Hace más de un año estamos sufriendo con una pandemia que alcanza todos los aspectos de la vida, incluso la manera en que visualizamos la acción de Dios en medio de todo esto. Son días dolorosos, cansadores y cargados de miedo y ansiedad. Para empeorar las cosas, nos hemos separado de familiares y amigos que la muerte nos quitó; y estamos preocupados por aquellos que se encuentran en una situación delicada.

Las circunstancias suscitan la pregunta: ¿dónde refugiarse y cómo reaccionar ante este cuadro tan angustiante? La Biblia presenta historias con las cuales nos identificamos, que nos ayudan a encontrar esperanza más allá del dolor. Me gustaría reflexionar sobre la experiencia de un hombre de fe que pasó por algunas situaciones muy parecidas a las que estamos enfrentando. Me estoy refiriendo a Job.

Todo andaba bien. Sus negocios prosperaban (Job 1:3), sus hijos estaban saludables y eran espiritualmente sensibles (v. 5) y no parecía tener ningún problema de salud. Además, era un hombre virtuoso, “íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (1:1, RVA-2015).

Pero, lamentablemente, su vida cambió de forma trágica e inesperada. Saquearon y destruyeron sus bienes (1:15-17), murieron sus diez hijos (1:18, 19) y, como si no fuera suficiente, quedó cubierto por “llagas malignas desde la planta del pie hasta la coronilla” (2:7, LBLA). Dialogando con sus “amigos”, él describió los efectos de esta enfermedad: aislamiento social (2:8), deterioro físico (7:5), pesadillas (7:14), pérdida de peso (16:8), aliento repugnante (19:17) y huesos ardiendo como el fuego (30:30).

Muchas de las pruebas que experimentamos son intentos cobardes del enemigo para llevarnos a ver al Señor como él no es; o sea, alguien inaccesible e indiferente a nuestro sufrimiento. Satanás no quiere solo causar dolor, él también quiere distorsionar nuestra percepción de Dios en los días más oscuros de nuestra vida. En el fuego de la aflicción, Job le hizo 16 preguntas al Señor y se quejó 32 veces; demostró toda la plenitud de su humanidad, e inclusive maldijo el día de su nacimiento (3:3).

Hoy, millares de personas están desempleadas, internadas, enfermas o enlutadas. Infelizmente, mi familia fue víctima de la parte más cruel de este virus. Perdí personas cercanas, pero no perdí la esperanza porque, a semejanza de Job, “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo” (19:25). Todo a tu alrededor puede estar destruido, pero Cristo vive, ¡y eso hace toda la diferencia!

En el libro de Job, el Señor permanece en silencio la mayor parte del tiempo. Esto, sin embargo, no significa que sus ojos y oídos estén distantes de la realidad humana; el silencio de Dios no es sinónimo de su ausencia. A partir del capítulo 38, el Señor hace 72 preguntas, todas referidas a su poder creador, y Job no logra responder a ninguna. Él simplemente dijo: “¿Qué puedo responderte, si soy tan indigno? ¡Me tapo la boca con la mano!” (40:4, NVI). Además de enfatizar a Dios como Creador, que puede restaurar todo lo que perdimos, el libro de Job presenta, curiosamente, la imagen de un cordero al inicio (1:5) y al final (42:8), tal vez para recordarnos que él también es nuestro Salvador.

En el Nuevo Testamento, Pablo afirma: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Rom. 8:32). En la cruz tenemos la certeza de cuánto Dios nos ama. Por eso, cuando pases por pérdidas, recuerda: “En la vida futura se aclararán los misterios que aquí nos han preocupado y desilusionado. Veremos que las oraciones que nos parecían desatendidas y las esperanzas defraudadas figuraron entre nuestras mayores bendiciones” (El ministerio de curación, p. 376).

Sobre el autor: secretario ministerial para la Iglesia Adventista en Sudamérica.