El congreso de la Asociación General realizado en Minneapolis, Minnesota, en 1888 resultó un punto crucial de la historia de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. El cambio de nuestro derrotero se realizó lentamente durante los tres años que siguieron al Congreso. Durante ese tiempo los esfuerzos persistentes de Elena de White, A. T. Jones y E. J. Waggoner ayudaron a apartar a la iglesia del espíritu legalista y propenso a los debates de los años anteriores y a guiarla hacia el énfasis sobre la justificación por la fe en la justicia de Jesucristo.

Pero este cambio de rumbo no fue el resultado natural del congreso de Minnesota. En muchos sentidos la reunión fue un desastre. En lo espiritual, la iglesia llegó a su punto más bajo durante ese congreso. Elena de White lo llamó “la experiencia más triste de mi vida”[1] y “la prueba más dolorosa de mi vida”[2] Es el único congreso de la Asociación General en la historia adventista caracterizado por una rebelión abierta contra Elena de White por parte de un gran número de nuestros pastores. Ella hasta llegó a pensar si acaso Dios no tendría que levantar un nuevo movimiento. Con respecto a muchos de los delegados, ella declaró: “Habían salido de las iglesias denominacionales como reformadores, pero ahora actuaban en forma similar a la de las iglesias. Esperábamos que no fuera necesario salir de ellas otra vez”.[3]*, Sin embargo, a pesar de su profunda angustia por causa del espíritu de incredulidad que tantos manifestaban, la Hna. White predijo confiadamente que el Señor de alguna manera resolverla el problema y que la reunión sería muy beneficiosa. El 4 de noviembre, último día del congreso, escribió a su nuera: “He hablado unas veinte veces con mucha libertad, y creemos que esta reunión resultará en una gran bendición. No conocemos el futuro, pero creemos que Jesús está en el timón y que no naufragaremos”.[4]

Hubo otros que percibieron un aspecto positivo y otro negativo en la sesión. Tres semanas después de su conclusión, W. C. White escribió al presidente electo, quien todavía se encontraba en Europa: “Al terminar la reunión, los delegados se llevaron impresiones muy diversas. Muchos sintieron que fue una de las reuniones más provechosas a las que asistieron; otros, que fue el congreso más desafortunado que alguna vez celebramos”.[5]

Evidentemente el congreso produjo reacciones muy variadas. Algunos sintieron que las sesiones fueron malas, muy malas. Otros, que fueron buenas, muy buenas. ¿Qué hizo que las reuniones fueran tan malas? ¿Qué las hizo tan buenas?

El lado negativo

Durante los años previos al congreso se habían desarrollado diferencias y animosidades personales entre dos grupos de dirigentes. Los hermanos de Battle Creek eran dirigidos por George I. Butler, presidente de la Asociación General, y Uriah Smith, director de la Review and Herald. Simpatizaban con estos hombres varios presidentes de asociaciones locales, específicamente los pastores R. M. Kilgore de Illinois, J. H. Morrison de Iowa, R. A. Underwood de Ohio e I. D. Van Horn de Michigan, como también una cantidad de luces menores.

El otro grupo era dirigido por E. J. Waggoner y A. T. Jones, quienes no sólo eran directores asociados de Signs of the Times, sino también profesores de Biblia del Colegio de Healdsburg [antecesor del Colegio Unión del Pacífico]. Entre sus amigos estaban W. C. White, S. N. Haskell y C. H. Jones.

Inicialmente, las diferencias entre estos dos grupos se centraron en la interpretación de dos pasajes de las Escrituras. Los hermanos del este creían que los hunos eran uno de los diez reinos de Daniel 7, y que la ley “añadida” de Gálatas 3:19-25 era el sistema ceremonial judío. Los hermanos del oeste, por su parte, favorecían a los alamanes en vez de los hunos, y sostenían que la ley añadida en Gálatas era la ley moral.

El hecho de que Waggoner y Jones eran comparativamente jóvenes (tenían poco más de treinta años) mientras Butler y Smith tenían más de cincuenta años de edad tendía a exacerbar la situación. Butler encontraba imposible creer que estos dos “pichones que apenas se han sentado en los sillones editoriales” pudieran entender mejor la Biblia que él mismo.[6]

El alejamiento entre los dos grupos comenzó cuando Waggoner publicó su punto de vista sobre Gálatas 3 en Signs of the Times del 11 de setiembre de 1884. Su explicación de que la ley añadida era el código moral, contradecía rotundamente la interpretación de Butler y de Smith y, probablemente, de la mayoría de los adventistas de ese tiempo. El padre de E. J. Waggoner, J. H. Waggoner, había adoptado una posición similar unos treinta años antes. J. H. Waggoner había sostenido en 1854 que en Gálatas “ni una sola declaración se refería a la ley ceremonial o levítica”. La epístola, decía, “trata exclusivamente acerca de la ley moral”.[7]

Elena de White aparentemente resolvió la controversia anterior declarando que la interpretación de Waggoner estaba equivocada.[8] Durante las tres décadas siguientes el tema de la ley en Gálatas no recibió mucha atención; por lo menos el problema no provocó mayor controversia. Smith, Butler y otros se sentían seguros de que Gálatas 3:19 se refería al sistema ceremonial. También creían que Elena de White apoyaba su punto de vista por cuanto había rechazado la posición de J. H. Waggoner.[9]

