Una de las características sobresalientes de un líder visionario es la capacidad de trazar el camino entre el sueño y la realidad. En un lenguaje más objetivo, la capacidad de planificar el futuro y hacerlo realidad. Uno de los personajes bíblicos que ilustra esta cualidad es el rey Salomón.

Como gobernante de Israel, hizo grandes edificios; invirtió en infraestructura, agricultura y ganadería (Ecl. 2:4-6); y fue responsable de la construcción del majestuoso Templo de Jerusalén, un proyecto que tardó siete años en completarse (1 Rey. 6:38). Sería ingenuo pensar que todos estos logros se alcanzaron sin una planificación detallada.

Aunque los grandes logros están precedidos por planes bien diseñados, desafortunadamente, muchos líderes cristianos no han reflexionado adecuadamente sobre este punto al dirigir a la iglesia en la tarea más importante que se les asigna a los seres humanos. Como consecuencia, los resultados de sus esfuerzos terminan siendo menores de lo que podrían ser.

La Biblia no es un manual de planificación, pero Salomón, un empresario consumado y el rey más sabio que jamás haya vivido, dejó algunos principios importantes sobre el tema en las páginas del Libro Sagrado. Si estamos dispuestos a seguirlos, ciertamente seremos beneficiados en nuestro ministerio.

En Proverbios 16:3 enseñó a presentar los planes a Dios. “Pon en manos del Señor todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán” (NVI). En el pastorado, tan malo como no planificar es planificar e ignorar la voluntad del Señor para su iglesia. En nuestra condición humana, es muy fácil reproducir la ampulosa actitud de Nabucodonosor: “¿No es esta la gran [iglesia] que yo edifiqué?” (Dan. 4:30). Engañados por el aplauso humano por nuestros logros limitados, en comparación con la dimensión del desafío que enfrentamos, corremos el riesgo de ser reprobados por Dios. Por lo tanto, debemos someter nuestros planes al Señor y alinearlos con su voluntad.

Unos versículos más adelante, Salomón declaró: “El corazón del hombre piensa su camino; más Jehová endereza sus pasos” (Prov. 16:9). Más que entregar nuestros planes a Dios, debemos estar dispuestos a llevarlos a cabo de acuerdo con la revelación divina. A veces nos sentimos tentados a utilizar estrategias cuestionables para lograr propósitos relacionados con la expansión de su Reino en la Tierra. Definitivamente, la idea de que “el fin justifica los medios” no es una opción para los ministros cristianos. Por lo tanto, debemos hacer lo que debe hacerse de la manera que el Señor espera.

Además de entregar sus planes a Dios y ser sumiso a su voluntad, Salomón también enfatizó la importancia de escuchar las opiniones de otras personas. Dijo: “Los pensamientos son frustrados donde no hay consejo; mas en la multitud de consejeros se afirman” (15:22; cf. 20:18). Algunos líderes, sin embargo, imponen su planificación a la iglesia ignorando la sabiduría de los miembros locales y, por qué no decirlo, la libertad del Espíritu Santo para dirigir la dirección de la misión divina desde ese conocimiento particular. Incluso si alguien está convencido de que sus ideas están en consonancia con la voluntad divina, nunca debe ignorar este principio inspirado. Después de todo, es a través del diálogo que revelamos, absorbemos y refinamos los sueños que deseamos alcanzar.

Después de escuchar a Dios, estar dispuesto a hacer su voluntad y compartir planes, es necesario actuar. “Los planes bien pensados y el arduo trabajo llevan a la prosperidad, pero los atajos tomados a la carrera conducen a la pobreza” (Prov. 21:5, NTV). Como escribió John Kitchen, la clave del éxito es “pensar bien y trabajar duro”. ¡Y seguramente el Señor bendecirá los esfuerzos de aquellos que estén dispuestos a hacerlo!

Sobre el autor: director de la revista Ministerio, edición de la CPB