La Iglesia Adventista cuenta aproximadamente 80 años de fecunda existencia en el continente sudamericano. Durante estas casi ocho décadas de constante actividad echamos profundas raíces, crecimos en número de miembros e instituciones y, por la gracia de Dios, adquirimos un apreciable vigor denominacional.
Este progreso que nos estimula y la existencia de un absorbente programa de evangelismo que va tomando dimensiones cada vez mayores nos llevan a reflexionar sobre la experiencia del pueblo de Israel después de haber conquistado la tierra prometida (Jos. 13:1) . En efecto, los peligros del institucionalismo, de la inmovilización y de un contentamiento paralizador acechan en forma amenazadora a la iglesia de Dios.
Lamentando el melancólico debilitamiento del evangelismo en las iglesias protestantes, escribió Dr. E. J. Daniels:
“Tenemos que admitir que nosotros, en calidad de cristianos y de iglesias de la actualidad, no estamos consiguiendo la penetración del poder salvador de Cristo en los corazones de las masas de este mundo. Hace poco me encontré con una estadística realmente alarmante y que revela cómo estamos fracasando cada vez más”.
“En 1850 cinco cristianos tardaban un año para conducir un alma a Cristo. En 1900 hacían falta catorce cristianos para hacer lo mismo en un año. En 1919 ya eran necesarios 21 creyentes para llevar un alma a Cristo. Hoy se necesitan treinta y tres cristianos un año entero para conducir un alma a Cristo. Esta estadística está basada en los informes de las diversas denominaciones cristianas” (Techniques of Torchbearing, págs. 8, 9).
El autor completa esta alarmante y desoladora información estadística con las solemnes palabras: “Dios tenga misericordia de nosotros”.
Cuadro más luminoso que éste encontramos en las páginas del anuario estadístico de la Asociación General correspondiente al año 1967. Con la objetividad de las cifras, el mencionado anuario describe la marcha triunfal del adventismo en nuestro continente, en el cual como promedio siete adventistas llevaron un alma a Cristo. Al considerar el elevado número de conversiones en relación con el número de miembros que tenemos en nuestras iglesias, somos movidos a rendir a Dios un testimonio de alabanza y gratitud. Él nos ha concedido frutos que exceden en mucho nuestros limitados esfuerzos.
Pero no debemos sentirnos satisfechos con este resultado. Como es sabido, Latinoamérica —cuyo ritmo de crecimiento aumenta constantemente, mientras que el índice de mortalidad disminuye con la misma celeridad— es uno de los centros de la inquietante “explosión demográfica” que tanto agita al mundo. En términos de evangelización, si el Señor “retarda su promesa”, significa que mientras hoy nos estamos esforzando por alcanzar 180 millones de almas, mañana, transcurridos apenas unos 20 años, estaremos tratando aproximadamente con 400 millones. Y pasado mañana con 550 millones. Estos guarismos multiplicados claman por la formulación de algún plan práctico que opere una indispensable reorientación en nuestras actuales operaciones y nos capacite para hacer frente al gran desafío.
Reconociendo plenamente nuestra dependencia de Dios y conscientes de que unidos debemos buscar la unción del Espíritu Santo para la realización de la obra gigantesca que nos es confiada, presentamos las siguientes propuestas:
Considerando que la hora es avanzada y reconociendo el llamado divino para un trabajo unido y coordinado bajo la dirección del Espíritu Santo, y tomando en cuenta que el derramamiento de la lluvia tardía no ocurrirá plenamente mientras existan pecados acariciados:
RECOMENDAMOS
1. Que en todas las iglesias, escuelas e instituciones del territorio de la División se realice cuanto antes un reavivamiento de una semana de duración; y que además de eso, los cultos sabáticos, las reuniones de oración, los concilios de obreros, las semanas pro juventud y de oración se consideren ocasiones propicias para tales programas especiales de reavivamiento.
- Que las reuniones tengan por finalidad presentar al ministerio y a los miembros de nuestras iglesias un llamado a la renuncia completa al pecado y a una reconsagración integral del corazón y la vida a Dios.
- Que para alcanzar cuanto antes a todas las iglesias, los pastores tomen personalmente la delantera en la obra de predicación y en las visitas; y que también se hagan arreglos para que los ministros, los directores de departamentos, los obreros de oficinas e instituciones y los laicos capaces se unan a este reavivamiento.
2. Que trabajemos unidos y con renovada dedicación teniendo como blanco llevar a Cristo 44.000 conversos en el transcurso de 1969 en la División Sudamericana.
- Que se ayude a las iglesias a reconocer que la urgente tarea del ministro es buscar a los perdidos, y que los oficiales de iglesia asuman la mayor responsabilidad en la marcha eficiente de la misma; además, que los laicos capaces sean dirigidos en la tarea de evangelizar al vecindario.
- Que se hagan esfuerzos especiales para entrar en los territorios de nuestros campos en los cuales todavía no penetró la obra y que, en lo posible, esos esfuerzos sean precedidos por un bien planeado programa de “La Biblia Habla”.
3. Que instemos a nuestro pueblo a apresurar el avance de este movimiento evangelístico continental mediante una fiel mayordomía de los medios que Dios puso en nuestras manos.
Durante la batalla de Preston en 1715, cayó herido por dos balas de la artillería adversaria el dirigente de los MacGregors, familia tradicional que con fervor defendía la causa de los Estuardo, la casa real destronada, y que entonces combatía a las tropas leales que estaban bajo la bandera de Carlos Eduardo. Hubo un momento de desorientación entre los MacGregors y parecía que serían obligados a retirarse. Pero el caudillo bañado en sangre, con gran esfuerzo alzó la frente y gritó: “¡No estoy muerto, compañeros! ¡Estoy mirando para ver si Uds. cumplen su deber!”
En la misma forma el Señor Jesucristo, nuestro comandante, que lleva en su cuerpo las marcas de las cinco sangrantes heridas, contempla hoy el escenario de nuestra batalla para ver si estamos cumpliendo nuestro deber. No podemos retroceder. Nuestra divisa se resume en una sola palabra: ¡Avanzad! Dios nos llama a una consagración más profunda e integral. Nos invita a mirar hacia el frente sin arrogancia y sin temor, pues nos pertenece la promesa: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20).
A pesar de la inmensidad de la tarea que nos espera, vivamos en este nuevo año una existencia valiente y victoriosa, inspirados en la certeza que el presente y el futuro de la iglesia están en las manos de Dios. Él es la única esperanza para este perturbado continente y para el mundo cubierto por las ruinas de la desilusión.