Ahora el hijo, en cierto sentido, había recogido el guante y reavivado deliberadamente la controversia. Bosquejó su posición en una serie de nueve artículos publicados en Signs desde el 8 de julio hasta el 2 de setiembre de 1886. Butler estaba exasperado. Consideró que los artículos eran una ofensa a su liderazgo. Decidió resolver el problema definitivamente en la sesión de la Asociación General de 1886. Apresuradamente, escribió un folleto de 85 páginas que distribuyó a los delegados cuando se reunieron en Battle Creek para el congreso en noviembre de ese año. En este folleto Butler declaraba:

“El autor se manifiesta considerablemente sorprendido de que durante el último año el tema [de la ley en Gálatas] ha recibido mucha atención en las enseñanzas dadas a los que se preparan en el Colegio Healdsburg para trabajar en la causa; también en las lecciones que se ofrecen en el Instructor para las Escuelas Sabáticas en todo el país, y en numerosos artículos de Signs of the Times, nuestra revista misionera pionera, en los que aparecen estos puntos de vista ante el público que no conoce nuestra fe. De este modo se han hecho grandes y reiterados esfuerzos para sostener que la ley moral es el tema del discurso del apóstol en los textos más notables de Gálatas que se están discutiendo…

“Decididamente protestamos contra la presentación de estos puntos de vista controvertidos de la manera indicada, con respecto a los cuales nuestro pueblo no está en armonía”.[10]

Durante el Congreso de la Asociación General de 1886 se nombró una comisión teológica de nueve miembros para estudiar el tema en discusión, y lo hicieron de inmediato. En la carta de Butler a Elena de White, escrita poco después de finalizar la reunión, se puede percibir algo de la tensión que se estaba desarrollando entre los dos grupos de dirigentes de la iglesia. “El Hno. E. J. Waggoner vino… preparado para el conflicto”, escribió. “La comisión teológica fue designada… Había cuatro hermanos (Haskell, Whitney, WiI- cox y Waggoner) en favor de la posición de Signs, y cinco (Smith, Canright, Covert, J. H. Morrison y yo), en contra de ella. Tuvimos una discusión que duró varias horas, pero ninguna de las dos partes consiguió convencer a la otra. El problema era si debíamos llevar el tema al Congreso y tener allí una gran batalla pública o no. No podía aconsejar esto, pues pensé que sería muy desafortunado y resultaría sólo en fricción y debate”.[11]

La confrontación pública, sin embargo, no pudo evitarse del todo; se aprobó una resolución contra Waggoner, y otra fue rechazada. El congreso votó pedir a los redactores adventistas “que no permitan la publicación en nuestra revistas denominacionales de puntos de vista doctrinales que no sean sostenidos por una mayoría apreciable de nuestros miembros como si fueran doctrinas establecidas de nuestra fe, antes de que sean examinadas y aprobadas por los hermanos dirigentes de experiencia”.[12]

Sin embargo, la resolución de Butler que pedía una censura por publicar los nueve artículos sobre Gálatas en ese año no fue aprobada. Butler se lamentaba: “Creo que, con toda justicia, debería haber sido aprobada. Pero resultaba muy desagradable para el Hno. Haskell y algunos otros que se dijera que Signs había cometido un error”.[13]

En un esfuerzo por producir la unidad y cierta paz, Elena de White, a la sazón en Europa, escribió a las partes en disputa y les señaló sus faltas. Reprendió a Waggoner y a Jones por presentar sus ideas ante los alumnos del Colegio de Healdsburg y por publicarlas ante el mundo.[14] Luego, seis semanas más tarde, después de leer las primeras páginas del folleto de Butler sobre Gálatas, Elena de White lo amonestó: “Creo que Ud. es demasiado agudo”.[15]

Como una atención a Elena de White, el Congreso de la Asociación General de 1887 se celebró en Oakland, California, a sólo 90 km de su casa en Healdsburg. Se evitó presentar en público el tema de Gálatas, pero de acuerdo con el pastor Butler, hubo varias discusiones privadas del asunto. Más tarde informó a la Hna. White: “En el Congreso de la Asociación General del año pasado él [Waggoner] tomó a algunos de nuestros ministros y les ofreció conferencias privadas sobre este tema; les leyó un largo análisis que él había hecho acerca de mi folleto, y procuró de toda manera imaginable, que primara su enfoque del tema… No tengo evidencias de que el pastor E. J. Waggoner o los que lo apoyan tengan el menor deseo de abandonar el tema, pero creo que lucharán por él hasta el final”.[16]

La discusión pública del problema de Gálatas y otros puntos en controversia llegó a ser ahora imposible de evitar. De hecho, temprano en 1887 Elena de White lo había reconocido como inevitable. Le había dicho a Butler en esa ocasión: “El tema ha llegado a ser tan público que debemos atenderlo abierta y frontalmente… Ud. hizo circular su folleto; sólo sería justo que el Dr. Waggoner tuviera la misma oportunidad que tuvo Ud. Creo que todo esto no está en armonía con la orden de Dios. Pero, hermanos, no debemos ser injustos”.[17]

En julio de 1888, como preparación para el congreso de Minneapolis, Waggoner, Jones, W. C. White y unos pocos ministros de California se reunieron durante varios días en un retiro en las montañas. Cuenta W. C. White: “Pasamos dos días repasando la historia de los diferentes reinos que tuvieron una parte en la destrucción de Roma, y un día, al examinar La ley en Gálatas, del pastor Butler, y otros tópicos relacionados con el tema, el pastor Waggoner leyó algunos manuscritos que había preparado como respuesta al folleto del pastor Butler… Al final de nuestro estudio, el pastor Waggoner nos preguntó si sería correcto que él publicara estos manuscritos y los pusiera en manos de los delegados al próximo congreso de la Asociación General, como el pastor Butler había hecho con el suyo. Pensamos que sería correcto, y lo animamos a imprimir quinientos ejemplares”.[18]

Con la bendición de sus amigos, Waggoner publicó su libro El Evangelio en el libro de Gálatas, y llevó consigo una buena cantidad cuando fue a Minneapolis.

