La mayoría de los sidurim (libros de oración) del judaísmo ortodoxo y las corrientes jasídicas incluyen una secuencia de tres bendiciones en las que un hombre agradece a Dios por no hacerlo gentil (es decir, “no judío”), mujer o esclavo. Si bien la interpretación de estas “bendiciones” ha sido motivo de debate incluso dentro del judaísmo, estos y otros ejemplos han llevado a muchos a acusar a la Biblia de machismo o de darle un papel secundario a la mujer, subordinado al del hombre.

Es evidente que la mujer no estaba subordinada al hombre en las esferas intelectual, mental, emocional, y en otros ámbitos. Una mujer podía participar en igualdad de condiciones con el hombre en la vida pública del antiguo Israel. Se conocen mujeres importantes desde el período más antiguo hasta el último de la historia de Israel. María, por ejemplo, se desempeñó como consejera de gobierno (Éxo. 2:4, 7, 8; 15:20, 21) y también fue profetisa (Éxo. 15:20). Tenemos a Débora, esa heroína israelita que sirvió como “jueza”, al igual que otros jueces, y también fue profetisa (Juec. 4; 5). Atalía gobernó como reina sobre Judá durante seis años (2 Rey. 11). Los ministros del rey consultaron a Hulda la profetisa (2 Rey. 22:14). La esposa de Isaías también era “profetisa” (Isa 8:3). En otro contexto, el libro de Ester cuenta cómo una mujer salvó a la nación.

Algo digno de destacar es que, en el Antiguo Testamento, tanto hombres como mujeres podían hacer el voto nazareo y ser dedicados y apartados para Dios (Núm. 6:2).

Cuando vamos al Nuevo Testamento, el liderazgo se ejercía por medio de los dones espirituales que el Espíritu Santo da para beneficio de la iglesia y para el cumplimiento de la misión (Rom. 12; 1 Cor. 12; Efe. 4). Cada seguidor de Cristo, sin excepción, tiene una contribución especial y única que hacer al bienestar y la misión de la iglesia, según el don que se le ha dado. Ahora, como Iglesia Adventista, consideramos que los dones del Espíritu no son otorgados sobre la base del género. Los dones espirituales relacionados con el liderazgo no son exclusividad del hombre, sino que el Espíritu Santo otorga dones según cree necesario, independientemente del sexo.

El Nuevo Testamento contiene muchos ejemplos de mujeres piadosas que dirigen, predican, enseñan y discipulan: Priscila instruye a Apolos (Hech. 18:24- 26); el apóstol Pablo envía un saludo a María y Junia, “muy respetada[s] entre los apóstoles” (Rom. 16:6, 7); se menciona a Febe como diaconisa de la iglesia en Cencrea (Rom. 16:1); Lidia era una mujer poderosa en la comunidad, cabeza de familia y que cuidó de Pablo y Silas (Hech. 16:14, 15); Ninfa es descrita como líder de la iglesia que se reunía en su hogar (Col. 4:15); y el apóstol Pablo menciona, entre sus “colegas” o “compañeros de trabajo” (sunergos, en griego) a Timoteo (1 Tes. 3:2), Tito (2 Cor. 8:23), Epafrodito (Fil. 2:25), Clemente (4:3) y Filemón (File. 1:1), por ejemplo, pero también a mujeres como Priscila (Rom. 16:3) y Evodia y Síntique (Fil. 4:2, 3).

Así, si bien podemos ver una fuerte presencia masculina en el liderazgo del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, las mujeres han desempeñado puestos de liderazgo espiritual, al igual que en otros ámbitos. Las mujeres pueden hacer un aporte importante en el cumplimiento de la misión. Dado que estamos en el tiempo del fin, necesitamos que todos, tanto hombres como mujeres, puedan poner en práctica sus dones para edificación de la iglesia y la predicación del mensaje adventista.

Sobre el autor: editor de la revista Ministerio, edición de la ACES.