Desde sus inicios, la iglesia cristiana contó con la importante participación de las mujeres para el cumplimiento de la misión. El Nuevo Testamento indica que acompañaron y dieron sustento financiero a Cristo y sus discípulos (Luc. 8:1- 3); dieron testimonio acerca de su resurrección (Mat. 28:1-10); estuvieron entre los primeros en recibir el bautismo del Espíritu Santo (Hech. 1:13, 14; 2:1-4); sirvieron a la comunidad (Hech. 9:36); participaron activamente de la vida de la iglesia (Hech. 16:40); y recibieron el don de profecía (Hech. 21:7-9).

A lo largo de su ministerio, Pablo pudo dar testimonio de la influencia y la eficacia de las actividades desarrolladas por las mujeres en las iglesias donde tuvo la oportunidad de servir. Probablemente Priscila, acompañada de Aquila, su marido, fue la misionera con la que el apóstol trabajó durante más tiempo. En Corinto, donde los tres se dedicaban a fabricar tiendas (Hech. 18:1- 3), el equipo misionero contribuyó a fortalecer la comunidad cristiana. En la ciudad de Éfeso, la casa de Priscila y Aquila sirvió de iglesia (1 Cor. 16:19), y esto también ocurrió en Roma (Rom. 16:5). Además de la hospitalidad evidente en estos pasajes, hay que recordar la influencia de la pareja en el caminar cristiano de Apolos y el valor que demostraron al arriesgar “sus propias cabezas” en defensa de Pablo (Rom. 16:4). Así, la descripción del apóstol nos lleva a imaginar que Priscila era una mujer valiente, hospitalaria y comprometida con la misión.

Otro nombre que llama la atención en los escritos paulinos es el de Febe (Rom. 16:1, 2). Aunque solo se la menciona una vez en las Escrituras, la descripción que la caracteriza demuestra la importancia del trabajo que realizó. Pablo declaró que Febe servía [diákonos] a la iglesia de Cencrea. Los estudiosos han debatido si la información se refiere a un oficio o a una actitud. El propósito de este editorial no es discutir este punto, sino destacar el agradecimiento por la actividad que realizó en la iglesia. Ya sea como “diaconisa”, anfitriona o cualquier otra cosa, su disposición a colaborar para la misión cristiana era notoria.

El apóstol declaró además que Febe era una “protectora” de muchos (ha ayudado a muchos, RVR 60), una designación que, en el idioma español, no expresa la fuerza de lo que Pablo estaba tratando de transmitir. El término prostátis, en Atenas, “indicaba el cargo de quien representaba al pueblo que no tenía derechos cívicos. La ley romana reconocía a estos protectores como los representantes de los extranjeros” (Diccionario bíblico adventista, p. 446). Si Febe tenía ese cargo, además de estar dispuesta a abrir su casa para acoger a la iglesia y ayudar a los santos, tenía recursos económicos y un importante papel social, que estaba al servicio del evangelio.

Así, desde sus inicios, la iglesia se ha enriquecido con la participación de Marías, Martas, Eunices, Lidias, Dorcas y Priscilas –entre muchos otros nombres– que estuvieron dispuestas a ser canales de bendición para las personas que las rodeaban. Y esto sigue siendo una realidad. Es imposible imaginar el buen funcionamiento de una congregación sin la participación efectiva de las mujeres. La hospitalidad, la sensibilidad, el compromiso, el celo, el talento, el liderazgo, la fuerza y el espíritu de sacrificio son algunas características que se encuentran en este gran ejército femenino que avanza en el nombre del Señor.

Elena de White fue enfática al afirmar que “el Señor tiene una obra para las mujeres así como para los hombres. Ellas pueden ocupar sus lugares en la obra del Señor en esta crisis, y él puede obrar por su medio. […] El Salvador reflejará, sobre estas mujeres abnegadas, la luz de su rostro, y les dará un poder que exceda al de los hombres. Ellas pueden hacer en el seno de las familias una obra que los hombres no pueden realizar” (El ministerio pastoral, p. 110).

El notable aprecio –que expresan la Biblia y los escritos de Elena de White– por el trabajo de las mujeres dedicadas a la misión de la iglesia es un recordatorio constante de que en nuestro ministerio siempre debe haber reconocimiento por lo que son y por lo que han hecho para la edificación de la iglesia y la predicación del evangelio.

Sobre el autor: editor de la revista Ministerio, edición de la CPB.