Ocho semanas antes de comenzar el congreso, Elena White rogó a sus hermanos que recordaran su cristianismo en la reunión futura. A los “hermanos que se reunirán en Asociación General”, escribió: “Que cada alma se separe ahora de la envidia, los celos, las sospechas, y pongan su corazón en íntima conexión con Dios. Si todos hacen esto, tendrán ese amor que arde sobre el altar de sus corazones que Cristo quiso que tuvieran. Todos tendrían bondad y ternura cristiana. No habría luchas, pues los siervos de Dios no deben luchar…

“La correcta interpretación de las Escrituras no es todo lo que Dios requiere. Él nos amonesta no sólo a conocer la verdad, sino… a llevar a la práctica, a nuestra asociación con nuestros prójimos, el Espíritu de Aquel que nos dio la verdad”.[19]

De alguna manera hubo una incomprensión acerca de los temas que habían de ser presentados en la asamblea que precedería al Congreso. De acuerdo con W. C. White, Butler le había escrito una carta en la cual “le dio una lista de los temas que él dijo que suponía que se presentarían para su consideración. Entre ellos destacó en forma notable los diez reinos y la ley en Gálatas… El pastor Butler se ha olvidado de esto, y no admite haber escrito esa carta”.[20]

Waggoner y Jones fueron preparados con sus municiones teológicas e históricas, pero, por alguna razón, Uriah Smith y sus amigos no habían hecho ningún preparativo especial. Sin embargo, trajeron varios centenares de ejemplares del folleto de Butler sobre Gálatas que distribuyeron a los delegados.[21]

Desafortunadamente, el ruego de Elena de White con respecto a la bondad y la ternura fue mayormente ignorado cuando se reunió la asamblea ministerial el miércoles 10 de octubre, una semana antes de la apertura de la sesión del Congreso. Las disertaciones de A. T. Jones acerca de los diez reinos, presentadas el segundo día de la asamblea, produjeron una discusión que por momentos llegó a ser áspera. Sin embargo, la Sra. White todavía esperaba que de algún modo prevaleciera un buen espíritu. El sábado de tarde, el 13 de octubre, ella predicó sobre el amor de Dios y luego invitó a la audiencia a dar testimonios. “Muchos han dado testimonio”, escribió, “de que hoy ha sido el mejor día de su vida… Esta fue una ocasión de refrigerio para muchas almas, pero no tuvo efectos permanentes sobre algunos.”[22]

Elena de White culpó al pastor Butler y al pastor Smith por obstaculizar el camino a la verdad y la luz y tratarlas como huéspedes indeseables. A las 2 y 30 de la madrugada del 15 de octubre, le escribió a Butler: “No tengo la menor vacilación en decir que se ha traído un espíritu a esta reunión que no procura obtener la luz sino obstaculizar el camino a fin de que ningún rayo llegue a las mentes y a los corazones de la gente, por ningún otro canal que los que ustedes decidieron que eran los correctos”.[23]

Al pasar de la asamblea al Congreso, las presentaciones incluyeron fervientes mensajes de Waggoner sobre la justificación por la fe en Cristo, pero fueron considerados sospechosos por el grupo de Butler y Smith. Smith expresó sin duda los sentimientos de muchos cuando declaró: “Todos podríamos estar de acuerdo con los seis discursos preliminares del Hno. Waggoner; y yo hubiera sido el primero en gozar de ellos, si no hubiera sabido todo el tiempo que él estaba preparando el camino para su posición acerca de Gálatas”.[24]

El estudio de la ley en Gálatas separó aún más a los hermanos del este de los del oeste. Las divergencias existentes sólo fueron agravadas cuando los dos bandos se enfrentaron con sus puntos de vista opuestos. Una de las consecuencias más desafortunadas del amargo espíritu manifestado por Butler, Smith y su grupo hacia Waggoner y Jones fue que la oposición se dirigió también contra Elena de White. Con este planteo, estaba en juego un tema mucho más importante que los diez reinos o la ley en Gálatas: la aceptación o el rechazo de Elena de White como portavoz del Señor.

En realidad, la gente de Butler y Smith tenía sospechas acerca de Elena de White aun antes de que comenzara el Congreso por causa de la amistad conocida entre W. C. White y Waggoner y Jones. Estaban convencidos de que ella era parte de la “conspiración” de California. Estas sospechas se confirmaron en sus mentes cuando apoyó decididamente a Waggoner en sus mensajes acerca de la justificación por la fe. Era una culpabilidad por asociación. Con respecto a este cambio en su actitud hacia ella, Elena de White escribió: “Era evidente que un engaño envolvía a nuestros hermanos. Habían perdido confianza en la Hna. White no porque la Hna. White hubiera cambiado sino porque otro espíritu se había posesionado de ellos y los controlaba”.[25]

La hermana White caracterizó esta actitud del grupo de Butler y Smith como rebelión. Declaró: “La posición y trabajo que me asignó Dios en ese congreso fue desconocido por casi todos. La rebelión era popular. El camino de ellos era un insulto al Espíritu de Dios” [26]

