Cierto pastor recibió la siguiente carta, que le fue enviada por una joven de su iglesia: “Me estoy enfrentando con un problema, y espero que usted, como mi pastor, me pueda ayudar. Descubrí que mi vida en el trabajo es muy diferente de la vida que tenemos en la iglesia.

“Estoy llegando a la conclusión de que ser adventista en el trabajo es muy difícil. Somos minoría, y la manera de vivir de los no adventistas es la norma general de la sociedad. Sé que, en su estilo de vida, los adventistas revelan una diferencia. También sé que, cuando la oportunidad aparece, debemos desafiar lo que otros viven y creen, aunque sin ejercer un juicio condenatorio. Al intentar hacerlo, a veces tengo éxito; a veces fallo. Sin embargo, estoy llegando a la conclusión de que, en los días actuales, es casi imposible desafiar el punto de vista de la multitud.

“Mis compañeros de oficina no son malas personas. Son agradables y excelentes compañeros, que están buscando la felicidad. Tengo una amiga que es una de las personas más maravillosas con quien haya convivido. Sin embargo, ella vive con su novio y no le es fiel. Ocasionalmente, también usa drogas.

“Acostumbramos hablar de que debemos “odiar el pecado y amar al  pecador “,  pero ¿qué decirle a quien no cree estar  pecando? ¿Cómo puedo vivir en el mundo y no ser del mundo? ¿Debo cerrarme en una experiencia cristiana de aislamiento y solamente relacionarme con los que piensan como yo? ¿O debo concluir que esta es la lucha que Cristo espera que enfrente?”

Esta carta refleja el desafío enfrentado por la iglesia, sus miembros y sus pastores. ¿Cómo evangelizar a personas para las que los valores y las prácticas religiosos son irrelevantes y superados? Los cambios experimentados por la sociedad  nos trajeron una época marcada por la ausencia de verdades y de valores absolutos: la Era Posmoderna, en la que hombres y mujeres buscan algo en qué creer. Y, en medio de las idas y venidas socioculturales de nuestro mundo, algo se mantiene inalterable: nuestro papel  misionero. Su desempeño requiere el máximo de nuestros talentos, tiempo y energías, con el fin de que el mensaje sea relevante para los días actuales.

Pero no necesitamos asustarnos. En su libro Caesar and Christ [César y Cristo], Will Durant  presenta características de la sociedad en el primer siglo, iguales a las de la sociedad contemporánea. En esa época, también había prostitución, práctica del aborto y homosexualidad. Actores, actrices, cantantes y bailarines atraían multitudes a los teatros y los palcos. Eventos deportivos casi dopaban a las masas, y la corrida por las posesiones materiales era frenética. A pesar de eso, la predicación del evangelio prosperó, gracias a la acción del Espíritu Santo por medio del elemento humano. Ahora no será diferente, ya que Dios no escogió concluir su obra sin nosotros.

La iglesia cumple su misión cuando el poder divino y el esfuerzo humano se unen. Nuestra tarea es contar “la vieja historia” en la forma de lenguaje y pensamiento capaz de comunicar relevancia a un nuevo auditorio. Lo que cambia no es la historia, sino el método y el abordaje de su comunicación. Es de esta manera que podemos superar el desafío del mundo posmoderno.

Sobre el autor: Director de Ministerio edición CPB.