Los cristianos y los deberes sociales, en Hebreos

Aparte de tener un contenido teológico denso, Hebreos presenta un mensaje de carácter práctico. En el contexto de las pretensiones imperiales romanas, de una ciudad eterna y un emperador divino, Hebreos presenta una esperanza mejor y exige un estilo de vida coherente con la expectativa escatológica cristiana. El foco de este artículo es precisamente ese estilo de vida descrito en Hebreos y su aplicabilidad hoy. ¿Cómo deben vivir quienes tienen un Sumo Sacerdote en el Santuario celestial y esperan una ciudad celestial?

La ciudadanía celestial de los cristianos

“Ellos pasan sus días en la Tierra, pero son ciudadanos del cielo”. Así describió un anónimo a los cristianos en la Carta a Diogneto, del siglo II d.C. La ciudadanía celestial de los primeros cristianos se definía por su lealtad a Cristo y por su expectativa escatológica.

En el Imperio Romano, religión y política eran inseparables dado que, además de divino, el emperador también era el sacerdote supremo, el sumo pontífice (Pontifex Maximus), a quien se le dedicaban los templos/santuarios. Al presentar a Jesús como Rey-Sacerdote, Hebreos deja claro que la comunidad cristiana tendría otro sacerdote, otro rey y otro reino, con su trono, su cetro y su santuario (ver Heb. 1:8; 4:16; 8:1, 2; 12:28).

Ante Roma –llamada ‘la ciudad eterna’ por sus poetas–,[1] Hebreos presenta otra ciudad eterna: la Jerusalén celestial, construida por Dios (ver Heb. 11:10, 16; 12:22). Así, Hebreos se opone a la ilusión del imperio terrenal eterno, sea este Roma, Jerusalén o cualquier otra ciudad de arquitectura humana. Por eso presenta a los patriarcas como peregrinos y extranjeros, que habitaban en tiendas, e incluso en la Tierra Prometida continuaron “buscan[do] una patria” (ver Heb. 11:9, 13, 14, 37).

El pueblo de Dios es nómada sobre la Tierra, no a causa del tiempo de permanencia geográfica, sino por su esperanza escatológica de morar en una patria mejor (ver Heb. 11:16). La palabra “patria” (patris) se refiere al lugar en el que alguien encuentra sus raíces y significados históricos.[2] Los cristianos tienen sus nacionalidades, pero sus raíces más profundas no están aquí, sino en la Patria celestial.

Pero ¿cómo debe vivir el cristiano peregrino y ciudadano del Cielo? ¿Debe esconderse en la expectativa escatológica, sin involucrarse en las cuestiones terrenales? A pesar de ser ciudadanos celestiales, los cristianos no viven en un mundo etéreo, alejados de los dilemas de la vida diaria. Los peregrinos cristianos no se excluyen de un mundo que ya no es digno de ellos (Heb. 11:38). Como “sal de la tierra” y “luz del mundo” (Mat. 5:13, 14), los cristianos son embajadores de Cristo (2 Cor. 5:20). Al mismo tiempo, son plenamente conscientes de la brevedad de la vida y de la transitoriedad de este mundo, y desean la ciudad “por venir” (Heb. 13:14). Entonces, ¿qué deben hacer?

El cuidado mutuo

En Hebreos, se orienta a los cristianos a vivir en una comunidad de cooperación mutua: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” (Heb. 10:24). El verbo “cuidar” tiene el sentido de mirar, notar, preocuparse por alguna cosa.

El objetivo de esta consideración debería ser el estímulo (ligeramente, una “provocación”) a las buenas obras. Los cristianos deberían ejercitar una especie de supervisión y cuidados mutuos, a fin de provocar intencionalmente el amor y las buenas obras, lo cual incluye incentivos para mantener la práctica de reunirse (ver Heb. 10:25). Los cristianos deberían vivir en “amor fraternal”, practicando el bien y la mutua cooperación (Heb. 13:1, 16). La comunidad cristiana es, definitivamente, una asociación fraternal.

El cuidado de los extranjeros

Además del cuidado interno, la comunidad debería practicar la hospitalidad, la filoxenía; literalmente, el amor a los extranjeros (Heb. 13:2). Se trata de una cuestión de acogida en la que no hay lugar para la xenofobia y el nacionalismo exagerado. En aquella época muchos necesitaban hospedaje –viajantes, esclavos, comerciantes–, y los hospedajes eran caros, sucios y de mala fama. El principio permanece: el cristianismo era y debe ser una religión de puertas abiertas.