Los hermanos han juzgado, criticado, comentado, disminuido, escogido, seleccionado un poco y rechazado tanto que los testimonios ya no significan nada para ellos”.[27]

El rechazo de Elena de White estaba acompañado por un rechazo de todo lo que ella representaba, incluyendo los sermones de Waggoner sobre la justificación por la fe. Ella escribió a Butler: “El espíritu y la influencia de los ministros en general que han venido a esta reunión los conduce a descartar la luz”.[28] Parece que la mayoría de los 96 delegados fueron arrastrados por este espíritu cínico y de incredulidad. Notemos los términos que usa: “Casi todos” habían rechazado la autoridad profética; “los ministros en general” estaban opuestos a la nueva luz. Trágicamente, el portavoz de Dios fue llevado a escribir las casi increíbles siguientes líneas: “En Minneapolis Dios dio preciosas gemas de la verdad a su pueblo en un nuevo engarce. Esta luz del cielo fue rechazada por algunos con la misma obstinación que los judíos manifestaron al rechazar a Cristo”.[29]

“Si Cristo hubiera estado ante ellos, lo hubieran tratado de manera similar a la que usaron los judíos contra El”.[30]

Las implicaciones de esta actitud son aterradoras. Elena de White tuvo por responsables a nuestros antepasados espirituales, por lo menos hasta cierto punto, por prolongar la larga noche de la miseria de este mundo. Declaró: “Satanás: les impidió que obtuvieran esa eficiencia que pudiera haber sido suya para llevar la verdad al mundo, tal como los apóstoles la proclamaron después del día de Pentecostés. Fue resistida la luz que ha de alumbrar a toda la tierra con su gloria, y en gran medida ha sido mantenida lejos del mundo por el proceder de nuestros propios hermanos”.[31]

El lado positivo

Los sermones acerca de la salvación por medio de la fe en la justicia de Cristo, que predicó E. J. Waggoner, hicieron sonar una nota que había faltado en los sermones de los ministros adventistas. La mayoría de los conversos habían venido de otras iglesias cristianas y su aceptación de Cristo fue considerada obvia. Los ministros adventistas predicaban mucho más acerca de la ley y del sábado que de Cristo. Llegaron a ser polemistas, y tan hábiles que se enorgullecían de su capacidad de silenciar a sus oponentes que guardaban el domingo. Los sermones de Waggoner eran diferentes. Se concentraban en Cristo: su divinidad, su humanidad, y su justicia, que nos ofrece como un regalo. En este nuevo énfasis, Waggoner tenía el apoyo total de Elena de White. Ella les dijo a los delegados “Veo la belleza de la verdad en la presentación la justicia de Cristo en relación con ley como el doctor la ha presentado delante de nosotros… Lo que ha sido presentado armoniza perfectamente con la luz que Dios ha tenido a bien darme durante los años de mi experiencia”.[32]

“En Minneapolis”, dijo más tarde, “Dios entregó a su pueblo preciosas gemas en un nuevo engarce”.[33] “El Señor en su gran misericordia envió un muy precioso mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones”.[34]

Estos mensajes fueron como aguas vivas para muchas almas sedientas presentes. W. C. White señaló que los sermones de Waggoner fueron un punto crucial en su vida.[35] Siete años después del congreso A. O. Tait todavía sentía el impacto al recordar: “Hay todavía cierta cantidad de hombres en Battle Creek que no ven la luz en esta bendita verdad de la justicia de Cristo que nos ha llegado como un torrente de bendiciones desde el Congreso de la Asociación General de Minneapolis. He encontrado que esa doctrina es precisamente el alimento que mi pobre alma necesitaba allí en Minneapolis, y en esa reunión me convertí, y desde entonces me he gozado en la luz de este mensaje”.[36]

Casi medio siglo más tarde el pastor C. C. McReynolds todavía recordaba el congreso de Minneapolis como una experiencia realmente memorable y bendita. Recuerda: “Al final de la cuarta o la quinta lección del pastor Waggoner yo era un pecador sumiso y arrepentido. Sentía que debía encontrarme a solas con el Señor. Salí de la ciudad y me fui a los bosques; no deseaba comer; pasé toda la tarde allí sobre mis rodillas ante el Señor con mi Biblia. Había llegado al punto de creer en las promesas de la Palabra de Dios de que perdonaba mis pecados, y que me hablaba a así como a todo otro pecador. Repasé sus promesas de 1 Juan 1: 9; Isaías 1:18; Gálatas 1: 4 y Tito 2:14 y muchas otras. Allí lo vi como mi propio Salvador personal y allí me convertí de nuevo. Se disiparon todas las dudas acerca de si mis pecados fueron perdonados y desde entonces hasta ahora, nunca tuve dudas acerca de mi aceptación como un hijo que recibió el perdón de Dios”.[37]

Esta clase de encuentro divino debe haber sido la experiencia de más de uno porque Elena de White declaró: “Una y otra vez el Espíritu del Señor cayó sobre la reunión con poder convincente, a pesar de la incredulidad manifestada por algunos de los presentes”[38]

A fin de no perder los beneficios de este nuevo énfasis sobre Cristo y su justicia, Elena de White, Jones y Waggoner pasaron los siguientes tres años dirigiendo reuniones de reavivamiento en los concilios anuales y en las iglesias mayores de todo el país. Había aún mucha oposición, especialmente en Battle Creek, pero también hubo muchas victorias. Con respecto a dos de estos reavivamientos, Elena de White recordó: “Trabajamos, y algunos saben cuán arduamente trabajamos, yo creo que fue toda una semana de transmitir estas ideas a la mente de los hermanos…

