Me alegro de poder saludar a las mujeres de la División Sudamericana (y a sus esposos también).

Para mí fue un placer acompañar a mi esposo en su reciente visita a Sudamérica y conocer a ustedes que dirigen la obra de Dios allí. Atesoramos el calor de su amistad cristiana, y les agradecemos por el amor y la amistad que nos demostraron en muchas formas.

Durante nuestros cultos en el hogar siempre oramos por la obra mundial, pero ahora que los conocemos, que los hemos visitado, que hemos visto su entusiasmo y los oímos orar y cantar, podemos orar más específicamente por ustedes.

Tenemos una gran tarea para realizar: ustedes los hombres, predicar las buenas nuevas de salvación, y nosotras, las mujeres, la de apoyarlos. Esto significa que estaremos realmente no sólo al lado de ustedes, sino “a SU lado”, al lado de Cristo. Yo siento que así como ustedes, los hombres, han sido llamados al ministerio, hemos sido llamadas nosotras, las esposas. Así como Elisabeth y Zacarías “ambos eran justos delante de Dios”, también deberíamos serlo nosotros, los esposos y las esposas, al trabajar juntos. El Dios del esposo, es también el Dios de la esposa. La Fuente de la fortaleza de él, también es la de ella. Las esposas debemos recordar que así como nuestros esposos “dirigen” la iglesia y sus actividades, somos nosotras las que “dirigimos” el hogar, y nos toca demostrar lo que puede ser un hogar que tenga a Dios como centro.

Si el ministro tiene que preparar su sermón y estudiarlo en casa, porque no hay oficina en su iglesia, la esposa debe respetar su tiempo y encargarse de que no sea interrumpido. Esto requiere disciplina de parte de la esposa y de los niños; pero el padre y esposo ha de recordar que también debe dedicarle algo de su tiempo a la familia. Será amable, dulce y cariñoso con su esposa: ella todavía es su amada y necesita recibir las mismas atenciones y oír las mismas palabras dulces que le decía antes del matrimonio. Es responsabilidad de la esposa mantenerse atractiva y cuidadosa de su apariencia, y conservar su refinamiento y su disposición a servir. No debe olvidarse de decir a su esposo lo maravilloso que es. Ella debiera ser para él una islita de paz y tranquilidad en el mar tormentoso. Sería maravilloso si al hablar de su esposa cada ministro pudiera decir sinceramente que “donde ella está, está el Edén”.

El padre necesita arreglar su horario de tal manera que disponga de tiempo para estar con sus hijos. Los niños son la más importante y valiosa herencia que tenemos, y deben disfrutar al compartir las actividades de la familia; pero hay que darles una preparación y una conducción cuidadosa. La madre debería estudiar para saber cómo disciplinar y educar a sus hijos, conocer los principios de la nutrición y del crecimiento y desarrollo del niño.

Se debe enseñar al niño a respetar a sus padres. El respeto que tenga hacia los demás determinará en gran medida su actitud futura hacia la autoridad. Los padres también deben enseñarle a respetar a Dios. ¡Cuán importante es que la familia se reúna en los cultos matutino, vespertino y los sábados a la puesta del sol! La familia que ora junta permanece unida. Es alentador ver que las estadísticas demuestran que los hijos de los ministros son a menudo hombres destacados que siguen las pisadas del padre.

Digamos algo sobre el dinero: parecería que no importa cuánto tengamos, siempre podemos gastar más. Nosotras necesitamos gastar en la comida para conservar la salud de nuestra familia. Esto es parte de la medicina preventiva. Nuestras familias deben alimentarse en forma adecuada para tener buena sangre, huesos y dientes fuertes y músculos firmes. Podemos vivir en forma sencilla, sin dejar de gozar de una sana alegría.

Me gustaría ver a nuestras esposas compartir sus conocimientos de la buena cocina vegetariana, de la modestia en el vestir, de cómo guardar el sábado, etc…. con las otras señoras de la iglesia, y especialmente con los nuevos miembros.

Nuestro ministerio, como obreros del Señor, es una vida de servicio. En una de mis lecturas me encontré con la siguiente frase: “Lo que tiene valor a la vista de Dios es el servicio hecho por amor”. No seamos cristianos silenciosos; hablemos a otros de nuestro mejor Amigo y alabémosle por su bondad.

El que sirve a otro en el nombre de Cristo, camina con Dios. Tolstoy cuenta la historia de un viejo zapatero remendón, llamado Martín, que leía en los evangelios acerca de Cristo y deseaba que Jesús lo visitara. Al quedarse dormido mientras meditaba, de pronto escucha una voz que dice: “Martín, Martín, mañana mira hacia la calle que iré a visitarte”. El viejo zapatero no sabía si lo que oía era una voz real o un sueño. Al día siguiente, se sorprende a sí mismo yendo continuamente a la ventana y preguntándose: “¿Vendrá realmente Cristo a visitarme?”

Durante ese día de invierno, Martín trae a su casa al barrendero que limpiaba la calle de nieve, le ofrece una bebida caliente y lo invita a calentarse las manos frías junto a la estufa. Luego ve desde su ventana a la esposa de un soldado que trata de cubrir a su bebé en una vieja manta; la va a buscar, le da de comer y beber y la consuela. Más tarde, introduce en su cuartucho a una vendedora de frutas y al muchacho que le había robado una. A medida que habla con ella, el enojo de la mujer se desvanece, y cuando se van, el muchacho la ayuda a llevar la carga.

La última escena nos muestra a Martín sentado frente a una mesa sobre la que arde una vela, diciendo: “El día ha pasado y Cristo no vino. Después de todo, debe haber sido un sueño; y sin embargo ¡esa voz era tan real!” Mientras permanece así sentado, se le aparece la figura del barrendero, y una voz le dice: “¡Martín, Martín! ¿No me conoces? ¡SOY YO!”

Luego se suceden la figura de la esposa del soldado y su bebé y la vendedora de manzanas, mientras la voz dice: “¡SOY YO!” Entonces despierta a la realidad de que Cristo había venido a él en la persona de aquellos que él había socorrido, y que, al servir a esa gente, en realidad había servido a Cristo.

Adoptemos la siguiente resolución adecuada como regla para nuestra vida: “Debo crecer en la gracia en casa y doquiera esté, a fin de comunicar fuerza moral a todas mis acciones. En casa debo velar sobre mi espíritu, mis acciones y mis palabras. Debo dedicar tiempo a la cultura personal, a mi preparación y a mi educación en los principios rectos. Debo ser un ejemplo para los demás. Debo meditar en la Palabra de Dios noche y día e introducirla en mi vida práctica. La espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, es la única espada que puedo usar con seguridad” (El Hogar Adventista, pág. 159).

 Que Dios bendiga a todos ustedes mientras trabajan para apresurar la venida del Señor.

Sobre el autor: Esposa del secretario de la Asociación Ministerial de la Asociación General, N. R. Dower.