Visitamos en Manaos al gobernador y lo llevamos de paseo en la Luzeiro. Quedó muy impresionado con nuestro trabajo. Además de entregarnos mil quinientos en dinero en efectivo, nos proveyó dos mil quinientos en medicamentos para tratar a los enfermos. Al regresar, estas donaciones fueron de verdadera bendición para muchos pobres que estaban sufriendo, pues en nuestro viaje río arriba utilizamos todos los remedios que nos fueran dados en el estado de Pará. Encontramos condiciones casi imposibles de creer en tres grandes lagos que visitamos. Cuando estuvimos en Parintins [Amazonas] se nos acercó un miembro de la Iglesia Bautista y nos pidió que visitáramos el lago Curumucuri. Nos dijo que allí había muchos miembros de su iglesia y que todos estaban con malaria. A la puesta de sol entramos en el lago más bello que haya visto en el Amazonas. Pero al anclar verificamos que el aire estaba lleno de los mosquitos Anopheles, transmisores de la terrible fiebre.
Al día siguiente, muy temprano por la mañana, al realizar el culto, vimos una canoa que venía hacia nosotros. Era el líder de la Iglesia Bautista. Nos preguntó si teníamos algún medicamento para combatir la fiebre. Al responder afirmativamente, él dijo: “Este barco está aquí en respuesta a la oración […]”. La noche anterior habían realizado una reunión de oración en la que pidieron a Dios que les enviara auxilio, y a la mañana siguiente allí estaba la Luzeiro.
Él nos llevó a su templo, y durante todo aquel día nos trajeron a los enfermos a fin de atenderlos. Tratamos a más de doscientos pacientes. Por la noche nos invitaron a predicar. Encendimos las luces y, colgándolas en la Luzeiro y en la Iglesia Bautista, hablamos para unas 140 personas. Después de la reunión continuaron trayéndonos enfermos y aplicamos 106 inyecciones más de quinina, contra la malaria, sumando un total de más de 300 personas. Al día siguiente visitamos varios hogares en los que había personas demasiado enfermas para que fueran llevadas hasta donde estábamos y oímos muchas historias tristes. Desde octubre en adelante, había muerto la mitad de los habitantes de ese lago.
Nos llevaron a una casa en la cual, a causa de la fiebre, habían fallecido el padre, la madre y un hijo, quedando vivo un niño de solo diez años, para sepultarlos. Como él los había colocado en una sepultura muy rasa, los perros los desenterraron y los arrastraron alrededor. En otro hogar fallecieron dos señoras y una niña, dejando sola a una pequeña de seis años. La encontraron casi muerta de hambre y los cuervos ya devoraban los cadáveres.
Al segundo día se agotó la provisión de medicamentos, pero habíamos tratado a casi todos. Al partir nos pidieron que volviéramos al año siguiente para predicarles el evangelio. Esperaban tener mejor salud para poder asistir a las reuniones. Esto les da a ustedes más o menos una idea de lo que encontramos al trabajar a lo largo del caudaloso Amazonas. En ese viaje tratamos 5.280 enfermos.
Sobre el autor: Pionero de la obra médico- misionera en Brasil.