“Ellos pensaban que tenían que confiar en su propia justicia y en sus propias obras, y mirarse a sí mismos, y no apropiarse de la justicia de Cristo en su vida y en su carácter… Después que pasó esa semana recién se produjo el quebranto, y el poder de Dios, como una marea, invadió la congregación. Les digo, fue para liberar a los hombres; fue para señalarles el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

“Y allí en South Lancaster, la poderosa obra del Espíritu de Dios estuvo presente. Aquí están algunos que estuvieron en aquella reunión. Dios reveló su gloria; y cada alumno de ese colegio salió de allí con confesión, y la obra del Espíritu de Dios estuvo presente. Y así ocurre de lugar en lugar; por todas partes donde fuimos vimos la operación del Espíritu de Dios”.[39]

A medida que pasaba el tiempo, muchos —tal vez la mayoría— de los que habían pecado tan descaradamente en Minneapolis confesaron su culpabilidad y pidieron perdón al Señor. Entre ellos se encontraron no sólo los pastores Butler y Smith, sino también sus principales colaboradores. Típica fue la actitud expresada por el pastor I. D. Van Horn cuando escribió a la Hna. White en 1893: “Estoy profundamente avergonzado de la parte que me tocó en la ‘diversión’, la ‘sátira’, el ‘sarcasmo’ y la ‘agudeza’ en la que nos comprometimos tanto yo como otros en la misma sala de la reunión de Minneapolis. Fue equivocado —totalmente equivocado— y debe haber sido muy desagradable para el Señor que presenció todo. Me gustaría poder borrarlo de mi memoria”.[40] Además de estos reavivamientos, entre 1889 y 1891 se realizaron tres asambleas o escuelas bíblicas para nuestros ministros, de 46 semanas de duración. Estas asambleas enfatizaron también en el tema de la justificación por la fe. A. T. Jones y E. J. Waggoner estuvieron entre los instructores en estas asambleas o escuelas, y también fueron los oradores principales en la mayoría de las sesiones de los congresos de la Asociación General de la década de 1890. Los libros de Elena de White: El camino a Cristo, El discurso maestro de Jesucristo, El Deseado de todas las gentes, y Palabras de vida del gran Maestro, con su concentración en el ministerio, el carácter y las enseñanzas de Cristo fueron todos publicados entre 1892 y 1900. Podemos agradecer a Dios de que comenzando con el congreso de Minneapolis el tema de la justificación por la fe en la justicia de Cristo ha llegado a tener un lugar más prominente en el pensamiento y en la experiencia de los adventistas del séptimo día.

Siete lecciones para nuestros días

No debemos concluir con sólo el relato de los males y las virtudes de la reunión de Minneapolis. Necesitamos aprender importantes lecciones de la experiencia de nuestros antepasados. Estas lecciones deben señalarse, debemos meditar en ellas, y actuar en armonía con ellas, o corremos el peligro de repetir los errores que ellos hicieron hace un siglo.

Primera, “individualmente debemos humillar nuestras almas ante Dios, y apartar nuestros ídolos”.[41] Algunos se han preguntado si la Iglesia Adventista del Séptimo Día de hoy debiera, por un voto de la Asociación General, pedir disculpas al Señor por los pecados de nuestros hermanos en Minneapolis. Elena de White nunca pidió que se hiciera esto. Ella reconoció la responsabilidad de los líderes en corregir los males y establecer el tono espiritual apropiado para la iglesia. Pero en los 27 años que vivió después de la reunión de Minneapolis, ni una sola vez sugirió que se tomara un acuerdo en el que formalmente nos disociáramos de esa actitud poco cristiana manifestada por tantos hermanos en Minneapolis. Sin embargo, la sierva del Señor animó a que las personas involucradas confesaran sus pecados. Les advirtió: “Las palabras y las acciones de todos los que tomaron parte en esta obra están registradas contra ellos hasta que confiesen su error”.[42] “El arrepentimiento”, dijo, “es el primer paso que deben dar todos los que desean regresar a Dios”. E insistió en que “nadie puede hacer esta obra por otro. Individualmente debemos humillar nuestras almas ante Dios y apartar nuestros ídolos”.[43]

Segunda, debiéramos “orar sin cesar” (1Tes. 5:17). No podemos descuidar nuestra vida de oración, ni por un solo día. El pastor C. C. McReynolds describe el espíritu falto de oración de Minneapolis: “En la casa donde estábamos alojados escuchamos muchas declaraciones acerca de que al apoyar al pastor Waggoner él era uno de los favoritos de la Sra. White. El espíritu de controversia prevalecía, y cuando los delegados salían de la última reunión del día había mucho parloteo con abundantes risas y bromas y algunos comentarios muy odiosos, no había un espíritu de solemnidad. Sólo unos pocos no participaban de la hilaridad general. No se celebraba el culto de familia, y no había ninguna manifestación de la solemnidad de una ocasión como aquélla”.[44]

Por cuanto muchos de los delegados no mantenían una relación continua con Dios se abrió la puerta para que Satanás controlara por un tiempo sus pensamientos. No tenía ninguna defensa contra sus tentaciones. No debemos permitir que un capítulo tan triste se repita.