En el Antiguo Testamento, uno de los cuatro grupos vulnerables, frecuentemente protegido por la Ley y por los profetas era el de los extranjeros. Ofrecerles abrigo y protegerlos en sus derechos legales no dependía de su conversión religiosa: “Esto mostraba que la justicia y la compasión de Israel no estaban limitadas tan solo a su comunidad de fe”.[3] En el Nuevo Testamento, el amor práctico de los cristianos no debe restringirse a los que tienen la misma creencia (ver Gál. 6:10).

El cuidado de los prisioneros y los maltratados

En Hebreos se elogia a los cristianos porque “se compadecieron de los encarcelados” (Heb. 10:34a, NVI) y de las víctimas de maltratos (ver Heb. 13:3). Esa simpatía con los presos es el mismo tipo de simpatía que Cristo manifiesta por los pecadores (Heb. 4:15). El mismo Jesús le dio importancia a la atención de los detenidos al incluir esta actividad como uno de los criterios que se consideran en el Juicio Final (ver Mat. 25:36).

A pesar de que el texto se refiere a los cristianos encarcelados, ciertamente sus principios permiten su aplicación a cuestiones actuales como el ministerio en las prisiones, los derechos humanos, la violencia doméstica e infantil, entre otros. Un antiguo documento cristiano recomendaba que los creyentes utilizaran su dinero para cuidar “[…] a los prisioneros, a quienes fueron abusados y a aquellos que fueron condenados por tiranos […]”.[4] Hebreos refleja la Regla de Oro (ver Mat. 7:12) y no orienta al cristiano a preguntar si los que sufren merecen ayuda o no. Para que el cristiano se involucre, es suficiente que haya necesidad de ayuda.

La valoración del matrimonio y de la ética sexual

Otros deberes cristianos en Hebreos son el cuidado de la pureza sexual y la valoración del matrimonio por “todos” (Heb. 13:4). El cristiano no está autorizado a pensar lo que se le antoje sobre el matrimonio, sino que debe honrarlo. En el contexto del Imperio Romano, la idolatría también estaba asociada a la inmoralidad sexual,[5] y eso era una tentación para los cristianos de aquella sociedad.

En el Imperio, la actividad sexual no se limitaba al matrimonio legal y el libertinaje se normalizaba. Además, las leyes relativas al adulterio trataban de un modo desigual a los hombres y a las mujeres, al privilegiar a los hombres.[6] Ese fue el ambiente en el que se desafió a los cristianos a vivir una ética sexual radicalmente diferente. Y lo hicieron de una forma tan vigorosa que, en el siglo IV, hubo un cambio en la “visión estatal del matrimonio a fin de acercarlo a las ideas cristianas”.[7] Hay mucha evidencia de que “la dignidad del matrimonio fue restaurada por los cristianos” en el Imperio Romano,[8] y eso benefició mucho a las mujeres.[9]

El combate a la avaricia

Se advierte a los cristianos contra la avaricia: no deben amar el dinero, sino vivir con contentamiento (ver Heb. 13:5). A la avaricia también se la identifica como idolatría en el Nuevo Testamento (ver Col. 3:5), y Jesús pone en veredas opuestas a Dios y a Mammón (ver Mat. 6:24). En el Imperio Romano, el Estado confiscó la propiedad privada de muchos cristianos (ver Heb. 10:34), pero afrontaron esta situación con resiliencia, pues sabían que poseían bienes superiores y permanentes.

La actitud cristiana hacia los pobres y los necesitados revela la actitud del corazón hacia Dios mismo. Los conceptos “[…] a mí lo hicisteis” (Mat. 25:40) y “[…] sin saberlo, hospedaron ángeles” (Heb. 13:2), junto con las exhortaciones para ayudar a los pobres y huir de la avaricia, aparecen juntos en el Sermón del Monte (Mat. 6:1-4, 19-24), al igual que en Hebreos (Heb. 13:5, 6). La visión económica de Hebreos no se concentra en la prosperidad personal de los creyentes. Si no tienen nada, no se desesperan; si tienen suficiente, viven satisfechos; y, en cualquier situación, se sacrifican por los demás.

La promoción de la justicia

El Antiguo Testamento y la Carta a los Hebreos comparten el mismo celo por la justicia. De Jesús, se dice: “has amado la justicia” (Heb. 1:9); se presenta las Escrituras como la “palabra de justicia” (Heb. 5:13); Melquisedec es el “Rey de justicia” (Heb. 7:2); los héroes de la fe “practicaron la justicia” (Heb. 11:33); y la disciplina divina produce “fruto apacible de justicia” (Heb. 12:11).

Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, la justicia también tiene que ver con la misericordia y las buenas obras (Sal. 112:9; 1 Tim. 6:11). Una de las consecuencias de la muerte de Cristo es que los creyentes “[vivan] para la justicia” (1 Ped. 2:24) y por esta causa sean perseguidos (Mat. 5:10).

