El recuerdo aún se mantiene vívido en mi mente. Fue en una pequeña congregación con una docena de personas presentes, en la reunion del domingo por la noche, cuando prediqué por primera vez. Estaba decidido, pero ansioso y un poco temeroso. En medio de ese shock de emociones, sentí que había llegado un momento verdaderamente trascendente en mi vida. ¡El tema no podría ser otro que la bendita esperanza del retorno de Jesús! Mi corazón de niño no alcanzaba a contener el gozo y el anhelo de ver pronto a Cristo venir como Rey vencedor. Esa primera vez, sentí que un fuego se encendió en mí. Conectarme hoy con ese recuerdo me ayuda a tener presente que la predicación nos transforma primeramente a nosotros, y luego a los oyentes.

La predicación no es solo un arte del ministerio, es deber y privilegio de todos. Sin embargo, predicar es, sobre todo, una responsabilidad central de los ministros de la Palabra. Pablo escribe en un tono profundamente solemne a su pupilo Timoteo: “Te suplico encarecidamente delante de Dios y del Señor Jesucristo […] que prediques la palabra” (2 Tim. 4:1-5). Este poderoso mensaje, en forma de juramento, dirigido al joven pastor, contiene varios elementos importantes relacionados con la predicación que debemos destacar.

Mandato divino: Para el que fue llamado y consagrado para el ministerio, predicar es un deber moral ineludible; predicar es un mandato perentorio. Pablo le recuerda a Timoteo que predicar no es una opción, es una orden de Dios, y que cumplirla debe estar en el centro de su ministerio.

Solemnidad: Predicar es un acto divino, es Dios hablando por medio de un instrumento humano. Es el mensaje del Señor en el lenguaje de las criaturas, que necesitan desesperadamente del Pan de vida para que su alma sea saciada, para ser guiadas a la Luz, para ser restauradas. Esto es grandioso, y serio a la vez.

Urgencia: No hay tiempo que perder: el fin de todas las cosas se acerca, el Reino de Dios será manifestado a través de la venida gloriosa de Cristo. Nuestra predicación se desenvuelve en un claro contexto escatológico. Hay un tiempo específico para predicar y es ahora, porque pronto la oportunidad se acabará. Debemos agotar todos los medios, aun ser inoportunos; debemos agotarnos nosotros mismos, si es necesario. Esta acción no puede demorar porque el reloj del tiempo humano está a punto de detenerse para siempre. Este sentido distingue y da relevancia a la predicación adventista.

Intencionalidad: Predicar debe ser un acto consciente e intencionado. No debe ser un asunto casual o trivial. Requiere preparación, el despliegue de todas nuestras capacidades al servicio de este propósito. Predicar de manera planificada un mensaje coherente, utilizando los mejores métodos, es parte significativa de nuestro solemne deber.

Propósito: El apóstol pide con insistencia a Timoteo que predique con el corazón, con la finalidad de persuadir, corregir y enseñar con amor a los oyentes para la salvación.

Pablo termina reafirmando la poderosa conexión entre el ministerio pastoral y la predicación: “Haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:5). Predicar el evangelio es presentado como un imperativo del ministerio pastoral. Esta acción constante se fundamenta en una identidad evangelizadora que no podemos disociar del ministerio. Nuestra actitud evangelizadora refuerza nuestra vocación pastoral, dándole dirección y poder.

A veces decimos que mucha gente camina por la vida sin dirección, pero la verdad es que llevan una dirección específica hacia la perdición. Necesitan recibir la luz del mensaje de salvación, visualizar un nuevo camino, el camino que va en dirección al Cielo. ¡Predica, a tiempo y fuera de tiempo! Esta labor transformadora llenará tu corazón y conducirá a muchos al Reino de Dios. El momento para predicar con todo el corazón es ahora. Y tú, ¿vas a seguir predicando con la fuerza y la pasión de la primera vez?

Sobre el autor: secretario ministerial asociado para la Iglesia Adventista en América del Sur.