bit.ly/2zVwjvJ>, consultado el

5/5/2020.

[12] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009),p. 474.