Los profetas del Antiguo Testamento denunciaban la idolatría y la explotación del débil y vulnerable. Como los profetas, Hebreos iguala la práctica del bien con el sacrificio propio como culto: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Heb. 13:15, 16).

Vivir honradamente

Inicialmente, el cristianismo fue considerado religión ilegal en el Imperio Romano, y por eso se intensificó la persecución. Aun en ese contexto, el cristiano debía vivir “honradamente en todo” (Heb. 13:18, LBLA). La expresión “honradamente” conlleva la idea de vivir honestamente, correctamente, sin dar lugar a acusaciones, en todas las áreas de la vida.

Este estilo de vida fue reconocido en aquella época. Arístides de Atenas, en el siglo II, describió a los cristianos como personas que viven “en la esperanza y expectativa del mundo que ha de venir”, que “no dan falso testimonio […] y siempre que son jueces, juzgan rectamente”.[10]

La búsqueda de la paz en medio a la persecución

El recuerdo del martirio de los héroes de la fe revela que el mensaje de la Carta a los Hebreos no es conformista ante la injusticia ni está dispuesto a negociar principios. Al decir que los destinatarios no habían “resistido hasta la sangre” (Heb. 12:4), parece que Hebreos tiene la expectativa de que eso ocurría en breve.

Pero ¿qué tipo de resistencia deberían ofrecer los cristianos? Leemos “Seguid la paz con todos” (Heb. 12:14). Literalmente, “persigan la paz”. Una postura activa en busca de la paz. Esa expresión sugiere más que un pacifismo pasivo o el no ser belicoso al ser desafiado, sino buscar activamente la armonía, el entendimiento, sin violencia. La única “persecución” que debe promover un cristiano es la de la paz con todos.

Conclusión

La esperanza escatológica no paraliza el accionar cristiano como “sal de la tierra y luz del mundo”; en realidad, es un factor motivador. Es una esperanza comprometida y con deberes sociales. La redención en Jesús resulta en la promoción de la justicia, parte del individuo y de la cooperación fraternal de la comunidad cristiana, y no espera imposiciones estatales ni depende de iniciativas seculares en este sentido para entonces actuar. La Carta a los Hebreos trae mandamientos, no meras sugerencias. Son ítems esenciales del estilo de vida cristiano.

Incluso, el contexto histórico de Hebreos evidencia que, cuando el emperador y el Imperio adquieren rasgos mesiánicos, las esperanzas y las aspiraciones de los cristianos no se relacionan con ninguna ciudad o Gobierno terrenales. Hebreos nos llama al compromiso social, pero también nos toca afirmar el señorío de Jesús en la historia, sin falsas expectativas de crear el cielo en la Tierra, ni transformar al “viejo hombre” sin la gracia de Dios, pues la salvación viene por medio de Cristo (ver Heb. 5:9; 7:25; 9:28). En resumen, Hebreos revela que cualquier movilización o acción social cristiana debe comenzar de rodillas, ante el Rey-Sacerdote, no ante los hombres y sus ideologías. Y, según Hebreos, esa acción cristiana será dirigida –y no distraída– por la esperanza escatológica.

Sobre el autor: profesor de Teología en el Instituto Adventista Paranaense, Brasil.


Referencias

[1] Klaus Wengst, Pax Romana: Pretensão e realidade (San Pablo: Paulinas, 1991), p. 142.

[2] Donald Guthrie, Hebreus: Introdução e comentário (San Pablo: Vida Nova y Mundo Cristão, 1984), p. 220.

[3] Timothy Keller, Justiça Generosa: A graça de Deus e a justiça social (San Pablo: Vida Nova, 2013), p. 75.

[4] Constituições dos Santos Apóstolos 4.1.9.

[5] Jason A. Whitlark, Resisting Empire: rethinking the purpose of the Letter to “the Hebrews” (Nueva York: Bloomsbury T&T Clark, 2014), pp. 59-61.

[6] Catherine Edwards, The Politics of Immorality in Ancient Rome (Cambridge: Cambridge University Press, 2002), pp. 35-38.

[7] Alvin J. Schmidt, How Christianity Changed the World (Grand Rapids: Zondervan, 2004), p. 85.

[8] Edward Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire (London: Penguin Books, 1994), t. 2, p. 813.

[9] Para más detalles, ver Rodney Stark, The Rise of Christianity: A Sociologist Reconsiders History (San Francisco: Princeton University Press, 1997).

[10] Alexander Roberts; James Donaldson; A. Cleveland Coxe (eds.), The Ante-Nicene Fathers: translations of the writings of the Fathers down to A.D. 325 (Oak Harbor: Logos Research Systems, 1997), t. VII, p. 277.