Tercera, debiéramos aprender a amar a todos nuestros hermanos, incluyendo a los que no comparten nuestra interpretación personal de las Escrituras. Refiriéndose a Minneapolis, Elena de White se lamentó: “Una diferencia en la aplicación de unos pocos pasajes de las Escritura hace que los hombres se olviden de sus principios religiosos. Se forman grupos, se excitan mutuamente por medio de las pasiones humanas para resistir de una manera dura y acusadora todo lo que no esté en armonía con sus ideas. Esto no es cristiano, sino de otro espíritu”.[45]

Ella amonestó a los hermanos: “A. T. Jones y el Dr. Waggoner sostienen puntos de vista sobre algunos detalles doctrinales en los que todos están de acuerdo que no son vitales. … Pero es un asunto vital si somos cristianos, y si tenemos un espíritu cristiano, y somos fieles, abiertos y francos unos con otros”.[46]

La ley en Gálatas y los diez reinos de Daniel 7 no eran “asuntos vitales”, no negociables, tales como el sábado y la doctrina del juicio investigador. Se encontraban en esa clase de interpretaciones bíblicas donde debe tolerarse un margen de variación en las creencias. Sobre temas que todos están de acuerdo que no son vitales, ¿es correcto mantenerse frío para con los hermanos y hermanas cuyos puntos de vista no son idénticos a los nuestros? Manifestar un espíritu diferente del de Cristo hacia aquellos que en la iglesia difieren de nosotros sobre este y otros temas similares es repetir el espíritu de Minneapolis. Precisamente antes de la reunión de Minneapolis, Elena de White exhortó a los hermanos: “La iluminación del cielo es lo que necesitamos, para que cuando miremos el rostro de nuestros hermanos podamos reflexionar: Estos han sido comprados con el precio de la sangre de Cristo. Son preciosos a su vista. Debo amarlos como Cristo me amó a mí”.[47]

Ciertamente es un buen consejo para nuestros días.

Cuarta, debiéramos investigar las Escrituras por nosotros mismos y no permitir que otros piensen por nosotros. En Minneapolis Elena de White pudo ver que muchos de nuestros ministros simplemente seguían la conducción de los pastores Butler y Smith en su comprensión de las Escrituras. No pensaban por sí mismos. La lealtad a los líderes —una virtud loable— llegó a ser una debilidad seria cuando los llevó a seguir ciegamente a los dirigentes en todas las circunstancias.

El 19 de octubre Elena de White previno a los delegados: “No crean alguna cosa simplemente porque otros dicen que es la verdad. Tomen sus Biblias y escudríñenlas por ustedes mismos”.[48]

Otra vez, el 24 de octubre, suplicó: “Quiero que nuestros jóvenes tomen una posición, no porque alguna otra persona lo hace, sino porque comprenden la verdad por sí mismos”.[49]

Y el 3 de noviembre, el último sábado del congreso, una vez más apeló a los hermanos: “Debiéramos estar preparados para investigar las Escrituras con mentes sin prejuicios, con reverencia y sinceridad. Es apropiado que oremos sobre los temas de las Escrituras en los cuales tenemos diferencias”.[50]

Al día siguiente, el 4 de noviembre, Elena de White escribió a su nuera: “Los pastores han sido la sombra y el eco del pastor Butler por tanto tiempo como era saludable para el bien de la obra… El pastor Butler… piensa que su posición le da tal poder que su palabra es infalible. Ha resultado difícil conseguir que los hermanos se saquen esto de la cabeza”.[51] No caigamos en la trampa de poner a un hombre donde sólo Dios debería estar.

Quinta, deberíamos enfatizar el tema de la justificación por la fe en nuestra predicación, debiéramos presentarlo con claridad cristalina a nuestro pueblo, y debiéramos estar seguros de que nosotros mismos gozamos de una relación salvadora con Jesucristo. Elena de White insistió: “La fe en la justicia de Jesucristo en favor de cada alma individual debiera presentarse ante la gente para que la estudien y la consideren cuidadosamente. Siempre será insuficiente el tiempo y la frecuencia con que se aborde este tema’’.[52]

Probablemente todos los delegados en Minneapolis hubieran insistido que creían en la doctrina de la justificación por la fe en Cristo. Sin embargo, muchos no actuaban de esa manera ni lo afirmaban, ya sea en el congreso de 1888 o en los meses posteriores. Al dirigirse al congreso de 1889 Elena de White declaró: “La verdadera religión, la única religión de la Biblia, que enseña el perdón por medio de los méritos de un Salvador crucificado y resucitado, que presenta la justificación por la fe en el Hijo de Dios, ha sido menospreciada, ridiculizada y se habló contra ella. Ha sido denunciada como que conduce al entusiasmo y al fanatismo”.[53]

Aun el pensamiento de Uriah Smith sobre el tema a veces apareció difuso. Por ejemplo, en su editorial en la Review del 11 de junio de 1889: “La ley es espiritual, santa, justa y buena, la norma divina de la justicia. La perfecta obediencia a ella producirá perfecta justicia, y es la única manera en que alguien puede alcanzar la justificación…

“Hay una justicia que necesitamos tener, para ver el reino de los cielos, que se llama ‘nuestra justicia’, y esta justicia proviene de estar en armonía con la ley de Dios. En Deuteronomio 6: 24,25 leemos: ‘Y nos mandó Jehová que cumplamos todos estos estatutos, y que temamos a Jehová nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días, y para que nos conserve la vida, como hasta hoy. Y tendremos justicia cuando cuidemos de poner por obra todos estos mandamientos delante de Jehová nuestro Dios, como él nos ha mandado’. El Señor no ordenaría que hicieran algo para lo cual no hubiera hecho provisión previa; y si lo hacían, sería su justicia’’.[54]

