E l apóstol Pablo, al escribir su última carta a Timoteo, expresó su preocupación acerca de la relación entre el líder y el estudio de la Palabra de Dios. Afirmó: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15).
El verbo usar, manejar (del griego: orthotomeō), también puede ser traducido como “cortar rectamente”. Los comentaristas discuten las posibilidades de lo que podría significar la expresión, cuando es aplicada al trato con la Biblia. F. F. Bruce, un especialista en literatura paulina, afirmó: “El retrato en la mente de Pablo pudo haber sido el del surco o el de una carretera recta, o posiblemente, el de un albañil buscando la simetría perfecta en su trabajo. Ambos pueden estar detrás de esa exhortación a la exégesis correcta y equilibrada de las Sagradas Escrituras”.
Este es un desafío continuo para los dirigentes cristianos. ¿Cómo realizar una exégesis “correcta y equilibrada” de la Biblia, de modo que cada uno sea perfeccionado por ella y que se transforme en un instrumento efectivo para su proclamación?
La historia de la interpretación bíblica evidencia el desarrollo de una variedad significativa de métodos interpretativos. La diversidad comenzó con los judíos, que en el período anterior al surgimiento del cristianismo elaboraron normas de interpretación que iban desde la exégesis de los escribas, pasando por la comunidad de Qumrán y por las tradiciones rabínicas, hasta llegar a Filo de Alejandría. En el contexto cristiano, la trayectoria de más de dos mil años de estudio de la Biblia testificó extremos metodológicos semejantes a los de la cultura exegética judía, y también fue palco del surgimiento de abordajes místicos, racionalistas, liberales y, actualmente, posmodernos.
Frente a la multiplicidad de presupuestos y métodos que están a disposición de los estudiosos de la Biblia, es importante que nosotros, pastores y dirigentes cristianos, tengamos una sólida perspectiva respecto de la Biblia, del intérprete y de la hermenéutica.
En primer lugar, necesitamos reconocer la naturaleza divino-humana de las Sagradas Escrituras. Dios reveló su mensaje, y hombres santos, inspirados por el Espíritu Santo, fueron los responsables de transmitir el contenido de la Revelación. Enfatizar un aspecto en detrimento de otro lleva a distorsiones significativas en el proceso de comprensión de su contenido. Por eso, al abordar la Palabra de Dios, debemos mantener en mente la noción equilibrada de su origen y su composición.
Otra preocupación está relacionada con el entendimiento acerca de nuestro papel como intérpretes de las Sagradas Escrituras. Necesitamos reconocer nuestras limitaciones, al tratar con la profundidad de la revelación bíblica. Debemos ser conscientes de que leemos la Biblia de acuerdo con lentes fabricados a partir de nuestra vivencia en un mundo de pecado; coloridos con influencias familiares, sociales y religiosas, que pueden distorsionar de modo cóncavo o convexo la verdad contenida en la Palabra de Dios. Por ese motivo, nuestra actitud frente al texto bíblico debe ser de humildad y de dependencia del Espíritu Santo, al buscar extraer de él (y no aplicar sobre él) significado y lecciones para la vida.
Por fin, necesitamos entender y reconocer el papel de la hermenéutica en nuestro ministerio. Lamentablemente, se desarrolló la idea nociva de que la exégesis bíblica consistente es tarea exclusiva de teólogos eruditos. Sin embargo, esa concepción es inexistente en las Sagradas Escrituras. Grant Osborne hace una afirmación provocativa: “El verdadero propósito de las Escrituras no es la explicación sino la exposición; no es la descripción, sino la proclamación”. Lejos de querer alimentar una rivalidad innecesaria entre “teólogos” y “pastores”, la idea es que todo conocimiento posible extraído de la Biblia debe ser presentado en su plenitud, y de modo contextualizado a la audiencia en la comunidad de fe.
Al considerar apropiadamente esos tres elementos, estaremos habilitados para cumplir la exhortación paulina que impulsa a predicar la Palabra (2 Tim. 4:2). Y ese debe ser un compromiso innegociable en nuestro ministerio.
Sobre el autor: editor de la revista Ministerio, edición de la Casa Publicadora Brasileira