Una semana después de publicarse este editorial alguien le preguntó a la Sra. White: “¿Qué significa este artículo del Hno. Smith en la Review?” Ella respondió en público: “No sabe de qué está hablando; ve árboles como si fueran hombres que caminan… Es imposible que exaltemos la ley de Jehová a menos que nos aferremos a la justicia de Cristo’’.[55]

En su largo manuscrito titulado: “Recordando Minneapolis”, escrito pocas semanas después del fin del congreso, Elena White declaró: “Doy testimonio de que la más preciosa luz de las Escrituras ha estado brillando en la presentación del gran tema de la justicia de Cristo conectada con la ley, que debería estar constantemente ante el pecador como su única esperanza de salvación…

“Es un estudio que puede abrumar la inteligencia humana más elevada, que el hombre, caído, engañado por Satanás, tomando el partido de Satanás en este asunto, puede conformarse a la imagen del Hijo del Dios infinito —que el hombre sea como El, que por causa de la justicia de Cristo dada al hombre, Dios lo ame, caído pero redimido, así como Él amó a su Hijo…

“Este es el misterio de la piedad. Este cuadro es del más alto valor. Debemos meditar en ello, ponerlo en cada discurso, colgarlo en la sala de la memoria, expresarlo con labios humanos, y representarlo con seres humanos que han gustado y conocido cuán bueno es Dios. Debe ser el fundamento de cada discurso”.[56]

La Hna. White difícilmente podría haberse expresado en forma más clara y más decidida que cuando dijo: “El punto que se ha presentado a mi mente con más persistencia a través de los años es la justicia imputada de Cristo…

“No hay ningún punto en el que debiéramos detenernos con más fervor, más frecuentemente, o establecer más firmemente en nuestras mentes que la imposibilidad de que el hombre caído pueda adquirir mérito alguno por medio de sus mejores obras. La salvación es sólo por la fe en Jesucristo”.[57]

Sexta, no debiéramos menospreciar “las profecías” (1 Tes. 5: 20). Si Uriah Smith sólo hubiera aceptado esta advertencia en Minneapolis se hubiera ahorrado a sí mismo y a muchos otros, innumerables dolores. Pero el diablo convenció a Smith de que Elena de White se había contradicho a sí misma. Le había dicho a J. H. Waggoneren 1856 que su visión de Gálatas 3 estaba equivocada. Ahora, en 1888, parecía apoyar al hijo de Waggoner cuya visión era esencialmente igual a la de su padre.

En realidad, Elena de White no tomó una posición acerca de Gálatas 3 en el Congreso de Minneapolis. Cuidadosamente evitó tomar partido en este tema. Señaló, de hecho, que su comprensión del pasaje era diferente en ciertos aspectos de la del Dr. Waggoner.[58]

Pero Smith no estaba escuchando. Se permitió cavilar sobre lo que le parecieron los errores de la Sra. White. Su frialdad hacia la enviada de Dios continuó por más de dos años. Finalmente, el 7 de enero de 1891 hizo una confesión plena. De ella, Elena de White escribió: “El Hno. Smith… me tomó la mano al salir de la habitación, y dijo: ‘Si el Señor me perdona por la tristeza y las cargas que puse sobre usted, le diré que ésta fue la última. Sostendré sus manos’… Es poco frecuente que el Pastor Smith derrame una lágrima, pero él lloró, y su voz estaba ahogada por las lágrimas que había en ella”.[59]

Este rechazo temporario de la voz profética fue perjudicial no sólo para la experiencia cristiana de uriah Smith, sino tuvo un efecto de expansión, pues afectó la confianza de otros en ella. Elena de White le recordó que no podía deshacer las consecuencias de su influencia. Le dijo: “Después que sus actos perturbaron la mente y la fe en los testimonios, ¿qué ha ganado? Si recuperara su fe, ¿cómo podría eliminar las impresiones de incredulidad que ha sembrado en la mente de otros?”[60] Cuánto mejor sería que no nos moviéramos en nuestra aceptación de la evidencia que Dios ha dado de que usó a Elena de White como su portavoz.

Séptima, mantengamos nuestra confianza en la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Esta es la organización eclesiástica mencionada en Apocalipsis 12: 17. No hay otra. Aun cuando Elena de White tuvo dudas acerca de este hecho en Minneapolis, no las conservó por mucho tiempo. Antes de salir de esa ciudad le escribió a su nuera: “Tiemblo al pensar en lo que hubiera resultado de esta reunión si no hubiera estado presente… Dios habría obrado de alguna otra manera para impedir que este espíritu se trajera a la reunión pues puede controlar todas las cosas… Pero no estamos desanimados en lo más mínimo. Confiamos en el Señor Dios de Israel. La verdad triunfará y esperamos triunfar con ella”[61]

Durante el resto de su vida, Elena de White continuó haciendo sonar la misma nota de confianza en el movimiento adventista. Durante la década de 1890 el “poder principesco” de los administradores de la Asociación General provocaron las tremendas palabras: “La voz de Battle Creek… ya no es la voz de Dios”;[62] “La iglesia está en un estado laodiceano. La presencia de Dios no está en su medio”.[63] Sin embargo, al mismo tiempo pudo decir: “Dios está a la cabeza de esta obra, y El pondrá todo en orden. Si es necesario ajustar las cosas en la cabeza de la obra, Dios se ocupará de ello, y de separar el bien del mal. Tengamos fe en que Dios se ocupará de ello, y enderezará todo lo torcido. Tengamos fe de que Dios llevará el noble barco que conduce al pueblo de Dios con toda segundad hasta el puerto”.[64]

“Los baluartes de Satanás nunca triunfarán. La victoria acompañará al mensaje del tercer ángel. Así como el capitán de la hueste del Señor derribó los muros de Jericó, el pueblo del Señor triunfará y todos los elementos opositores serán derrotados” [65]

“Me siento animada y bendecida cuando me doy cuenta de que el Dios de Israel todavía está guiando a su pueblo y continuará con él hasta el fin”.

Sobre el autor: Robert W. Olson es secretario del Patrimonio White en Washington, D.C., Estados Unidos.


Referencias

[1] Manuscrito 21, 1888. 3.

[2] Manuscrito 30, 1888

[3]  Ibíd

[4] Carta 82, 1888 (Mensajes selectos, t. 3, pág. 201).

[5] Carta de W. C. White a O. A. Olsen, 27 de noviembre de 1888.

* Todas las citas de los manuscritos y cartas mencionados en este artículo fueron extraídas de la obra en cuatro tomos, Ellen G. White 1888 Materials, publicada en 1987 por el Patrimonio White, Washington, D.C.

** Todas las citas de cartas que no fueron escritas por Elena de White en este artículo fueron tomados de la obra en dos tomos, 1888 Supplementary Materials [Materiales suplementarios de 1888], publicada en 1988 por el Patrimonio White, Washington, D.C.

[6] Carta de G. I. Butler a E. G. de White, 1ro. de octubre de 1888, pág. 23.

[7] J. H. Waggoner, The Law of God [La leyde Dios], págs. 80, 81, 74

[8] Carta de Uriah Smith a Elena G. de White, 17 de febrero de 1890.

[9] Elena de White no aclaró su posición acerca de la ley en Gálatas hasta varios años más tarde. No lo veía como una dificultad o como una opción entre dos posibilidades, pero creía que la ley que fue añadida incluía tanto la ley ceremonial como la moral. Véase Comentarios de Elena G. de White, SDA Bible Commentary, t. 6, págs. 1109,111

[10] George I. Butler, The Law in the Book of Galatians, pág. 4

[11] Carta de G. I. Butler a Elena G. de White, 16 de diciembre de 1886

[12] Advent Review and Sabbath Herald, 14 de diciembre de1886, pág. 779.

[13] Carta de G. I. Butler a Elena G. de White, 16 de diciembre de 1886, pág. 6.

[14] Carta 37, 1887.

[15] Carta 13,188

[16] Carta de G. I. Butler a Elena G. de White, 1ro. de octubre de 1888.

[17] Carta 13, 5 de abril de 1887

[18] Carta de W. C. White a Dan T. Jones, 8 de abril de 1890

[19] Carta 20, 5 de agosto de 1888

[20] Carta de W. C. White a Dan T, Jones, 8 de abril de 1890.

[21] Ibíd

[22] Manuscrito 24, 1888 (Mensajes selectos, t. 3, págs. 185, 186).

[23] Carta 21 a, 1888.

[24] Carta de Uriah Smith a Elena G. de White, 17 de febrero de 1890.

[25] Manuscrito 24, 1888.

[26] Carta 14, 1889.

[27] Carta 40, 1890

[28] Carta 21, 1888…

[29]  Manuscrito 13, 1889

[30] Carta 6, 1896.

[31] Mensajes selectos, t. 1, págs. 275, 276. 32 Manuscrito 15, 1888.

[32] Manuscrito 15, 1888.

[33]  Manuscrito 13, 1888.

[34]  Carta 57,1895.

[35]  Carta de W. C. White a G. C. Tenney, 5 de mayo de 1893.

[36]  Carta de O. A. Tait a W. C. White, 7 de octubre de 1895.

[37]  C. C. Reynolds, “Experiencias mientras estuve en el Congreso de la Asociación General en Minneapolis, Minn. en 1888″, escritas en 1931

[38]Carta 51a, 1895

[39]  Manuscrito 9,1890.

[40]  Carta de I. D. Van Horn a Elena G. de White, 9 de marzo de 1893 escrita desde Battle Creek.

[41] Patriarcas y profetas, pág. 640.

[42] Carta 24, 1892

[43] Patriarcas y profetas, pág. 640 (publicado en inglés en 1890, pág. 590).

[44]  McReynoIds

[45] Manuscrito 30. 1889.

[46] Carta 83, 1890

[47] Carta 20, 1888

[48] Signs of the Times, 11 de noviembre de 1889.

[49] Manuscrito 9, 1888.

[50] Manuscrito 15, 1888 (escrito el 1ro. de noviembre)

[51] Carta 70a, 1888. 55 Manuscrito 5, 1889.

[52]  Carta 85. 1889 (Abril).

[53]  Carta 24, 1889.

[54] Review and Herald, 11 de junio de 1889, pág. 376.

[55]  Manuscrito 5, 1889.

[56] Manuscrito 24, 1888

[57] Manuscrito 36, 1890.

[58] Manuscrito 15, 1888.

[59] Carta 32, 1891.

[60] Carta 59, 189066 Notas biográficas, pág. 479.

[61] Carta 70 a, 1888.

[62] Carta 4, 1896.

[63] Manuscrito 156, 1898.

[64]  Review and Herald. 20 de setiembre de 1892, pág. 594.

[65]  Testimonios para los ministros, pág. 410 (declaración publicada en 1898).